Entrevista

 

Utopía y distopía mexicana

2017-03-24 05:48:16

Entrevista con Lorenzo Meyer. El historiador plantea cómo la corrupción y la impunidad actuales han arrojado al país a un laberinto distópico sin salida

 

 

Por Javier Moro Hernández*

 

Hablar de una utopía es hablar de un lugar que no existe pero al cual quisiéramos llegar. Tomás Moro, político y pensador inglés describió en 1516 la ínsula de Utopía como el lugar en donde la república, es decir, la cosa pública, había alcanzado el máximo grado de perfección. Se trataba de una ciudad-Estado pagana, con un régimen comunista donde la razón guiaba a las instituciones. Era un lugar singular donde al poder lo determinaban la razón y el interés, elementos que primaban sobre los intereses egoístas e individuales. Ese lugar no existía ni tenía posibilidades de existir, era el “no lugar”.

Para el profesor emérito de El Colegio de México, Lorenzo Meyer, reputado historiador e internacionalista con estudios de posdoctorado en la Universidad de Chicago, en el concepto de distopía o lo opuesto a la construcción ideal de Tomás Moro, se persigue el mismo objetivo: hablar de un “no lugar” pero dominado en grado extremo por los aspectos negativos del ejercicio del poder. En la distopía, la “cosa pública” lleva a la construcción de comunidades que acaban con la dignidad de sus componentes, y la fuerza, el miedo, la irracionalidad así como la corrupción, son las características relevantes.

En México, nos dice Lorenzo Meyer en su más reciente libro Distopía mexicana: perspectivas para una nueva transición (Debate, 2017) han existido esfuerzos utópicos que despertaron los mejores impulsos de individuos, grupos e incluso sectores completos de la sociedad. La Guerra de Independencia, por ejemplo, fue uno de esos momentos en los que la posibilidad de construir un mejor lugar para vivir impulsó a un sector importante de la población a luchar contra el poder hegemónico del momento.

Los sentimientos de la nación suscrito por el cura José María Morelos en 1813 nos da cuenta de un ideal de futuro imaginado por una parte de los independentistas que pretendió explorar la posibilidad de transformar una colonia en un Estado nacional. Asimismo, los debates que llevaron a la redacción de las constituciones de 1857 y 1917 tuvieron elementos utópicos. Sin embargo, como nos dice Meyer, la última y quizá mejor utopía mexicana, es la que señala el historiador Adolfo Gilly: el cardenismo, ya que en él el nacionalismo se apoyó, y a su vez, respaldó el gran esfuerzo de justicia social revolucionaria que fue el contrapeso de las organizaciones de los trabajadores urbanos en su inevitable confrontación con el capital. Lo mismo sucedió con la reforma agraria.

México vería antes de acabar el siglo XX otro proyecto utópico encabezado por Carlos Salinas de Gortari, una utopía de carácter neoliberal, que terminó teniendo elementos de distopía, al atar el proyecto mexicano al impulso que la economía de los Estados Unidos mediante el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Este era un proyecto peligroso, como bien había advertido Daniel Cosío Villegas en 1947 en su célebre trabajo La crisis de México, en el que el pensador mencionaba que México iría a la deriva si no se reconocía y remediaba la crisis política y moral en la que había caído el régimen revolucionario. Esa crisis podría resolverse si México accedía a unir su destino con el vecino del norte. Pero en la medida “en que la vida venga de fuera”, México dejará de ser México, alertaba Cosío Villegas.

Queda claro que el proyecto neoliberal mexicano pretende atar nuestro destino al destino de Estados Unidos pero sin contar con un contrapeso que pueda darnos una visión independiente de cómo resolver y afrontar los retos que el mundo contemporáneo nos presenta. Este proyecto, como nos dice Lorenzo Meyer, ha generado un costo social y económico altísimo. El problema es que pareciera que un grueso sector de la élite política mexicana no parece dispuesto a cambiar de rumbo en el corto plazo y le sigue apostando a ese proyecto de nación, mientras que el país sigue viviendo una espiral de violencia y corrupción que ensombrecen la perspectiva de futuro.

Platicamos con el Dr. Lorenzo Meyer sobre este nuevo libro, que se presenta con un análisis duro y sin tapujos de la actual realidad mexicana, ante lo cual el autor de otros textos centrales para entender la permanente crisis del país como Las raíces del nacionalismo petrolero mexicano (2009) De la euforia del cambio a la continuidad (2007) El Estado en busca de ciudadano: Un ensayo sobre el proceso político mexicano contemporáneo (2005), entre otros, nos comentó que su más reciente trabajo busca ahondar en lo que sucede en México, "entender lo que nos pasa y poner el dedo en lo que está mal, subrayar los problemas y abrir la pregunta de si es posible que las cosas puedan ser diferentes en nuestro país, y por lo tanto, también es un llamado para que entendamos a México como es ahora pero también cómo podría ser".

 

 

Javier Moro Hernández (JMH): México ha perdido varias oportunidades para convertirse en una verdadera democracia, pero tal vez la más reciente de estas oportunidades fue el proceso de transición que en el 2000 desembocó en el triunfo del PAN en la elección federal y que llevó a la presidencia a Vicente Fox. Esa oportunidad perdida está generando un retroceso democrático, es decir, no sólo fue una oportunidad perdida sino que además no nos permitió consolidar nuestro proceso democrático.

Lorenzo Meyer (LM): Una oportunidad perdida, eso que Fox había podido haber encabezado por tener una importante legitimidad democrática y la buena voluntad democrática de una gran cantidad de ciudadanos. Él tenía algo único, porque ningún otro presidente había llegado a través de una votación en donde las reglas formales casi se cumplieron. Para lo que es México fue una votación y una oportunidad única. Se esperaba que él empezara a desmantelar, con prudencia pero rápidamente, la maquinaria autoritaria formidable que había creado el PRI a lo largo del siglo XX y que estaba montada sobre la corrupción, pero no lo hizo. En realidad muy pronto se quedó atrapado en esa corrupción, y luego en la segunda mitad de su sexenio, se dedicó a bloquear usando de manera ilegal e ilegítima, a través de la presidencia, a una izquierda legal y democrática. Fox dedicó a eso grandes recursos de su presidencia y eso echó a perder ese germen de democracia electoral que había surgido gracias al esfuerzo de muchos ciudadanos. El haber buscado y logrado el desafuero de López Obrador, que era el único candidato de la izquierda, el haberlo realizado por una cosa tan sin sentido como abrir una calle y haber logrado que el Congreso y la Suprema Corte lo apoyaran fue una puñalada a la recién nacida idea de una democracia electoral. Y de ahí vino Calderón con su todavía más estúpida pero sobre todo muy costosa guerra contra el narco. Ambas cosas permitieron el regreso del PRI, que debía ser historia para ese momento, pero que ahora es una nueva realidad en la que vivimos hoy.

JMH: Esta nueva realidad del PRI sacó a flote muchos de nuestros defectos democráticos, por un lado la terrible corrupción, pero también lo que menciona usted, la transición de un proyecto de nación que deja de lado el nacionalismo revolucionario, para entrar de lleno a un neoliberalismo vinculado de muchas maneras a Estados Unidos.

LM: Ese neoliberalismo salinista buscaba que Estados Unidos le diera nueva vitalidad a la economía mexicana, a través de lazos de unión fortalecidos entre las economías de los dos países, para no tener que cambiar el modelo político autoritario mexicano. La idea era tomar el ejemplo de lo que había sucedido en la Unión Soviética. Era tener una reforma económica, es decir, una reforma económica en este caso neoliberal, pero sin el Glasnost, sin la transparencia y sin la reforma política. La nuestra fue a propósito, fue reforma económica sin reforma política, algo que no culminó bien, entre otras cosas por la aparición del EZLN en 1994. Esto terminó por entregar la presidencia a la derecha, pero no las gubernaturas, que fue en donde se refugió el sistema, desde donde se gestó el regreso del PRI en el 2012. En el Estado de México, Veracruz, Coahuila, entre otros estados fue donde se gestó el “Nuevo PRI”, un lema que ahora causa irritación y molestia, porque era obvio que resultaba imposible que ese partido cambiara de naturaleza, pues ya llevaba muchos decenios en el poder y había demostrado que no era un partido hecho para compartirlo dentro de procesos democráticos. Lo suyo es el monopolio, y nos llegó ese mismo PRI de siempre, aunque en estos momentos se hace más evidente su naturaleza porque ya existen espacios transparentes que apuestan por la democracia, que ahora muestran de manera clara que la corrupción y la impunidad están desatadas, por lo que considero que la llamada “Transición a la Democracia” se vino abajo; por eso necesitamos una segunda. Este libro deja testimonio de todos los defectos que se han acentuado en el gobierno de Peña Nieto y la urgencia de recuperar el tiempo perdido. Si era urgente en el 2000 ahora es terriblemente urgente, porque el país está a la deriva. Antes daba el habernos insertado a la economía mexicana como subsidiaria y dependiente de la economía de los Estados Unidos, pero ahora desde allá nos dicen que nosotros no somos de la América del Norte, un mensaje que deja al sistema político y económico mexicano en el aire, sin proyecto. El proyecto era que nos uniéramos al proyecto económico de los Estados Unidos y ahora no existe esa idea, se está borrando.

 

 

JMH: México es un país complejo y paradójico, un país en el que surgen grupos de civiles armados que buscan defenderse de grupos de delincuentes dedicados al narcotráfico, pero en ese mismo país se lleva a cabo una reforma energética impulsada por el presidente Peña. Por un lado pareciera un estado debilitado, incapaz de dar seguridad a sus ciudadanos y por otro lado es capaz de negociar y reformar su constitución para vender a manos extranjeras el petróleo. ¿No es esto una contradicción?

LM: Un Estado tan descompuesto al que le brotan autodefensas pero que puede privatizar una gran riqueza natural. La privatización del petróleo forjó una gran alianza de las cúpulas: el presidente, los tres grandes partidos y los grandes poderes fácticos más el apoyo externo (Peña presentado por TIME como “El salvador de México”). Por otro lado, estaba AMLO, enfermo e imposibilitado de encabezar la oposición a la privatización, pese a que como lo muestra entre otras la encuesta del PEW Research Center levantada en esa coyuntura, las 2/3 partes de los ciudadanos no apoyaban la privatización. Las autodefensas brotan en tierras olvidadas donde esos “grandes poderes” simplemente no se interesan por enfrentar el problema. No hay ganancia inmediata para ello como sí la hay en el petróleo.

JMH: Por otro lado quería preguntarle sobre las protestas sociales, como #Yosoy132 (surgida en el calor de la elección de 2012) y las marchas que surgieron tras los hechos de Ayotzinapa. ¿Cómo canalizar esa energía social y ese enojo popular hacia la creación de un proyecto nacional que rescate los elementos del pasado, para que México pueda encarar el futuro?

LM: La energía social generada por el descontento con Peña (#Yosoy 132) era clase media urbana y medio se canalizó vía AMLO como candidato presidencial del PRD, que desplazó al PAN y lo dejó como tercera fuerza; algo es algo. Lo de Ayotzinapa o el “gasolinazo” no encontró el liderazgo ni el canal para transformarse en algo permanente. MORENA aún no tenía o no tiene la fuerza mínima para hacerlo. La energía de las explosiones de descontento tiende a disiparse si no la encausa alguien.

JMH: Menciona que la última etapa en donde se gestó un proyecto político propio mexicano, una utopía mexicana, fue durante el sexenio de Lázaro Cárdenas. Ante esto quería preguntar, ¿qué se necesitaría para generar un proyecto de nación propio?

LM: Tomar los mejores elementos de los anteriores y ponerlos al día. Yo creo que el último proyecto político mexicano propio, que en realidad estaba ya más cercano a la distopía, porque la utopía y la distopía son situaciones que no existen pero a las que nos acercamos, fue la del propio Salinas. De decir que con el neoliberalismo “se quitarán todas esas trabas que el Estado ha puesto a las energías de los mexicanos; la empresa y el mercado asignarán los recursos y en el mediano plazo México se desarrollará, será un país distinto, tiremos a la basura el nacionalismo revolucionario unámonos al neoliberalismo y seamos modernos, modernos”. Esa utopía quedó destruida muy rápido. Los zapatistas la empezaron a destruir a mazazos de inmediato. Y ahora no queda nada de ella, es decir nos queda la distopía, nos acercamos a una situación en donde todas las variables importantes están muy mal.

JMH: ¿Cuál es su perspectiva del futuro ante la política de la nueva administración de Estados Unidos, que ha tomado a México y a los mexicanos como el centro de sus diatribas y amenazas, y que ha firmado órdenes para construir un muro que nos divida. ¿Estamos ante el fin del proceso globalizador para regresar al proteccionismo nacional o cree que Trump sólo será un tropiezo en la globalización que ha seguido el mundo en los últimos 30 años?

LM: Lo de EU con Trump es la expresión de una parte de la sociedad norteamericana a la que las élites políticas tradicionales (tanto demócratas como republicanas) no han atendido y que un demagogo, no un político profesional, pero sí un tipo muy experimentado en los reality shows, detectó y supo explotar hasta llegar a presidente. En el camino creó un enemigo fácil de golpear: México y los mexicanos. Y lo sigue explotando ante el aplauso de esa parte de la sociedad norteamericana blanca y frustrada que se siente amenazada por la demografía mexicana de 33 millones y por el TLCAN como “robo de empleos”. Trump determinó que lo que la naturaleza no hizo -poner una separación física entre México y EE UU- lo va a poner él con el muro. Y eso le está redituando apoyo, mucho, en este momento; y el costo, en este momento también, es poco. Finalmente, esta política de Trump, si la sabemos aprovechar, puede llevarnos a un futuro de menor dependencia con Estados Unidos y acabar con el legado de Salinas, autor del TLCAN.

 

 

*Javier Moro Hernández. Es poeta, periodista y promotor cultural. Autor del poemario Mareas (Abismos, 2013) y de las plaquettes Los Hipopótamos de Pablo Escobar (Deléatur Estudio, 2016) y Los salvajes de ciudad Aka (Deléatur Estudio-Dos10, 2012). Colaborador de La Jornada de Aguascalientes y de revistas digitales como Suplemento de Libros, Noiselab, entre otros.

 

 

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