Lo senil está presente en la novela "Dar las gracias no es suficiente", de Carlos Bortoni, porque el protagonista es un anciano no privilegiado
Por Juan N. Becerra Hernández*
Dar las gracias no es suficiente (NITRO/PREES, 2019) es la novela más reciente del narrador Carlos Bortoni (México, 1979). Una historia en donde se pone de manifiesto el talento antropológico y detallista del autor, al poner a los lectores en situaciones de reflexión ante manifestaciones sociales y de condición de vida que de pronto pasan inadvertidas y que podrían parecer inverosímiles.
"A cierta edad… solo se puede dar lástima", nos dice el Sr. González, protagonista de Dar las gracias no es suficiente, un empacador de supermercado de la tercera edad, en quien se centra la historia, al revisitar el día a día con el que se enfrenta al azaroso juego de la generosidad de la clientela.
Bortoni nos presenta una novela en donde el protagonista trabaja en un espacio en donde uno de sus elementos centrales acaba de ser prohibido, es decir las ya famosas bolsas de plástico, que por la Ley de Residuos Sólidos fueron sacadas de los centros comerciales, tiendas, etcétera. Este es el ambiente en el que se desarrolla esta historia. Platicamos con el autor sobre la vejez, las y los lectores, la transformación de México y desde luego de la lista del mandado.
Juan Nicolás Becerra: ¿Queda esperanza en el Sr González?
Carlos Bortoni: No lo sé. Es decir, no estoy seguro de ello. Conozco muy poco al Sr. González. Una de las condiciones que me impuse al empezar a escribir Dar las gracias… fue la de asomarme lo mínimo necesario a la vida del Sr. González. Asomarme solo ahí donde fuera imposible no hacerlo para poder contar la historia de un anciano que trabaja en un supermercado empacando compras ajenas. Saber cómo llegó ahí o si le queda esperanza o no, tiene que ver con otra historia, quizá con la que construya el lector.
En ese sentido creo que más que esperanza, el Sr. González tiene necesidades no satisfechas. Del mismo modo que las tenemos todos. A un nivel completamente animal, básico. El Sr. González tiene hambre, pero no comida. Le faltan los recursos para conseguir comida. O, mejor dicho, tiene, cree tener, decide apostar, por un solo recurso: la capacidad de dar lástima a los otros y a través de ello garantizar su sustento.
JMB: ¿Cuál fue el detonante para escribir Dar las Gracias no es suficiente?
CB: Lo cotidiano. La idea de escribir una novela anclada en la cotidianeidad. Una antinovela en tiempos donde la novela está cada vez más emparentada con el cine de acción, con una intelectualización ramplona del espectáculo que busca sorprender al lector a partir de ocurrencias disparatadas en lugar de confrontarlo consigo mismo. Rulfo habría tenido que escribir sobre un Comala poblado por reptilianos para que hoy Pedro Páramo pudiera probar su suerte en las mesas de novedades.
El consumo, en una sociedad de mercado, resulta cotidiano para la mayoría de la población. Son pocos quienes consiguen escapar de él, más que escapar, ser excluidos. Y en una ciudad, el supermercado es el epicentro del consumo, y en ello radica el atractivo de sus personajes, en que habitan La Meca donde las cosas suceden.
JNB: ¿Cómo se está preparando para su vejez, lo ha considerado ya?
CB: (Risas, risas). Lo he considerado gracias a mi mujer. Es decir, económicamente nos estamos "preparando" para ello. Sin embargo, creo que se trata más de un paliativo para bajar la angustia de una posible vejez con complicaciones que una preparación real que garantice tranquilidad. Por otro lado, fuera de lo económico, me parece que emocionalmente resulta difícil prepararse para ello. Inevitablemente se trata de un retorno a la dependencia o (en el mejor de los casos) de una pérdida de autonomía y en Occidente (habría que discutir hasta dónde se han estirado los límites de Occidente) no hay un trabajo cultural que valore eso, que valore lo viejo en general. Regresamos al punto anterior: en una economía del mercado, donde el consumo es el motor de la sociedad, lo caduco debe ser desechado ¿Cómo te preparas para ello? Hace falta un trabajo interno muy pesado donde se ponga la resignación en el centro del sujeto. Y mucho me temo que la resignación choca frontalmente con la idea de éxito que coloniza nuestra cabeza.
JNB: ¿Ha encontrado en la literatura todo lo que buscaba?
CB: No sé qué busco en la literatura. Tampoco fuera de ella. Y, honestamente, tampoco sé qué he encontrado en la literatura. Quizá, si me obligas a responder, he tropezado, accidentalmente, con momentos de consuelo o de un desconsuelo absoluto, lo cual no es poca cosa.
JNB: ¿Con la literatura podremos transformar a México?
CB: Confío en que no. Es decir, habría que responder esto en al menos tres niveles. Por un lado, es necesario aclarar qué es literatura o cómo acontece lo literario, por otro ahondar en las posibilidades de la transformación masiva, y por último hablar del Estado (o las entidades corporativas) como una Hidra que lo invade todo.
En primer lugar: la literatura no es la obra de un escritor. No es el poema o la novela. La literatura es un acontecimiento efímero que sucede en el encuentro del lector con el texto y desaparece en cuanto dicho encuentro termina. En ese sentido, en segundo lugar, el acontecimiento literario es un evento privado cuyo potencial transformador, de existir, se reduce a lo individual, quizá incluso a lo accidental. Esa es la principal virtud de lo literario, su absoluta dependencia de lo accidental. Transformar a un colectivo, implica que llegar a millones de lectores y eso, sin demeritar a aquellos autores que lo consiguen, cosa nada sencilla, demanda sacrificar fondo.
Por último, para que la literatura fuera capaz de transformar México sería necesario desarrollar un programa, desde el Estado o (peor aún) una corporación con alcance nacional que trace objetivos y alcances que pudieran evaluarse. Ello se opone con las ideas de que la literatura es algo efímero que sucede entre el texto y el lector, e individual dependiente del accidente. En otras palabras: lo literario escapa del control y la administración de su potencial. Y al hacerlo queda condenada a fracasar si se la sumerge en una lógica donde solo lo que se mide se puede mejorar.
JNB: ¿A cuántas adversidades se enfrenta el Sr. González en su día laboral?
CB: Vaya, no son muchas. Dos o tres. Compañeros de trabajo y supervisores, clientes y mercancías. Quizá también a sí mismo. Me parece que son las mismas adversidades a las que nos enfrentamos todos a diario: lo otro y lo propio.
Sin embargo, el Sr. González, al asumir que no tiene más recursos que el de dar lástima, utiliza todo ello como parte de ese programa individual para garantizar su sustento. Sin caer en optimismos ramplones, toda adversidad es una oportunidad para que el Sr. González incomode o cause lástima en alguien y consiga unas monedas a cambio de ello. Así, un supervisor estricto es un medio para conmover a las cajeras; y una cajera malhumorada contribuye para que el cliente vea las condiciones laborales a las que el Sr. González está expuesto; todo suma a su causa.
JNB: ¿Hay una situación de desigualdad, de injusticia, de impotencia senil en la conformación de su novela, que nos dice sobre esos temas?
CB: Sí. La hay. Desde luego. La hay a pesar de que estoy convencido de que la literatura no debe denunciar. Sin embargo, creo (al mismo tiempo), que tampoco puede dejar de hacerlo. Le resulta inevitable abordar la realidad sin denunciar esa misma realidad. Ningún texto literario debería hacer de la denuncia su fundamento. Ello no significa que deba maquillar la realidad para hacerla menos cruda, digerible. No, por el contrario, el autor tiene un compromiso con los lectores por mostrar la realidad cómo la ve. Y ello atraviesa el inevitable acto de denunciar la podredumbre humana y la vileza del sistema en el que habitamos. Lo senil está presente en la novela porque el personaje es un anciano no privilegiado. Pero la denuncia no es sólo en contra del maltrato social a los viejos, también se denuncia al sujeto, el Sr. González como muestra, que se asume como un objeto y se conduce como tal, posicionándose en el mejor lugar en el que puede posicionarse en la estantería. Cosa que hacemos la gran mayoría cada que salimos a la calle.
La impotencia no es sólo la que sufre el viejo, es una impotencia sistémica, un sentir que hay muy poco que pueda hacer para cambiar nuestra realidad, que el margen de acción de uno como individuo es terriblemente estrecho. Esa es la injusticia, ese es el sustento de un sistema que busca preservar la desigualdad: reducir el potencial emocional de los sujetos a nada, inmovilizarlos al punto que solo pueda hacer lo que se espera que hagan. Que garanticen la continuidad del sistema.
JNB: ¿Qué opina el Sr. González del cuidado del medio ambiente y de la nueva medida de no dar bolsas de plástico?
CB: Como sucede con todo, al Sr. González el cuidado del medio ambiente le importa en la media en que este le ayude a conseguir más monedas de los clientes. Le importa en tanto ello afecta su objetivo. Un cliente que no lleva bolsas de tela y que decide, molesto, no comprar una en la caja del supermercado es un cliente que tendrá de regreso los productos sueltos dentro del carrito una vez que se le han cobrado, y se verá obligado a hacer malabares con ellos en la cajuela de su coche o en el transporte público. Es un cliente molesto que probablemente se desquite, consciente o inconscientemente, con el empacador dándole menos dinero del que pensaba darle o dándole nada en absoluto. Resulta lamentable, pero el cuidado del medio ambiente es una preocupación secundaria, en el mejor de los casos, cuando no se tiene el estómago lleno.
El empacador es la última línea que enfrenta al cliente en un supermercado. En consecuencia, es el depositario del estado de ánimo con el que el cliente abandona el supermercado. Y elementos como la bolsa de tela o la forma en que la o el cajero (¿debería decir le cajere?), que escapan al control del empacador, repercuten en el monto que recibe y ello le afecta.
JNB: ¿Los lectores son como los clientes; siempre tienen la razón? o ¿al lector lo que pida?
CB: Vaya, difícil de responder. Sí. El lector siempre tiene la razón. Es decir, la lectura que cada lector hace del texto es la lectura que importa del texto. No hay una lectura hegemónica, ni siquiera la del autor. Corrijo, mucho menos la del autr que está viciada por haber escrito el texto. Ello no significa que al lector se le tenga que dar lo que pida. No, nada de eso. Al lector hay que incomodarlo, ponerlo de frente al vacío y permitirle que experimente la caída. De lo contrario nos limitaremos a ser un departamento de satisfacción a clientes en el que lo único que se busca es garantizar que este regrese, una marca registrada como las que abundan en el mercado literario, un sello de garantía que permita a los editores poner un cintillo alrededor del libro que rece: "de la pluma del célebre autor del último libro que no demandó esfuerzo alguno por parte de sus lectores".
Esa forma de entender al lector, que no lo distingue del consumidor de refrescos o cereales, ese modo de asumir la literatura como una mercancía que debe disfrazar su pobre contenido nutricional recurriendo a etiquetados confusos que no dicen nada. Ese sometimiento a las leyes de la oferta y la demanda, abundan en las mesas de novedades, libros manufacturados como vídeos de YouTube, literatura que busca seducir siguiendo las lógicas más burdas del mercado.
JNB: ¿Qué experiencia ha sido para usted este segundo libro con Nitro Press?
CB: Trabajar con Lilia y Mauricio es genial. Nitro Press es una editorial honesta tanto en su postura editorial como en su trato a los autores. No hay medias tintas con ellos. No hay engaños. Lo que hay es mucho trabajo de edición, tanto de diseño como de corrección al texto. Un esfuerzo genuino por conseguir que cada línea impacte al lector de la mejor forma posible.
Confío plenamente en Lilia y Mauricio. Se trata de una confianza templada. Una confianza con el respaldo del trabajo que Nitro lleva años realizando con muchos autores. Para mí es un honor formar parte de sus Lados B y que tanto Perro viejo y cansado como Dar las gracias no es suficiente estén en el catálogo de Nitro. Creo que Lilia y Mauricio son una especie en extinción. Que forman parte de una larga tradición de editores que no se limitan a publicar los textos como maquilladores, sino que genuinamente hacen un trabajo antropológico de edición, dedicando a cada texto lo que el texto necesita. Fieles a esa máxima socialista "de cada cual, según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades."
En resumen, un segundo libro en Nitro Press es confirmar que pertenezco a una casa editorial.
JNB: ¿Cuándo inicia la competencia (cerillos y empacadores) o entre niños y ancianos en este país?
CB: No lo tengo claro. Hace más de 15 años. No estoy seguro. Pero no se trata de algo nuevo. No al menos en cuanto al lugar que niños y ancianos ocupan en la sociedad. Quizá el foro sea distinto, pero el modo en que la sociedad entiende y contrapone a los más jóvenes y a los más viejos lleva décadas siendo el mismo. Hay tres grupos que la sociedad excluye, que los coloca fuera de ella. Los niños, los inadaptados (criminales y enfermos mentales), y los ancianos. A los primeros se les entrena, para eso van a la escuela, para aprender a estar durante horas en un mismo espacio sin protestar, para moldear su voluntad al antojo y necesidades de la autoridad. A los segundos se les recluye por completo, quizá con alguno que otro intento de reinserción social. Y con los últimos no se sabe muy bien que hacer, tienen un costo enorme, entonces se les "permite" trabajar ¿En qué? En algo que antes sólo hacían los niños. Se trata de una concesión social y se espera que lo agradezcan. Es decir, el anciano queda al mismo nivel que el niño, su voluntad importa poco.
Me parece que, si el tema de los derechos de la infancia no hubiera tomado tanta importancia en los últimos años, aún veríamos cerrillos empacando mercancía en los supermercados. Si salieron de ellos es porque legalmente no era posible seguirlos explotando. Eso no pasa con los ancianos. No en un mundo donde se busca desaparecer las pensiones y que todo individuo sea responsable de seguir pagando impuestos y garantizar su propio sustento hasta el final de sus días. El viejo carece de protección en ese sentido. Hace poco leí que la Secretaría del Trabajo estaba revisando la condición laboral de los empacadores de la tercera edad. Sin embargo, al mismo tiempo, desde el INAPAM se impulsa este programa de vinculación productiva, como ellos lo llaman, el Sistema de Empacado Voluntario de Mercancías, que contraviene el derecho constitucional al salario justo.
JNB: ¿La auto conmiseración es necesaria en los empacadores?
CB: Esa es la tesis de la novela. Cuando no hay fuerza de trabajo o algún producto que ofrecer en el mercado, queda la lástima. Y a cierta edad sólo se puede dar lástima.
JNB: Por otro lado quería preguntarte sobre el Sindicato de Escritores.
CB: El Sindicato de Escritores Independientes es una plataforma de lectura. No es un órgano promotor de la lectura. Sino un puente que busca, como sostenía Walter Benjamin, hacer de los lectores colaboradores. Ello tiene mucho que ver con lo que te comentaba sobre el acontecimiento literario como eso que se da tras el encuentro del lector con el texto y luego se esfuma. Realmente el Sindicato es una entelequia ambigua. No permite que nadie se afilie a él. No busca la formación de cuadros. Ni promueve vanguardias estéticas. Sin por ello defender tradicionalismo alguno. Es simplemente un espacio inexistente de encuentro. Una posibilidad a la que se renuncia. Quizá su expresión más interesante sea El Puño Hundiéndose, reconocimiento que, a partir del año pasado, el SEI (por sus siglas en español) otorga a la mejor primera línea de los libros encontrados en las mesas de novedades. Desde el Sindicato de Escritores Independientes somos conscientes de las paradojas que un premio como este conlleva. En primer lugar, otorgar un premio implica sesgar la lectura. En segundo reconocer la primera línea ignorando el resto del texto esconde una descontextualización que apuesta por el perjuicio. Y por último hacerlo sólo con los libros que, accidentalmente o no, se encuentran en la mesa de novedades es un reconocimiento al encanto efímero del mercado. Paradojas similares a la de formar un Sindicato sin agremiados o agenda política. Sin embargo, creemos que exacerbar la paradoja permite reconocer las contradicciones de una industria editorial inserta en la economía de mercado.
En el 2019 El Puño Hundiéndose fue para Pedro Juan Gutiérrez por la línea con la que abre 'Estoico y frugal'. Este 2020 arranca con algunas primeras líneas interesantes. Aunque menos de las que se pudiera imaginar viendo los muchos títulos que desbordan las mesas de novedades. Tenemos una cuenta en Twitter desde la cual dejamos saber quiénes son los nominados y quién el ganador del premio: @hundiendose, otra paradoja, la de recluir a ese espacio que promueve el diálogo entre sordos y la profunda observación del ombligo, que son las redes sociales. Pero no se realiza un esfuerzo descomunal por comunicarlo.
JNB: Cuándo va al mandado al súper, ¿qué es lo que compras?
CB: Nada extraordinario. Frutas y verduras, pollo, carne, pescado, los ingredientes para preparar la comida en casa, que tengamos algo en el refrigerador y la alacena para desayunar, comer y cenar. En ocasiones pan. Artículos de limpieza. Artículos de baño. En fin, casi siempre se compra lo mismo. Y es raro que le demos más de cinco pesos a un empacador.
*Juan N. Becerra Hernández (1971). Bibliotecario relativamente lector. Intenta fomentar la civilidad a través de la lectura. Colaborador en Radio y Medios Digitales.