Entrevista

 

Entrevista a John Gibler. Los 43 de Ayotzinapa: una historia oral de la infamia

2017-05-25 07:10:41

...no es la ausencia del Estado, sino al contrario, lo que vio esa noche fue la presencia del Estado...

 

 

“El director del hospital le pregunta a los chicos de dónde venía el herido y cuando le dicen que de la Normal les contesta: Pinche ayotzinapo, te hubieran matado… Salí de esa reunión con el director del hospital llorando, me sentí como si me hubieran golpeado y le dije a una compañera: Acabamos de estar frente a los ojos de la masacre”, relata John Gibler sobre lo que sucedió el 26 de septiembre de 2014 en Iguala para #RevistaDesocupado

 

 

Por Javier Moro Hernández*

 

 

El caso de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala simboliza en muchos sentidos la crisis de derechos humanos por la que atraviesa el país.

Sin embargo, el gobierno mexicano se ha cerrado a la crítica y al escrutinio público, negándose a cambiar su versión que habla del asesinato y posterior cremación de los cuerpos de los 43 desaparecidos en el basurero de Cocula, municipio aledaño a Iguala. Una versión que ya ha sido desmentida por varias investigaciones independientes, pero que el gobierno y sus medios de comunicación aliados han defendido en contra de todos. Justo para defender esta “verdad” oficial es que se ha intentado criminalizar a las víctimas y a los sobrevivientes de esa noche trágica. Pareciera que son ellos, los estudiantes sobrevivientes de la barbarie, los delincuentes.

Por supuesto esta versión no toma en cuenta que fueron miembros de las fuerzas del orden municipal y estatal, coludidos con la delincuencia organizada, los que atacaron a civiles indefensos y desarmados. Hay en estos intentos por defender la versión del gobierno una intención por criminalizar a las víctimas, postura que también ha estado presente en los actos en los que el gobierno ha estado vinculado, como Tlatlaya, Apatzingán o los asesinatos ocurridos en la colonia Narvarte de la Ciudad de México, por mencionar solo algunos.

Es en este clima de violencia e intolerancia a la crítica que libros como los del periodista norteamericano John Gibler son necesarios y oportunos. Una historia oral de la infamia (Grijalbo y Sur +) recoge los testimonios de los jóvenes sobrevivientes del 26 de septiembre y reconstruye paso a paso esa noche de horror: desde la salida de la Normal, su llegada a Iguala, la toma de los autobuses en la central de la ciudad y los ataques posteriores, dando cuenta del terror desatado por las fuerzas del orden y la coordinación necesaria para que esos ataques se produjeran, en una ciudad en donde había presencia de los tres órdenes de gobierno. Gibler nos deja claro en esta reconstrucción hecha a partir de las voces de las víctimas que antes de los hechos había una política de represión a los estudiantes que explotó esa noche y que Iguala era una ciudad tomada por el narco, que desaparecía y extorsionaba a sus anchas a la población, sin que las autoridades estatales o federales hicieran o dijeran algo.

John Gibler, autor de los libros Tzompaxtle: la fuga de un guerrillero, Morir en México, 20 poemas para ser leídos en una balacera y México rebelde, logra enhebrar las voces de los sobrevivientes para contarnos tanto el horror como la presencia de fuerzas del gobierno, por un lado, y la ausencia de otras instancias, lo cual no deja de llamar la atención.

“Este caso nos revela la fusión completa entre autoridad y delincuentes, eso es lo que se vio en las calles de Iguala esa noche, para mí lo que se vio no es la ausencia del Estado, sino al contrario, lo que vio esa noche fue la presencia del Estado, lo cual es irónico, porque parte de esa presencia es justo no estar con las funciones establecidas como autoridad, es decir, no cumplir con las obligaciones como parte de un Estado de Derecho. Es decir, no llegaron a resguardar la zona de las balaceras, a entrevistar víctimas y testigos, a recabar evidencias, las autoridades no hicieron ninguna diligencia. Hubo una hora y media, entre la primera balacera, que se da cuando los chicos sacan los camiones de la central y la persecución que hacen los policías municipales de los autobuses, y que acaba más o menos a las diez y media de la noche, y la segunda balacera que es cuando llegan los periodistas y los refuerzos de los estudiantes, cuando los sobrevivientes están tratando de resguardar la evidencia, proteger la escena del crimen; ahí hay una ausencia- presencia del Estado, no llegó nadie a resguardar esa escena, es más los que intentaron actuar de acuerdo al llamado Estado de Derecho fueron los estudiantes de Ayotzinapa. Esa falta de presencia del Estado, de las autoridades, es una ausencia criminal, porque a las doce de la noche llega otro comando armado que dispara a matar y asesina a dos de los estudiantes y termina provocando la desaparición de Julio César Mondragón, que aparecería al día siguiente.

Javier Moro Hernández (JMH): La estructura del libro nos permite conocer la historia a través de la voz de los sobrevivientes, de los testigos…

John Gibler (JG): Prefiero la idea de escuchar a las víctimas, a los sobrevivientes, yo quiero pensar que lo indispensable es escucharlos, porque ellos tienen voz, lo cual es un giro pequeño pero importante, y este libro es un esfuerzo por compartir ese ejercicio.

JMH: Uno de los testimonios que vienen en tu libro menciona que en el momento del primer ataque uno de los policías les grita a los chicos “Malditos ayotzinapos, los vamos a matar.” Eso nos viene a dar cuenta de que los policías sabían quiénes eran y eso desmonta la teoría de la confusión que ha manejado la PGR desde el principio.

JG: La teoría de la confusión es una cortina de humo, aun antes de tener los testimonios directos de los estudiantes, el solo hecho de que pudiéramos pensar que policías de varios niveles de gobierno iban a confundir a chavos en playeras, pantalón de mezclilla, huaraches, desarmados, sin ningún tipo de arma de fuego en las manos con narcos, es absurdo. Muchos periodistas han tenido experiencias, sobre todo fuera de la Ciudad de México, de estar cerca de alguna célula de algún grupo de la delincuencia organizada, y la forma en la que esos tipos actúan, se comportan, no tiene nada que ver con la de un grupo de estudiantes. Se mueven en camionetas de lujo, jamás ocultan sus armas largas, de hecho hacen alarde de ellas, hay testimonios de vehículos transformados que muestran las siglas del grupo al que pertenecen, no hay confusión posible, y menos en Guerrero en donde existe una campaña de difamación y de desprestigio en contra de la Normal desde hace años, pero con los testimonios que doy en el libro queda perfectamente claro que los tenían identificados desde un principio, sabían quiénes eran. Los narcos no roban camiones, pero si la teoría del quinto camión develada por el GIEI es cierta, podemos decir que los narcos fabrican camiones y controlan rutas.

JMH: Otro elemento esencial para entender el caso es saber que la ciudad de Iguala ya estaba en manos del narco, ellos eran la autoridad. Con todo y presencia de un destacamento militar, de la Policía Federal, con el Centro de Comando, es la tercera ciudad del estado, es un centro productor de oro. Es decir, ¿la autoridad federal no sabía que el narco era dueño de la ciudad?

JG: Una de las recomendaciones del GIEI es el análisis del contexto porque resulta que en el expediente oficial del caso no existe este análisis, lo cual para los expertos resulta básico, saber qué pasaba ahí antes de los hechos del 26 de septiembre. Una de las cosas que hicimos los reporteros que fuimos a Iguala en el mes de octubre de 2014 fue eso, saber qué pasaba en Iguala antes, entrevistar a personas clave y conocer el contexto, por ejemplo cómo actuaba la policía de Iguala antes de esto, y ya cuando surge el llamado grupo de “Los otros desaparecidos” fuimos a hablar con ellos, a entrevistarlos, justo para entender todo este contexto, y lo que se ve es que la policía municipal había actuado como el grupo de control territorial, no solo como el grupo que cuidaba el trasiego de drogas, sino también como un grupo que secuestraba y extorsionaba a la población como un negocio del crimen organizado, y hasta recibían un nombre como un grupo especializado para controlar todo, los llamaban “Los Bélicos”, y esa información se estaba publicando en varios medios en octubre de 2014, pero ese era un esfuerzo para entender el contexto de Iguala para poder entender así los hechos de la noche del 26 al 27 de septiembre, pero otra vez, la ausencia de cosas muestra su presencia real, la ausencia en el expediente de un análisis de contexto muestra que el Gobierno Federal quiere evitar una mirada rigurosa explicativa sobre lo que estaba pasando realmente en Iguala en esos momentos, antes y después de los hechos del 26 de septiembre. Para mí no hay ninguna otra explicación, no creo en la torpeza y en la incompetencia, que son las explicaciones más corrientes cuando se habla de los sistemas de seguridad mexicana, al contrario, son muy buenos en lo que hacen, saben hacerlo, entonces para mí la posible explicación de que cuando no se han seguido las reglas básicas de una investigación es porque simplemente estás buscando otra cosa y no se han seguido los protocolos más básicos de investigación, y no se han seguido desde las once de la noche del 26 de septiembre, no hubo presencia en ese momento y eso es muy importante.

JMH: Otro testimonio que recoge tu libro y llama la atención es de un taxista que les dice a los estudiantes que estaban en el hospital que no los puede recoger; hay órdenes directas para que nadie recoja a los estudiantes, no levantar heridos, no llevarlos. ¿Quién da esas órdenes?

JG: Eso nos habla de una ciudad tomada y nos da otra mirada, otro ángulo para entender la extensión y la naturaleza de ese control territorial. No solo tienen la capacidad de mandar, de coordinar a policías de varios niveles, estatal, municipal, sino que tienen la capacidad de pasar el mensaje a los taxistas de toda la ciudad y darles una orden, y que nadie la contradiga.

JMH: Hay un hecho que también llama la atención: ¿Qué pasaba en el resto de la ciudad mientras se daban los ataques contra los normalistas? En tu libro recoges testimonios de que en otras partes de la ciudad todo parecía normal. La gente sabía que había balaceras en esa parte y no se acercaba, pero el resto de la ciudad parecía estar en calma.

JG: Hay un testimonio que recabé de una maestra que me contó que llegaron a una taquería y había policías comiendo. A solo 4 cuadras de los hechos. Y yo sospecho que esos 4 policías habían participado y les dio hambre y con toda la impunidad del mundo fueron a echarse unos tacos mientras a 4 cuadras estaban disparando y desapareciendo estudiantes. Y eso es otra de las grandes ausencias que señala el grupo de expertos: la investigación a los superiores jerárquicos, los análisis de la cadena de mando. El mando más alto investigado en este caso por la PGR es un alcalde, pero un alcalde no le pueda dar órdenes a la policía estatal ni a la policía federal. El caso de Los Avispones, por ejemplo, el ataque se da en la autopista, la cual es territorio federal y no reciben ayuda federal, lo cual te habla de una falta de voluntad por ayudar a las víctimas, una ausencia una vez más, de la ayuda hacia las víctimas, nadie los ayudó, ninguna autoridad los ayudó en ningún momento. El ejército jamás prestó ayuda ni a los heridos de Los Avispones ni a los normalistas heridos.

JMH: La ausencia del ejército es otra presencia constante esa noche. Es un ejército que está presente en varios lugares pero que oficialmente lo niega todo. La PFP y el ejército se mueven en las sombras y su ausencia también nos dice algo.

JG: La revista The Economist publicó un editorial preguntándose a quién está protegiendo el gobierno de México en este caso, hasta los neoliberales más recalcitrantes están molestos con la falta de atención del gobierno mexicano hacia los procedimientos básicos de investigación en un Estado de Derecho.

JMH: Por último quiero preguntarte sobre la falta de sensibilidad hacia las víctimas del caso. Tienes una entrevista con el director del hospital Cristina de Iguala en donde él dice que los estudiantes son delincuentes y que considera que el desollar a un joven está bien. Es brutal, pero eso nos habla del proceso de normalización de la violencia que se está viviendo en el país.

JG: El director del hospital le pregunta a los chicos heridos que entraron por la fuerza esa noche a su hospital que quién era, de dónde venía y cuando le dicen que de la Normal, les contesta: “Pinche ayotzinapo, te hubieran matado”. Es brutal, pero tampoco quiero decir que todo está mal, hay otro testimonio de otro de los chicos que menciona que fue una enfermera militar la que lo atendió y le salvó la vida. No quiero que el libro sea visto como un libro que tiene prejuicio contra el ejército, como escriben varios columnistas que difamaron al GIEI. Lo que quiero poner en papel son los hechos, lo que sucedió y ver qué reflexiones nos dejan y a partir de esto preguntarnos cómo juzgamos moralmente los hechos. Está la enfermera militar que se comporta profesionalmente y le salva la vida a una persona, pero por el otro lado tenemos una insensibilidad asesina. Debo decir que yo salí de esa reunión con el director del hospital llorando, me sentí como si me hubieran golpeado, y le dije a una compañera: “Acabamos de estar frente a los ojos de la masacre”. Yo sentí que estuve de frente a toda la maquinaria que hizo posible la desaparición forzada de 43 estudiantes, un médico que con toda la tranquilidad del mundo me dice: “sí, es mejor torturar, desollar”, que entender por qué protestaban los jóvenes.

JMH: Sergio González Rodríguez lo mencionó, este acto se puede ubicar dentro de una política nacional de control social. No solo es el narco el que quiere recuperar un camión, sino es un estado coludido con el narco que quiere dar un ejemplo, una lección a todos los que protestan contra sus políticas neoliberales.

JG: La línea de investigación del GIEI sobre si el quinto camión llevaba un cargamento de heroína hay que seguirla para saber si eso fue el detonante, pero yo creo que se suma un contenido represivo, anti insurgente, en el sentido político de anti sistema, de represión a opositores al sistema, de represión a opositores del régimen, porque los estudiantes siempre actuaban dentro del esquema del Estado, es decir hacen exigencias para beneficiar a una escuela pública, es decir, una escuela estatal, sus exigencias eran presupuesto para transporte, comida. Lo que tenemos es un Estado que ha desmantelado la educación pública y además tenemos un contexto de despojo neoliberal. La alternancia política, el cambio de PRI a PRD, no cambió en nada la situación de Guerrero; entonces yo sí creo que es un claro mensaje de terror en contra de la movilización social y las exigencias de una visión del mundo distinto al modelo neoliberal donde Ayotzinapa siempre ha sido un referente de la lucha social. Habría que investigar toda la situación de saña y crueldad que sucedió esa noche porque no es normal que por un camión lleno de heroína pasara todo lo que sucedió el 26 de septiembre de 2014.

 

*Javier Moro Hernández. Es poeta, periodista y promotor cultural. Autor del poemario Mareas (Abismos, 2013) y de las plaquettes Los Hipopótamos de Pablo Escobar (Deléatur Estudio, 2016) y Los salvajes de ciudad Aka (Deléatur Estudio-Dos10, 2012). Colaborador de La Jornada de Aguascalientes y de revistas digitales como Suplemento de Libros, Noiselab, entre otros.

 

 

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