Entrevista

 

"La literatura ha sido mi tabla de salvación": Joel Flores

2018-05-16 06:45:34

En su literatura, este narrador iguala al verdugo con su víctima en una tragedia humana que podría estar en cualquier parte o en medio de una guerra contra el narco en México

 

 

 

Por Juan Nicolás Becerra Hernández*

 

Realizar entrevistas a escritores jóvenes siempre es un gran reto y es una satisfacción el poder compartir una conversación con personas generosas que están aportando una narrativa lúcida y necesaria en la actualidad. Joel Flores tiene 33 años y tres libros formados, dos de relatos y una novela, los últimos dos han sido laureados respectivamente y anteceden a una esperada trilogía que el autor prepara. El amor nos dio cocodrilos (VozEd Editorial. 2012) , Rojo Semidesierto (FOEM, 2013), el cual ganó el Certamen Internacional de Literatura 2012 Sor Juana Inés de la Cruz y Nunca más su Nombre (Ediciones Era, 2017), Premio Bellas Artes «Juan Rulfo» para Primera Novela 2014. Tres libros que se deben leer con deleite y compartir; dado que están construidos con oficio, talento y la disciplina de un lector avezado que ha dicho «¡Qué bonito es crecer escribiendo!». Compartimos una plática con el escritor zacatecano radicado en Tijuana.

 

¿En los relatos de Rojo Semidesierto el lector se enfrenta a los carteles a modo de compañía, es la forma de percibirlos después de la guerra contra el narco?

Hay una razón de fondo: antes de escribir estos relatos me propuse no seguir la línea trazada por la narcoliteratura mexicana ni hablar de carteles como si de homenajes se tratara. En ese sentido, me interesó más explorar, desde la ficción, la vida de las víctimas de la lucha armada entre el crimen y la milicia durante el calderonato, esas víctimas que la prensa se atrevió a mal llamar daños colaterales, cuya vida cambió al ser tocadas por el fuego cruzado, un secuestro o al haber pertenecido, por falta de oportunidades a La Compañía: un grupo delictivo que en Rojo… se sugiere como un símbolo que irrumpe en una ciudad del centro de México, altera y descompone el tejido social, símbolo muy parecido al de «Casa tomada» de Cortázar, donde los habitantes son expulsados por una fuerza misteriosa. Así quise representar las consecuencias de la guerra contra el crimen organizado en México.   

 

¿Habrá justicia y esperanza algún día en este país?

Siempre la ha habido. La literatura, la educación -en toda la extensión de la palabra- son portadoras de esperanza. La educación es el mejor canal para crear personas justas, con valores morales y cívicos, que busquen el bien común. En mi caso, volviendo a la literatura, los libros me salvaron en muchos sentidos: me salvaron de no renunciar a mi vida como lector, a pesar de que en mi casa nunca hubo una biblioteca; me salvaron de repetir los patrones familiares y ciertas fallas de origen; me salvaron de no echar raíces en Zacatecas -como muchos de mis contemporáneos lo han hecho- y me llevaron a buscar fuera del estado una nueva manera de ver mi propio país; me salvaron de unirme al empleo informal en una época en que esa alternativa era la salida más inmediata para los jóvenes en Zacatecas, cuando muchos, entre ellos mi mejor amigo que tiene siete años desaparecido, se unieron a esas filas. En suma, la literatura y la escritura creativa han sido mi tabla de salvación y es muy seguro que pueden serlo de muchas otras personas. Eso trato de enseñar en los talleres que imparto.

 

¿En los 14 cuentos de este libro logras establecer una distancia en la forma de narrar el registro de la tragedia del Narco, como lo logras conformar?

Desde un inicio busqué igualar a la víctima y al verdugo a través de la tragedia misma. Es decir, la tragedia iguala a ambos individuos porque ambos son parte de una ciudad conservadora, donde irrumpió el crimen organizado y no hubo posibilidades de desarrollo personal y profesional para sus ciudadanos. Sobre eso, ambos son víctimas de un sistema de gobierno que implementó una estrategia de seguridad fallida contra el crimen, la cual desató una violencia estructural que azota lo público y lo privado. En esa selva, cada uno sufre su tragedia desde el dolor, la pérdida, el duelo, pero también desde sus cargos de conciencia: los demonios que persiguen a los verdugos una vez que obedecieron órdenes y le arrebataron la vida a alguien que pudo haber sido su vecino, amigo o familiar. Por otro lado, también me interesaba el lenguaje. El relato exige al escritor una prosa depurada, elíptica y llena de silencios elocuentes: quería reflejar la vida en el semidesierto gracias a las historias en estos relatos, pero también en su forma de narrarlos, con la ayuda de oraciones cortas, casi secas, cargadas de elipsis y subtexto, cuyo poder de evocación invitan al lector a descifrar esos silencios gracias a sus referentes sociales y personales.

 

¿Hay desventura en los aspirantes a la lucha libre?

No sólo en los aspirantes a la lucha libre, también para todo aquel que pertenezca a un país cuya estrategia de gobierno es incierta. Alguna vez creí que la estrategia de seguridad fallida del calderonato era la culpable del alarmante aumento de muertes a causa de la lucha de la milicia contra el crimen, pero no es así: el actual gobierno federal y muchos gobernadores estatales y alcaldes municipales en turno han seguido esa tradición de convertirnos en desventurados: sus preocupaciones no están ligadas a los problemas reales que vive México, sino a salvaguardar sus intereses personales y a los de sus familiares.

 

¿Después de la lectura, habrá espacio para «Los que Leen» o nos quedamos con la reflexión de vida de las 14 tragedias que aborda el libro?

Bueno, quiero pensar que sí. Sin lectores, no existiríamos los escritores. En ese sentido, me gusta pensarme como una persona que se gana la vida dignamente leyendo, una actividad que me gusta contagiar a mis amigos, alumnos y gente cercana. Por otro lado, en Rojo… pretendí remover las fibras sensibles del lector, para invitarlo a interpretar que la violencia no distingue geografías ni fronteras, es un cáncer que está entrañado en el país pero que, a pesar de la tragedia, nos tenemos y podemos salir adelante si alcanzamos a entender quién origina esta violencia.

¿Nunca más su Nombre es una novela de filosofía de vida, de algo que es muy complicado, la convivencia con familia, como concebiste esta narrativa?

La novela escrita en América Latina enseña que se puede abordar la memoria colectiva de una ciudad y hasta de un país si profundizamos en la memoria individual, porque como individuos somos parte de una sociedad. Desde ese punto quise apelar a lo autobiográfico, a mi propia memoria, para escribir una novela generacional, donde abundan los hijos de padres ausentes, cuya aspiración es llenar el hueco filial provocado por esa ausencia y construir su identidad con lo que va encontrando en el camino. Desde esa idea empecé a planear la novela.  

 

¿Los personajes de esta historia logran sanar sus culpas y rencores?

El viaje del protagonista de Nunca más.. es un viaje al terruño, a los orígenes, a la constelación familiar, a los desaparecidos a causa del crimen en una ciudad conservadora, a las heridas que deja un padre abandonador; pero también es un viaje en el cual busca el perdón propio para lograr perdonar a los otros por los caminos que eligieron y no eligieron. En ese sentido, el viaje del antihéroe es hacia la dura superficie de la caja de Pandora, para convertirse en otro luego de enfrentar a los demonios familiares y los recuerdos de una ciudad a la que creyó no iba a volver.

 

¿Son valiosos los afectos para escribir?

Son la fibra de la narrativa.

 

¿El protagonista vive agobiado por una ausencia paterna, pero a la vez es un consuelo no tener esa figura, cómo equilibrar esta paradoja y conformar esta gran historia?

Por un lado, el protagonista se concibe como la suma de lo que ha perdido y de lo que puede construir por sí mismo. Vive agobiado por lo que no logró tener con su padre y porque pertenece a una familia disfuncional, típica de México y hasta de Latinoamérica. Por el otro, está su conciencia crítica, incluso de valor moral, gracias a la educación que buscó fuera de su familia y hasta en la misma literatura, de encontrar su identidad sin repetir los patrones heredados y, sobre eso, la de ser el eslabón que una lo que se ha roto, para después crear la familia que siempre deseó tener y no le queda de otra que iniciarla con su esposa en la esquina de México, que es Tijuana. Nunca más su nombre es una novela sobre la purga de las culpas, pero también sobre las segundas oportunidades.

  

¿El protagonista consigue una migración interna?

Interna y externa. Interna porque parte de la negación filial se devana entre pertenecer o no a una estirpe, perdonarla o deslindarse y finaliza perdonándose a sí mismo, para perdonar a su padre y purgar sus recuerdos. Externa, porque se muda de Zacatecas a Tijuana, a la ciudad de las segundas oportunidades, donde empieza la patria, como dice el lema fronterizo, pero también donde pueden retomarse los caminos truncados.

 

¿Qué Viva la familia, pero bien lejos, como dice Trino?

«La familia», como decía mi abuelo, «es como el sol: entre más lejos mejor». No obstante, más allá de la ficción, de la esencia de esta novela, que pertenece a un proyecto narrativo, a mi oficio, creo en la familia, en el hombre y la mujer que me dieron la vida, en mis hermanos, y estoy en deuda eterna con ellos; son la suma de mis recuerdos, de mi infancia, adolescencia y parte de lo poco que he vivido como adulto. Por eso, cada que hay oportunidad, se los demuestro con cariño.

 

¿En Tijuana inicia la Patria?

Y los sueños.

 

¿Con cuántos Ortegon se ha encontrado en el periodismo nacional?

Con muchos y no sólo en el periodismo nacional, también abundan en las comunidades literarias, en la burocracia de las entidades culturales, en los cuerpos docentes de las universidades y hasta entre nuestros vecinos. Aprovechar  y ejercer el poder institucional, moral, económico para omitir o desplazar al otro es casi una costumbre nacional. Otra costumbre es cómo los dueños, los directivos, los jefes forjan con el desprecio más vil en algunas salas de redacción a los nuevos ingresos para que aprendan que un puesto se gana con servidumbre, humillación dentro de una meritocracia.    

 

¿Cómo ha sido su experiencia de estar en una editorial tan valiosa como Ediciones Era?

Era es una editorial que me ha formado desde mis inicios como lector. Sus títulos me enseñaron qué tipo de literatura quiero escribir y me encaminaron a escribirla. Tienen un catálogo de dream team y todos sus títulos ofrecen calidad indiscutible. Desde mi primera novela quería ser parte de ese catálogo y trabajar con Paloma, la editora que ha revisado los libros de José Emilio, Elena Poniatowska, Pitol, Manjarrez y Parra. Estoy contento. Era es una casa que trata a sus autores como si fueran parte de una familia y ese trato es gracias a Marcelo, el director. Adriana, Isabel, Irma y más chicas y chicos que integran sus oficinas de distribución y promoción funcionan como una maquinaria bien engrasada. Nunca más su nombre está en deuda con ellos.

 

¿A qué maratonista y/o marchista nacional admira?

A Raúl González, por su trayectoria, por sus tiempos y por su libro ¡Así gané!

 

 

 

Juan Nicolás Becerra Hernández. Lector Desordenado, Jefe de la Biblioteca de la UPVM en Edomex , cuenta  con estudios de Posgrado en Gestión de Ciencias de la Información. Su tarea cotidiana es ser un Ciudadano Honorable.

Revista Desocupado