Noticias

 

Guillermo Samperio: cuando el tacto tomó la palabra

2016-12-16 14:57:36

...Por los caminos de este difusor cultural...

 

De inteligencia sagaz, Raúl Godínez recuerda a Samperio, uno de los mayores maestros del cuento en México

 

Por Raúl Godínez*

 

A punto de concluir la licenciatura de Comunicación en la UNAM correspondía la hora de elegir la instancia dónde realizar el Servicio Social. Las empresas e institutos no lograban cautivar a un joven ávido de participar, trabajar, colaborar. Vi algunos medios y recuerdo haberme inscrito en una empresa de medio pelo que no ofrecía ninguna experiencia válida y un conocimiento por adquirir. De pronto, una puerta se abrió: la Dirección de Literatura del INBA invitaba a aquellos alumnos que gustaran de la expresión escrita a sumarse a sus filas.

El trámite fue rápido y apasionante, dejé la instancia elegida y acudí a la Torre Latinomericana en cuyo tercer piso se ubicaba el antecedente directo de lo que hoy es la Coordinación Nacional de Literatura.

Viejas leyendas habían transitado por ese lugar: Gustavo Sainz, Arturo Arredondo, Ernesto Delón y demás promotores culturales. Un escritor era quien llevaba el timón de ese enorme barco: el maestro Guillermo Samperio.

En ese entonces era delgado, alto, vestido de corbata, saco y sonrisa pronta. El cabello un poco largo. Era un flamante narrador que había ya obtenido premios nacionales e internacionales en el género del cuento y que había publicado libros llameantes, juguetones, divertidos.

Su trato era cordial y agradable. Era bromista a más no poder y tenía propuestas interesantes para la difusión cultural. Yo por entonces era demasiado callado como para comentarle los libros de su autoría que ya había devorado: Miedo ambiente y otros miedos, Cuando el tacto toma la palabra, Lenin en el futbol, etcétera. Y me duró poco el gusto. El maestro en breve debió abandonar ese cargo burocrático y salió de ahí en medio de las críticas siempre filosas del ámbito cultural. Sobra decir que yo le perdí el contacto durante algunos años.

A la vuelta de los días colaboré en la revista Ciencia, Arte: Cultura, y la tarea era sencilla, encontrar a escritores que hubieran estudiado en su juventud en las aulas del IPN. El encuentro no pudo ser más grato: el maestro Guillermo Samperio había estudiado ahí: un artista en un colegio inminentemente técnico.

Acudimos Arturo Arredondo, un fotógrafo y yo a la Universidad de las Américas, en su plantel en el D.F., donde Samperio se desempeñaba como Director de Difusión Cultural. Ahí retomamos, ahora sí, el diálogo abandonado durante algunos años. Y ya no paró.

Acudimos muchas veces a su departamento-estudio-biblioteca donde los libros subían por los muros, los libreros y las ventanas, mientras el espacio vital del maestro Samperio se reducía y limitaba.

Su risa aprendió de nuevo a ser explosiva y vibrante. Las ediciones de su obra siguieron multiplicándose cada vez con mayor vehemencia. Vinieron más premios, más traducciones, más ediciones extranjeras. Samperio se enfrascó en el cuento e inició un taller que haría historia en nuestro país. Se convirtió con los años en un magnífico tallerista y ahondó como pocos en el género narrativo de Borges.

Siempre conversaba sobre el mundo que se dividía en dos caminos: el de los cuentos fantásticos y el de los más realistas y cotidianos. Según yo, el primer universo se lo fue tragando entero y pronto fue fácil encontrarme con mi amigo transformado en su vestimenta, en su peinado, en su color de cabello, en tatuajes y locuras que lo hacían reír mucho.

Publicó libros esenciales en cuento, novela, ensayo, poesía y antologías. Reiteraba constante que venía un nuevo libro y uno más y uno más y uno más. Al día de hoy desconozco cuántos libros habrá publicado el maestro, pero no miento si habrán sido casi setenta en todos los géneros.

Un breve orgullo me queda, que más tarde, la UNAM le propuso a manera de homenaje publicar un libro antológico de sus minificciones. Hernán Lara Zavala comandaba esa digna publicación. El maestro pensó y repensó el título que habría de llevar el material. Le dije sincero que no me gustaba el título determinado; yo pensaba, que el título era otro: La cochinilla y otras ficciones breves. La cochinilla representaba esa brevedad minúscula. El maestro no dijo nada y cuando el libro por fin se publicó en efecto llevaba el nombre sugerido por mí. Aquello me llenó de enorme orgullo.

En fin, ya no se conversará hoy con el maestro sobre música, escritores, programas culturales… sólo queda el silencio, el pinche silencio que amarga y corroe, pero ya habremos, seguro, de volver a devorar sus enormes y maravillosos libros, sus palabras inquietas, su enseñanza permanente letra por letra.

 

*Raúl Godínez es maestro en Letras Latinoamericanas por la UNAM. Tiene diez libros publicados en géneros como novela, cuento, ensayo y entrevistas a escritores. Umbra, el lugar donde habitan las sombras, ganadora del Premio Nacional Valladolid a las Letras es su novela más reciente.

 

Revista Desocupado