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Farewell, Gerardo

2022-01-13 08:21:49

Jesús Nieto nos regala una despedida cercana del escritor Gerardo de la Torre fallecido a los 83 años

 

 

“La vida es una tragedia llena de momentos cómicos.”

Gerardo de la Torre

 

 

Por Jesús Nieto*

 

 

“–¿Quihubo, Nieto? ¿Qué te trae por acá? No me avisaste que ibas a venir, ¿o sí?

–No, la verdad es que andaba por aquí cerca y pensé en pasar. Y toqué el timbre.

–¿Qué te ofrezco? ¿Quieres que abramos un vino? A ver tráete una botella. Escoge el que tú quieras, ya sabes dónde están.

–¿Ya no tienes Periquita?

–Periquita como el que beben los personajes de Lobo Antúnez, no ya no tengo de esos. Ahí hay algunos argentinos, chilenos, españoles. Abre el que quieras. Yo estaba tratando de escribir una pinche novela, pero ah cómo me cuesta trabajo. Cuando era joven me jactaba de escribir cinco o diez cuartillas en un día, ahora con trabajos escribo una. Un méndigo párrafo me toma toda la mañana. ¿Todos bien en casa, Lola? ¿los niños?

–Todos bien, todos bien. Andan de paseo y yo ando arreglando unos trámites.

–¿De qué?

–De la verificación del coche.

–Ah. Oye, ¿todavía tienes aquella camioneta?

–No, hace mucho que no.

–Aquella en la que fuimos a tratar de entregar la pistola.

–Te la iban a cambiar por una compu.

–Eso decían, pero luego resultó que había que hacer no sé qué trámite y de todos modos se quedaban la pistola, por eso te dije vamos primero a preguntar, no vaya a ser que se la queden y nanais de computadora. Y así fue.

–¿Y ya la vendiste?

–No, ahí está. Yo me quería deshacer de ella, no vaya a ser que un día me quiera pegar un tiro, ¿no? A ver, ¿ya la abriste? Sírvete. Ah, yo primero, a ver. Hasta ahí, hasta ahí. De oído sabe uno cuando ya. Y luego sirves la otra, pero pones atención a cómo suena. Qué ponemos para escuchar, de música, digo.

–Lo que tú quieras. ¿Ya no tienes tu lista de Alcoholes?

–No sé qué la hice, por ahí están los discos pero no sé. Ya solo escucho Spotify.

–Bueno, a ver vamos a poner un jazz.

–¿Te acuerdas de Coleman Hawkins?

–Sí, sí, cómo no.

–Ya ni discos tengo, Jesús. A ti te di unos, ¿no?

–Sí, me llevé unos de blues.

–¿Y qué dice la vida, Nieto?

–Pues nada ahí vamos con todo… Oye, perdón que no fui a tu funeral. La verdad es que con los niños es toda una logística, cada vuelta al DF es complicada y era sábado. Además, con el maldito virus la verdad es que sí tenía yo temor de contagiarme. Pero, además, yo sé que tú odias los velorios.

–Y sí, no sé por qué les habré agarrado tanta tirria. Bueno sí sé por qué, a ver, cabrón, después de que murió Yolanda y Juan Manuel…uta.

–Yo, la verdad es que de haber ido se me habría antojado entrar imitándote y decirles: A ver ya quiten esas caras tristes, vamos a beber unos güisquis, aquí en frente creo que hay una cantina… No, no te creas. Pero ganas no me faltaron.

–Ahí sí no te habría importado contagiarte. No, yo no voy a funerales.

–Al de Margarita Sologuren sí fuiste, me acuerdo. Allá en Tlalnepantla o esos rumbos.

–Ah sí. Pero es que con Margarita… sufrió tanto. Yo a veces me pregunto por qué la gente joven, carajo. Me dolió mucho, éramos muy cuates. Y fue tan estoica, tan dura. Nadie sabía que estaba enferma, eh. Yo no supe hasta los últimos días. En fin, pa’ allá vamos. Qué te digo yo, ya estoy en 83 entrados en 120. Salud.

–Salud, salud.

–Como decía Cazals, esto de la vejez es una chinga.

–¿Has seguido con el dolor ese de la espalda?

–Sí, desde aquel día, como que me entró un aire y ya nomás no me he sentido bien. Y luego la gripa esa que me tumbó. Diez días estuve prácticamente en cama.

–Sí me dijo Jorge. He estado hablando con él, es el que me cuenta cómo vas.

–Jorge Álvarez. Sí, pues viene casi a diario a verme. Al rato creo que va a venir. No se imagina que te va a encontrar, ¿o dijo que mañana?

–Como aquel día que llegué y estaba aquí Pedro Armendáriz.

–Ah, sí, ¿te acuerdas?

–Cómo no. Nomás entré y lo vi ahí sentado.

–Tan buen cuate, pinche Pedro. Y a ese funeral sí fui porque él pidió un funeral irlandés. Todo mundo bebiendo güisqui en su casa.

–Oye, y qué estás escribiendo.

–Varias cosas. Una novela, autobiográfica, otra de los niños de Morelia…

–A partir del guion.

–Sí, a partir del guion aquel, pero luego me puse a investigar más y estoy ahí inventándoles la vida, aparece un personaje que es el que va hilando toda la historia… en fin. Ya sabes, hay una trama y luego le vas buscando la manera en que todo aquello tenga un sentido. Nada como Los muchachos locos, esa me tomó diez años escribirla. Y Ensayo general la escribí cinco veces de cabo a rabo. La piel del viento se llamaba, pero no le gustó el título a don Joaquín y me dijo: a ver escríbame diez títulos aquí en esta hojita. Y de pronto pasó por el escritorio y vio que había yo puesto Ensayo general, por aquello que decían de la revolución rusa, que antes de 1917 había habido aquel levantamiento de 1905 y que decía Lenin ese había sido el ensayo general de la Revolución Rusa. Y entonces lo señaló y dijo ese, y se quedó. Pero tú ya sabes eso….

 

Me acuerdo del día en que lo conocí. Tenía yo 21 años y acababa de ingresar a la Escuela de Escritores de la SOGEM. Gerardo sería mi profesor hasta el segundo semestre, pero una noche de jueves hablamos brevemente. Siempre le gustó irse familiarizando con los rostros de los nuevos alumnos y al poco tiempo se aprendía los nombres. Comentó que en su clase planteaba preguntas como las diferencias entre un cuento y una novela, y cosas por el estilo. Mencioné la teoría esa del ring de Cortázar y me dijo que eso estaba bien pero que había más cosas que se podían discutir. El primer libro que me regaló fue, precisamente, Rayuela. Y junto con esa novela, un disco donde venía la Séptima sinfonía de Beethoven en una grabación en la que Wilheim Furtwängler dirige la Filarmónica de Berlín. De ahí perdí la pista de cuántos libros me llegó a dar. E incluso yo le obsequié algunos, entre ellos unas memorias de Louis Aragon en francés porque eran libros de los que él me hablaba y pensé que era la única persona a quien le podían interesar esos volúmenes de Les communistes. Durante muchas noches de jueves, supe que tenía un lugar en el cual sería bien recibido. Y así aterricé en su casa en decenas o centenas de ocasiones, a veces de forma regular y otras en el espacio de los meses y los años.

 

–¿Ya acabaste de leer la última de Paul Auster?

–Sí, la compré en Kindle. Maravillosa y ya sabes que me encanta La roja insignia del valor de Stephen Crane.

–Oye y ¿te acuerdas cuando vino Auster a México?

–Sí, y no pudo estar en la charla porque se enfermó del estómago.

–Pero estuvo en su lugar Siri Hustvedt. ¿Y qué le preguntaste?

–La vi tan abrumada con tantas preguntas solemnes sobre las novelas de su marido que entonces le pregunté cuál era el equipo favorito de Paul. ¿Mets o Yankees?

–¿Y qué dijo?

–Mets y soltó la risa.

 

Hacia finales de 2006 empecé a hacer la tesis de licenciatura en la cual escogí su vida y uno de sus cuentos como objeto de estudio. Me titulé hasta 2009 entre la desidia, el trabajo que me ocupaba muchas horas y los consabidos trámites que implica llegar a tener una fecha de examen recepcional; precisamente en medio de aquella epidemia de influenza de 2009 imprimí finalmente el documento. Después del examen, en junio, le pedí a Gerardo que me dedicara El vengador, sobre el cual había trabajado para analizar distintos aspectos propios de la sociología de la cultura. El ejemplar, con una portada linda, de aquellos diseños setenteros de la serie El volador de Joaquín Mortiz, ha tenido tantas idas y vueltas que estaría desecho si no fuera porque un día mi mamá se dio a la tarea de forrarlo con plástico adherente, lo que le ha conservado las guardas. Cuando hallé El viaje de Juan Manuel Torres de esa misma colección en una librería de viejo le llamé emocionado para contarle.

 

–Ahora busca Didascalias, ese está más difícil. Juan Manuel se adelantó a muchos narradores que luego plantearían cosas similares en sus novelas.

 

Nos seguimos la pista a lo largo de los años. Tuve la oportunidad de presentar con él alguno de sus libros, lo entrevisté en público en varias ocasiones, lo llevé como invitado a una charla con mis alumnos de preparatoria. Podría decir que fuimos muy buenos amigos e incluso que nos quisimos mucho.

 

Me acuerdo de que fue él quien me llamó para decirme que había muerto Jaime Casillas, mi otro muy querido maestro de la SOGEM.

 

Y fue Gerardo quien me invitó a trabajar como maestro en la Escuela de Escritores unos años después, en 2012. Había que sustituir a una maestra que se iba apenas empezado el semestre. Tuve miedo, titubé, me entrevistó Elsié Méndez, entonces directora, y me lancé al ruedo. Después, ya más encanchado, cambié el nombre de la materia de Lectura comentada por Lectura crítica y poco a poco fui dándole un enfoque más personal. Como suele ser en esos casos, cuando sentía que ya me movía a mis anchas en la materia, y justo regresando de defender la tesis doctoral en Barcelona, el nuevo presidente de la SOGEM nos echó a mí y a todos los profesores del primer semestre so pretexto de un cambio de currículum, y sin indagar si llevábamos o no a buen puerto nuestros cursos. Lo más lamentable de esa situación fue que Gerardo se quedó sin un espacio de socialización que le mantenía vinculado con jóvenes. Era algo que le inyectaba vida.

 

Nos seguimos viendo de forma esporádica en los siguientes años. Procuraba echarle un cable cada tanto. Nos vimos por última vez el día en que presenté mi segundo poemario, en diciembre de 2021. Quise convencerlo de ir a la presentación, pero estaba decididamente cansado y prefirió quedarse a dormir.

 

Durante más de quince años siempre que llegaba a pasar por Dr. Vértiz 694 me asomaba a ver si estaba la luz encendida en el departamento 1. Y si eran horas decentes, incluso, llegué a tocar el timbre sin avisar. Casa de Gerardo fue para mí un espacio seguro.

 

Fui uno de los muchos que tuvimos el privilegio de su compañía y su generosa amistad. Me llegó a corregir textos, me dio ánimos en asuntos amorosos, me impulsó a escribir poesía, a leer de todo, me alentó a ser profesor, se emocionó cuando supo que venían en camino mis hijos, y siempre, sobre todo, me dejó hacer, equivocarme, aprender en el ejercicio de vivir. Supongo que en resumidas cuentas fue un pilar de mi educación sentimental y, desde luego, literaria.

 

–¿Leíste el último de Myriam Moscona?

–Sí, el de la lengua inglesa. Cómo no. Muy bueno, muy ingenioso.

–Sí, espléndido.

–De hecho, tú me regalaste Vísperas en una venta nocturna del Fondo de Cultura. Ahí la empecé a leer.

 

Siempre llevaba consigo una libreta para anotar ideas para cuentos, novelas, guiones o lo que fuera. Una noche, sacó su dichosa libretita de la mochila y nos leyó a quienes lo acompañábamos a beber unos tragos en esa ocasión una frase que había escrito, y que solo nos confió con la promesa de que no la divulgáramos porque la iba a usar para algún libro –y creo que está en La muerte me pertenece–. Decía, palabras más, palabras menos: “La vida es una tragedia llena de momentos cómicos.”

 

Es tan extraño tener que acostumbrarse a la ausencia. En cualquier momento pienso que podría marcar el teléfono y probar suerte a ver si lo encuentro. En fechas recientes casi siempre estaba. Desde que perdió la vista del ojo derecho salía menos. Me llegó a confiar que tenía dificultades hasta para servirse el café. Lo terminaba tirando en el piso, hasta que halló el modo y entonces recargaba el pico de la cafetera en la taza y no había pierde. Y así todo. Qué bueno que no sufrió, pero qué difícil es siempre eso de las despedidas.

 

–¿Qué horas son ya, Nieto, hijo y nieto de camborios..?

Camborio de dura crin… La una veintiocho.

–En la madre, vámonos a dormir.

 

Como cualquier otra noche, recogemos la mesa de la sala, lavo unos cuantos trastes, tiramos la botella a la basura. Bajamos la escalera y nos despedimos en la puerta del edificio.

 

Qué extraño llamarse Federico de Ettore Scola. ¿Tú me la recomendaste?

–Creo que sí, ya no me acuerdo.

– Bueno. Gracias por todo. Cuídate.

–¡Chaaao!

 

 

*Jesús Nieto es autor de los poemarios Memoria itinerante (Ultramarina, 2019) y Preludio del Alba (Itacatl/Gato tuerto, 2021). Estudió Sociología en la UNAM y Literatura Comparada en la Autónoma de Barcelona. Se desempeña como profesor de Humanidades en varias universidades. También escribe ensayos, y artículos de opinión sobre música y literatura.

 

Revista Desocupado