Noticias

 

Detalles

2022-04-07 12:42:56

En unos cuantos pincelazos, Omar González García nos regala este relato sobre la vida cotidiana de un personaje: el arquero El Gordo Quiroga

 

 

Por Omar González García*

 

 

Los detalles. ¿Dónde, cómo, por qué? ¿Qué es? ¿Nos delata?, ¿nos presenta o nos representa? ¿Dónde radica? Se atribuye a Adolfo Bioy Casares haber dicho alguna vez que a él podrían engañarlo hablando, pero por escrito jamás. Y si alguien dice “Come en casa Borges”, se está plagiando, un detalle característico de y en Bioy y no puede engañarnos.

¿Somos personas de detalles o somos detallistas? Es probable que seamos ambas cosas en momentos diferentes.

El Gordo Quiroga, arquero memorable del Club Atlético Rivadeneyra (CAR) y cuyo himno grabó un joven Tito Riquelme:

 

A la cancha valientes salid,

centrojaz, back central, wing derecho…

 

...sabía que si su padre se empilchaba con guayabera nueva, se ponía un toque extra de Old Spice, tomaba su cartera, sus tarjetas de presentación y su pluma Parker, la noche sería larga en La flor de ramales y terminaría en algún burdel del arrabal porteño o un amueblado de la calle de Arciniegas.

El Gordo también sabía, lector de detalles, que si el centro venía cerrado sobre la mitad del área había que salir a romperla con todo y llevarse por delante a quien fuera para evitar el gol.

Con los años, cuando dejó el fútbol, El Gordo supo lo que era salir a ganarse el mango en canchas menos amistosas, más difíciles; empilcharse en una guayabera blanca casi siempre, colgarse una birome en la bolsa y salir a caminar para terminar en el Restobar 1940 contando las historias que todos festejaban; luego una escapada a La Enramada, el lujoso cabaret privado de la bisnieta de Graciela Olmos donde Tito Riquelme cantaba al oído de coperas de talles breves y pechos generosos los boleros de moda, mientras El Gordo administraba haberes y cuerpos al calor de la noche.

En aquel mundo perdido en las profundidades del arrabal de San Tomé de Malabia, El Gordo reinaba impertérrito con un lenguaje de detalles: un guiño, la mano izquierda arriba con los cinco dedos abiertos; la derecha con el pulgar arriba, con la birome sobre la mesa o detrás de la barra del cabaret, viendo, escrutando; midiendo el centro cerrado, la pelota en la horquilla, el poste más cercano: el hombre que negociaba los favores de una copera; aquel que pedía fiada una copa o marcando de cerca, fijamente a quien se llevaba la mano a la sobaquera y que no era, El Gordo los conocía a todos, un cana federal.

Quiroga siempre supo leer los detalles. Todos, dentro de la cancha de fútbol y fuera de ella; como regente de cabaret y hombre de negocios, supo leerlos. No hubo flaqueza ni error, affaire, liaison o aventura ya fuera pública o privada en San Tomé de Malabia que escapara a su escrutinio, a su registro, a su detallado control.

Por eso, ahora que El Gordo Quiroga no está más entre nosotros y he recibido en herencia sus libretas, sus cuadernos y sus libros contables; a sus coperas –las más jóvenes, amantes diestras, sensuales— y sus múltiples contactos con la cana y el submundo de San Tomé de Malabia, es que pienso en contar la historia de este hombre de detalles, cuyo retrato general consignan estos caracteres, detalles perdidos en la hoja blanca que no es, ni de lejos, la vida de El Gordo y mucho menos la mía y que esta noche, por alguna razón cualquiera en que me empilcho en azul y me detallo en las caderas pronunciadas hasta extremos delirantes de Carla Quiroga, la nieta de El Gordo que, seguro no lo vieron venir, me ha ofrecido las libretas, los cuadernos y los contactos de El Gordo, su abuelo a cambio de escribir su biografía definitiva –acaso reivindicatoria— y los escándalos que conoció, organizó, regenteó, siempre pensando en los demás, porque lo que El Gordo hacía, ahora que reviso sus libretas lo sé bien, era un servicio comunitario: seguridad, minas, alcohol, telos lujosos, cantores y orquestas para tus fiestas.

¿Oíste hablar de las Blancas Mariposas?, preguntó Carla al calor de las copas y los cuerpos en la suite que desde meses atrás rentábamos en El Principal. Le dijo que tenía una vaga idea de aquel lugar. El sábado hay una fiesta, vamos. Y al decirlo percibí en sus labios y la areola bravía de sus pezones, la prometida revelación de un detalle inolvidable.

 

*Omar González-Garcia (México, 1962). Autor de la columna Anaquel que se publica en diversos medios electrónicos. Ha escrito ficción para diversas revistas digitales y el texto que aquí se publica fue uno de los que presentó en el Tercer Mundial de Escritura en 2020.

Revista Desocupado