Reportaje

 

JUAN GABRIEL EN EL CENTRO DE LA CULTURA POPULAR

2016-09-15 01:36:17

SIN CLASES NI DISTINCIONES

 

 

Por Omar Nieto, Marcos Daniel Aguilar y Yesenia Torres

 

Si José Alfredo Jiménez definió la era moderna de la música ranchera, para bien o para mal, Juan Gabriel definió en México la era moderna de la música popular, asegura el escritor César Silva Márquez, autor de las novelas La balada de los arcos dorados y Juárez Whiskey. Para Silva Márquez, Juan Gabriel define culturalmente una parte de lo que es México.

El polémico ex director de TV UNAM, Nicolás Alvarado, quien presentara su renuncia luego de opinar en su columna del periódico Milenio que su “rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas”, tenía razón sólo en una cosa: que Juan Gabriel puso la identidad gay y lo popular “en el centro” de la discusión nacional desde varias décadas atrás, una enorme hazaña en un país tan marcado por el machismo.

Hay que aclarar que Alvarado no describió lo anterior con esas palabras precisamente, sino con las de un clasismo que varios intelectuales mexicanos, haciéndole comparsa, enarbolan como “un derecho”. Se le llama “naco” y “joto” a lo Otro, a lo que por supuesto no es como ellos, de la misma manera que un crítico literario hace no mucho llamó “piel roja” a un escritor de Tijuana que se atrevió a cuestionar los procedimientos con los que se construye el canon poético en México. Dicho crítico argumentó que él no tenía la culpa de tener un apellido compuesto y “extranjero”. Ambas son posturas absolutamente desafortunadas en un país con profundas divisiones y violencias socieconómicas y culturales, derivadas de la desigualdad social, la estratificación y la discriminación de género.

¿Qué es lo que le molesta a ciertos sectores culturales en México del fenómeno popular que Juan Gabriel representa? Se pueden lanzar muchas conjeturas. Sobre todo el que en un país, absolutamente machista y homofóbico, un hombre que nunca ocultó su identidad sexual sea uno de sus mayores ídolos. ¿Catarsis, sublimación, franqueza? ¿Qué es lo que lleva a cualquier mexicano a identificarse con las canciones del “Divo de Juárez”? Tal vez es el canto a la madre de “Amor eterno”. O quizá es esa posibilidad de ser franco, de ser uno mismo, sea como uno sea. Esa figura que bien representa el personaje que creó Alberto Aguilera Valadez es la imagen del individuo que se hace a sí mismo combatiendo todas las dificultades que le marca la sociedad y una época.

Aguilera emergió de la pobreza, de la marginación, de una frontera de pocas oportunidades y de gran racismo por parte de norteamericanos que la ven como su “patio trasero”. Juan Gabriel fue construyendo su éxito en una época en la que la mano dura de policías, políticos y militares gobernaban al país persiguiendo al comunismo, a la juventud y a la diversidad.

La época en la que Juan Gabriel cosechó sus primeros éxitos, la de los años 70 y 80, hacía muy dura la posibilidad de triunfar para alguien que no tuviera padrinos, y que por si fuera poco, tuviera una preferencia sexual que saltaba a la vista que, como la de Juan Gabriel, no ocultó porque como dijera él mismo, “lo que se mira, no se juzga”. En otras palabras, sólo por el hecho de asumir su identidad tal cual era, Juan Gabriel debería ser recordado como símbolo de combatividad, tolerancia y valentía.

Pero además, insistimos, Juan Gabriel representó siempre ese caso raro, extraordinario, fuera de serie: la del mexicano que logra triunfar con base en su talento, intuición y trabajo. Algo que en un país como éste, cooptado por grupos de poder, mafias políticas, intelectuales, sociales y económicas, pocos consiguen.

En resumen, la vida de Juan Gabriel representa el triunfo de lo popular sobre la alta cultura. ¿O cuántos artistas de origen humilde han logrado exponer su trabajo en un recinto como el Palacio de Bellas Artes?

Eso es algo que Alvarado ni otros intelectuales orgánicos han entendido con respecto al peso cultural del Divo de Juárez. Con sus opiniones se quiere avalar el “derecho” a ser clasista en un país lastimado por esa postura. No se trata de censura ni de abanderar lo “políticamente correcto”. Alvarado puede opinar lo que quiera. No sólo lo hizo, sino lo publicó. Tampoco nadie lo obligó a renunciar. Él lo decidió seguramente no dispuesto a tolerar la inconformidad popular ante su evidente clasismo. Alvarado prefirió abandonar a la UNAM, símbolo de tolerancia e inclusión, antes de recular en su visión de cultura decimonónica. Como si nunca hubiera leído a Bajtin.

 

 

Juan Gabriel: frontera e identidad

El escritor César Silva Márquez recuerda haber vivido su infancia, a finales de la década de los 70, llena de la música de Juan Gabriel. El escritor nacido en Ciudad Juárez vivió en Infonavit Casas Grandes, a escasos kilómetros de la línea divisoria más grande del mundo, en una zona eminentemente popular. De su infancia, recuerda la calle Juan Ruiz de Alarcón, después Valentín Fuentes, inundada de las canciones del Divo.

“Por las mañanas se escuchaba la ´Hora de Juan Gabriel´ a todo volumen en la casa de mis vecinas. Por ellas conozco desde los 6 años canciones como ´Me he quedado solo´, ´No tengo dinero´, ´Será mañana´ y muchas más. Uno desayunaba, comía y cenaba Juan Gabriel”, cuenta el novelista.

El cantante siempre fue un orgullo para los habitantes de la frontera norte mexicana. El Divo formó de inmediato parte del folclor de Ciudad Juárez y el Noa-Noa se convirtió en una especie de santuario, en donde se profesaba la fe sobre un hombre criado de manera precaria por su madre, apenas armado con los acordes de guitarra que alguna vez le enseñó un viejo.

Como escritor, César Silva Márquez considera que Juan Gabriel ganó mucho peso con sus arreglos musicales frescos y bien estructurados. “Es buen músico. Cómo no reconocer esos toques de blues, de rock y ranchero tan de Juan Gabriel, que en conjunto no podemos definir o que tan sólo llamamos balada pop. Si José Alfredo Jiménez definió una era en la música ranchera, para bien o mal, Juan Gabriel definió la era moderna de la música mexicana, marcada por el mal gobierno, apenas unos años después del 68. Juan Gabriel define una parte de lo que es México”, sentencia el narrador juarense.

Silva Márquez no considera por supuesto, como Alvarado, que sea un error la lírica pura. “Qué canción popular en inglés, francés o italiano no es romántica y melosa”, se pregunta.

 

 

El primer día que Juan Gabriel llenó Bellas Artes

Pocos artistas populares en México han pisado el escenario principal del Palacio de Bellas Artes para presentar un espectáculo musical. Aun menos, lo han hecho con canciones propias, arregladas especialmente para ser acompañadas con orquesta sinfónica y coro monumental, con ejecutantes de la propia Compañía Nacional de Ópera.

José José ya no pudo hacerlo, Vicente Fernández no lo ha hecho ni los Tigres del Norte lo harán probablemente, a pesar de ser tres de los principales símbolos de la música mexicana. Pero Juan Gabriel sí que lo consiguió.

Alberto Aguilera Valadez se presentó el 20 de diciembre de 1990 en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México para grabar lo que sería uno de los discos más exitosos de la historia de la música popular del país. Lo haría bajo la batuta del maestro Enrique Patrón de Rueda, director de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN). La crónica que de ese momento hizo Carlos Monsiváis puso de relieve la importancia cultural del llamado Divo de Juárez.

“Enrique Patrón de Rueda, al frente de la OSN, se ve divertido. La ocasión es única, luego del diluvio de opiniones, todos aguardan lo increíble todavía hace un año: acoplamiento de la máxima orquesta del país y el Rey de los Palenques. Y en la obertura, obra del maestro Eduardo Magallanes que hizo los arreglos de la Sinfónica y de los Coros de Juan Gabriel, irrumpe la metamorfosis de la obra juangabrielana, que ahora evoca los clamoreos de Miklos Rozsa, o de cualquiera de los grandes del cine de Hollywood”.

El texto de Monsiváis, publicado en la edición 706 de la revista Proceso, del 12 de mayo de 1990, resaltaba el ambiente del momento: “Tramoyistas y utileros, archivistas y dirigentes sindicales, que se ríen y gozan: Juan Gabriel en Bellas Artes es el Acontecimiento del Año (la visita papal no se puede regir por criterios competitivos), y la polémica se ha prodigado, los cantantes de la Ópera se han opuesto, no desprecian a lo popular pero éste no es su sitio…”.

Como si se tratara de una respuesta a la visión de Nicolás Alvarado, Monsiváis agregaba a esa crónica, tan suya: “A la homofobia se acogen lo bravíos articulistas todavía incrédulos ante un individuo con tales modales y tal fama y semejante éxito. La homofobia es el argumento que no requiere de palabras, tiene a su favor los decretos de la cultura judeo-cristiana, y la solidifica el humor que se precipita para subrayar la superioridad instantánea de quien lo emite y quien lo festeja, yo no soy rarito pero con ese sí,/cómo crees, es una broma/ se te salió el inconsciente por la manga”.

Del acto que representó que Juan Gabriel fuera acompañado por la orquesta y el coro del Bellas Artes han surgido muchas leyendas, quizá respondiendo a lo inusual e irrepetible de la ocasión. El ensayista Héctor Iván González, autor de Menos constante que el viento y compilador de la obra ensayística de Daniel Sada, recordó hace algunas semanas una anécdota al respecto. Según ésta vendría de la cantante y coreógrafa Lorena Glinz, quien participó en dicho concierto en Bellas Artes, el Divo de Juárez le habría pedido a Patrón de Rueda que revisara la sección de cuerdas de la Orquesta Sinfónica Nacional, porque sentía que “estaba desafinada”. El director de la OSN pidió a los violinistas, cellistas y contrabajistas que repitieran las notas y se dio cuenta de que Juan Gabriel tenía razón: la sección de cuerdas o uno de sus instrumentos estaba dando una nota disonante.

El escritor Omar Nieto, autor de Las Mujeres Matan Mejor y Teoría General de lo Fantástico, tiene una versión muy parecida, de voz de quien también formó parte del coro que acompañó a Juan Gabriel en Bellas Artes. Según se lo dijo Arturo Sandoval, profesor de la Escuela Libre de Música (ELM) y bajo profundo de la Compañía Nacional de Ópera, la anécdota es real, con la salvedad de que no era la sección de cuerdas o un violinista lo que estaba desafinado, sino uno de los cantantes de la Compañía, una soprano, contraalto o tenor.

El profesor de Canto de la ELM, donde Nieto estudió, estaba presente en el momento en el que en efecto, Juan Gabriel habría suspendido el ensayo para pedirle directamente a quien estaba desafinando en el coro que ajustara su nota porque la disonancia se oía en el centro del escenario donde él estaba, a bastantes metros de distancia. Para Sandoval, esta anécdota demuestra que el oído de Juan Gabriel, sin tener estudios formales, era bastante fino como para distinguir a alguien que desafina entre un conjunto coral de 80 personas, varios de ellos, entre los mayores ejecutantes del bel canto mexicano.

 

Una vida de película

César Gándara, autor de las novelas La rebelión de los fanáticos y Alguien tiene que perder se desempeña también como guionista de series de televisión. Uno de sus más recientes trabajos consistió en supervisar la calidad literaria de los guiones de Hasta que te conocí, la serie biográfica del Divo de Juárez, transmitida por Telemundo, TV Azteca, RCN (Colombia) y Chilevisión.

Gándara considera que de ninguna manera puede menospreciarse el peso cultural y musical del cantante criado en Ciudad Juárez, ya que tener varias centenas de canciones que fueron éxitos rotundos en Estados Unidos, México y el resto de Latinoamérica, no es nada fácil. Aún menos que se hayan traducido al inglés o griego, sólo por mencionar algunos idiomas. Gándara también considera que la identidad no oculta de Juan Gabriel sirvió para inaugurar una cultura de tolerancia que todavía no se consolida.

“Si pensamos en figuras como Salvador Novo, su reconocimiento viene de la calidad y profundidad de su obra literaria. Novo tuvo que bregar con una sociedad machista y recalcitrante y para ello su estrategia fue exhibirse y exhibir sus preferencias sexuales para no ser atacado. En el caso de Juan Gabriel es muy parecido y muy diferente. La calidad y profundidad de sus canciones hablan por sí solas de su trabajo y por esto el cantante es reconocido en todo el mundo; pero en cuanto a su sexualidad, nunca quiso hablar sobre el tema... Sin embargo, ahí es donde se notan las contradicciones, no del autor, sino de una sociedad machista cuando le conviene. Una sociedad aparentemente permisiva en cuanto a sus rapsodas, pero que si la vemos desde otros ángulos, como el del albur que es totalmente homosexual, notamos que es una sociedad con varias válvulas de escape para abordar estos temas que se consideran tabú, aunque cada vez menos”.

Sin embargo, para Gándara, la verdadera valía de Juan Gabriel, es que trascendió las clases sociales y supo cómo ser significativo para los públicos más amplios.

“Juan Gabriel fue capaz de sacrificar mucho a cambio de vivir su sueño. Las grandes figuras siempre tienen una personalidad magnética, y esto hace que todo el mundo se les quiera acercar. Tanto figuras de poder, como de capos de la mafia, deportistas, artistas y la propia gente del pueblo. Juan Gabriel tenía un carácter muy abierto, sencillo, y esto lo hacía más querido por la gente”.

 

 

El segundo día que Juan Gabriel llenó Bellas Artes

Como si hubiera sido una historia escrita por él mismo, Juan Gabriel falleció un "domingo de resurrección". No murió en México, sino en Estados Unidos, del otro lado de aquella frontera que lo vio crecer, donde conoció a sus primeros amigos y tocó su primera guitarra. Según los forenses, “murió por problemas en el corazón”. Como alguien dijo en redes sociales: no podía ser de otra manera.

Su muerte contrajo un lento y acentuado duelo nacional frente a la partida de uno de los más grandes ídolos de la cultura popular mexicana y latinoamericana.

El día de su muerte, 28 de agosto de 2016, su “Amor eterno” se reprodujo hasta el cansancio. La televisión nacional e internacional abrieron señal de inmediato: “México está de luto. Se nos fue el Divo de Juárez”, decían todos.

Las redes sociales viralizaron las etiquetas #JuanGa ó #AdiósAmorEterno. El presidente Enrique Peña Nieto lamentó su muerte públicamente e instruyó al secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, a que abriera de nuevo el Palacio de Bellas Artes para recibirlo, como 26 años antes lo hiciera el presidente Carlos Salinas de Gortari, extraña coincidencia política.  

Tovar y de Teresa, conocedor del símbolo que representaba el cantautor y mucho más consciente que Alvarado del significado de la palabra “cultura” en el siglo XXI donde lo “alto” y lo “bajo” apenas pueden distinguirse, reconoció que las canciones del cantautor se habían traducido en tantos idiomas, entre ellos el japonés, que el autor juarense ya era un “artista de todos”.

El mundo entero lamentó la muerte de Aguilera Valadez. El periódico El País le dedicó una nota y hasta el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, salió a dar el pésame a los latinos, y en especial a los mexicanos, que suman 34 millones en territorio estadounidense. El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, también lamentó su muerte debido a que la primera nación extranjera que pisó El Divo de Juárez en su carrera como cantante fue esa.

En Bellas Artes se apostaron más de 600 periodistas de todo el mundo. El director de difusión y relaciones públicas del INBA, Roberto Perea, dijo que esa era “la mayor cobertura que ha habido para un homenaje luctuoso en Bellas Artes”.

El lunes 5 de septiembre llegaron las cenizas de Juan Gabriel a ese recinto. En Eje Central apenas cabía un alma. Ningún partido político o figura pública en México ha congregado a tantas personas desde los funerales de Pedro Infante, Cantinflas o María Félix. Y es que las colas para tocar la urna con las cenizas del cantante comenzaban en la Alameda Central y el tumulto llegaba hasta las inmediaciones del metro Juárez. Qué ironía, el nombre de una estación idéntica a la ciudad que vio crecer al Divo.

El homenaje congregó a decenas de cantantes vernáculos o de pop, que cantaron las canciones de Aguilera Valadez. Adentro, estaba el secretario de Cultura, la directora del INBA, Fernando de la Mora y Eduardo Magallanes, quien fue su productor. Incluso, estaba presente el gobernador de Michoacán, estado natal de Juan Gabriel.

Aquello era verbena y canto luctuoso. La gente observó cómo desde el primer piso del Palacio la cámara enfocaba a señoras llorando al ver pasar el cortejo. Minutos más tarde ya existía la foto del ritual en varios portales informativos del mundo: la urna, la familia, los amigos. Todas las lágrimas de los mexicanos.

El momento más álgido fue cuando el tenor Fernando de la Mora dio voz a “Amor eterno”. Aída Cuevas también tomó el micrófono, el mariachi la acompañó y con su voz entrecortada entonó: “Donde estés hoy y siempre, yo te quiero conmigo…”

Frente a Bellas Artes ondeó con fuerza la bandera de la comunidad LGTTTI. La velada elegíaca finalizó con la Sonora Santanera, otro de los grandes íconos musicales de la cultura popular mexicana.

En punto de las 22:00 horas se cerró el telón. Algunos todavía cantaban, otros se lamentaban, los demás susurraban. “¡Al menos nos despedimos de él!”, decía la gente.

Sí, al menos estuvieron por un momento cerca de uno de los últimos grandes ídolos populares de la cultura mexicana capaz de atravesar fronteras, aminorar las diferencias en un país profundamente violento, un milagro posible gracias a que Alberto Aguilera Valadez cantó para todos sin hacer distinción de nadie. 

 

Arte en fotografías: Ian Sebelius (Montreal, 1990) estudió Comunicación Social en la UAM Xochimilco. Es postproductor en Efekto TV. Vive en un mundo de mentiras fabricando fantasías.

Revista Desocupado