Entrevista

 

La búsqueda intelectual en 1990

2018-09-11 06:19:39

En esta novela, «Las almas de la mayoría», es un intento por descifrar y entender a la clase media e intelectual de la Ciudad de México durante la última década del siglo XX

 

 

 

Por Javier Moro Hernández*

 

 

Las Almas de la mayoría (La Cifra, 2017) es la tercera novela del escritor mexicano Carlos González Muñiz (Ciudad de México, 1980) que continúa su exploración por los mundos fantásticos, oníricos, nocturnos. Sin embargo, en esta ocasión el autor de novelas como Todo era oscuro bajo el cielo iluminado y El asombro planea entre universos narrativos claramente delimitados: uno de ellos es diurno, como lo define González Muñiz, en donde personajes como Esteban Colima, su pareja Lucía y su antigua amiga Laura, se enfrentan a las dudas que corroen su mundo profesional y personal. No saben si han escogido la carrera adecuada, no saben si sus decisiones profesionales y personales han sido las correctas. Y la aparición de José Han, hijo de una antigua amiga suya (Cloe), vendrá a intensificar estas dudas y a dar un vuelco en sus vidas.

Por su parte José Han, un niño retraído, serio, que ha crecido entre la casa de su padre moribundo y su abuela, la madre de Cloe, es un personaje bisagra entre el mundo de los adultos y un mundo onírico, nocturno, en donde mantendrá relación con «La Compañía», que le envía por las noches a unos extraños personajes, «los conductores», para llevarlo a realizar distintos trabajos, que tendrán una repercusión en la vida cotidiana de las personas, digamos, en el otro plano sensorial de la novela: en la realidad como la conocemos todos los lectores.

Esta diversidad de planos narrativos genera un ambiente de ansiedad, de perplejidad, en la que el lector buscará las claves para entender quién es realmente José Han, por qué puede viajar en esos coches viejos por las calles oscuras de la ciudad, por qué puede entrar a su gusto a las casas de las personas y manipular sus cuerpos, para provocar en los sujetos una serie de cambios sensibles en las personas, cambios que son apenas perceptibles, pero que determinarán sus futuras decisiones.

Es este el punto central de Las almas de la mayoría: la necesidad de cuestionar las decisiones vitales de los personajes, la necesidad de cuestionar el rumbo que han tomado sus vidas, tanto en el plano afectivo, como en el plano profesional. Tanto Laura como Lucía se han enfocado en sus carreras profesionales, han estudiado maestrías, han decidido dedicar toda su energía y concentración en triunfar profesionalmente, una en la burocracia cultural, otra en el área académica; sin embargo, esta decisión parece no haber sido la correcta. Por su parte Esteban se encuentra perdido, pues ha dejado de escribir, ha dejado de leer, ha dejado de perseguir su sueño de convertirse en alguien a través de las letras.

El único que ha triunfado en el mundo artístico es Traven, antiguo novio de Laura. Sin embargo, una enfermedad lo ha recluido en un viejo hotel perdido en Veracruz, y eso, y el abandono de Laura por perseguir su carrera profesional, lo han sumido en una misantropía enferma y cruel.

Las almas de la mayoría es una novela que presenta así un crudo relato del fracaso de una generación y una búsqueda por intentar comprender qué fue lo que pasó con esos sueños.

Platicamos para Desocupado con Carlos González Muñiz sobre esta novela, que viene acompañada por el cómic de Jazbek Gámez, que funciona como epílogo de la historia, pero a su vez, abre la puerta para nuevas posibilidades sobre «La compañía»: «El proyecto es como un intento de novela autobiográfica, que mostrará mi infancia en los ochentas, que es algo que he querido hacer, me interesa mucho el ambiente intelectual de los noventas, que me parece no se había estudiado en el momento en el que yo empecé a escribir la novela, aunque cada vez tiene más presencia en los libros, en las películas, pero el proyecto se fue transformando y fue una novela de mucha reflexión sobre qué era lo que yo quería decir; se fue transformando en una novela sobre la búsqueda intelectual, la búsqueda artística, y fue encontrando temas que me eran afines en las historias de otros artistas, porque me parece extraordinaria y trágica la vida de los artistas, se encuentra llena de presiones, de retos y enigmas; porque el artista nunca sabe si lo que está haciendo está bien o no, uno está perdido todo el tiempo, entonces la novela va sobre eso, y cómo los personajes en algún punto de su vida deciden repensar su historia».

 

Javier Moro Hernández (JMH): La novela tiene diferentes planos narrativos, cuyas historias se cruzan con la historia de José Han. Por un lado, tenemos a los artistas y a las personas que trabajan en la burocracia cultural, pero también está el papá del protagonista, que también se está cuestionando qué ha hecho con su vida. Es decir, no sólo los jóvenes artistas de treinta años se cuestionan qué han hecho con su vida, todos los personajes se encuentran en un momento de cuestionarse a sí mismos.

Carlos González Muñiz (CGM): Para mí esa es la parte diurna de la novela, la parte nocturna es la de José Han y este submundo extraño. Pero para mí significa entender parte de mi herencia, al final en su conjunto es un intento por entender a la clase media intelectual de la Ciudad de México, conozco a muchos hijos de académicos, yo soy hijo de una académica, que nos heredan una necesidad muy fuerte de no perder el «estatus», porque la clase media en México económicamente es bastante precaria, lo único que se puede heredar es un capital cultural, entonces pongo a los padres lidiando con la posibilidad de dejarles algo a sus hijos, cómo era el mundo en que esas clases medias intelectuales se formaron; esta ahí en la novela porque siempre vuelvo un poco a la autobiografía: cómo nuestros padres se capitalizaron y cómo nosotros respondemos a la exigencia, hay una presión fuerte sobre la clase media intelectual de mi generación.

JMH: Esta pregunta que se hace Esteban, el protagonista de la novela, a su pareja, Lucía, de cómo vives con esa presión, cómo vives con la presión de ser artistas. Pero al mismo tiempo está la pregunta de ¿cómo no fracasas como ser humano?

CGM: Es justamente la tensión entre la carrera, la posición social y el prestigio intelectual y el fracaso como ser humano. Yo creo que de eso se trata la novela, todos se hacen esa pregunta en algún punto: ¿De qué estamos hechos? ¿De qué nos hemos querido hacer? En la novela no hay una respuesta exacta, pero sí hay una respuesta en la forma de un personaje que es José Han, y de su madre, que no aparece mucho en la novela, que es un personaje ambiguo, etéreo, y que está inspirado justo en una chica que conocí en los noventas, está basada en ella en muchos sentidos el personaje de Cloe, que es este como ser un poco salvaje, poco educada, que sin embargo, tiene una intuición muy fuerte sobre muchas cosas: lograba hablar sobre libros y obras, a pesar de que dejó la educación formal, andaba buscando otra cosa, y por el otro lado estábamos todos tratando de formarnos, de leer mucho, de hacer maestrías, doctorados, y en algún punto eso me conflictuó mucho, porque me parecía una especie de formación artificial. Creo que, si pudiéramos ser un poco más transparentes en nuestra posición frente a la adquisición de conocimiento y a la utilidad que éstos tienen, podríamos ser menos soberbios en algún momento de nuestra vida, y ese fracaso es el que está presente en todos los personajes de la novela.

JMH: Ahí es donde aparece José Han, este personaje los pone ante un espejo, un personaje que no pregunta nada.

CGM: No cuestiona, pero los obliga a cuestionarse, porque es un niño que simplemente se entrega a sus visiones, a su imaginación feroz, sin tratar de esquematizarla ni sistematizarla, y mucho menos, vivir de ella, que al final de cuentas es lo que hacemos los artistas, pero eso es lo que representa José Han. Entonces él abraza sus visiones y de alguna manera, llegan a la novela para quedarse y para establecer un mudo paralelo a él; estas aventuras nocturnas que tiene son un poco su mundo interno, una forma de entender cómo puede reelaborarse, aunque también ocurren en un plano de lo real, ese era uno de mis intereses y una de las cosas que más trabajo me costaron fue que la novela realmente pudiera dialogar con lo fantástico, sin dejar de lado todos estos asuntos que me importaban tanto.

JMH: No es una novela que se pueda definir como fantástica, es una novela en donde se mezclan los planos fantásticos y realistas. ¿Cómo fue el proceso de mantener este equilibrio entre esos dos planos?

CGM: La novela había aparecido como un proyecto autobiográfico, pero siempre pienso en mi infancia cuando escribo y me parece que cuando somos niños esas bisagras existen de otro modo, sí son reales, sí hay momentos en los que se cierra el mundo de lo real y lo cotidiano para los niños y aparece otro, eso también es algo que me ha interesado. En mi novela anterior intenté esto mismo, pero fue para algunos lectores una parte compleja del libro, pero en esta novela la costura es más fina, el realismo me parece que está tejido de tal manera que es sencilla, que no opaca lo otro, deja a lo otro ser.

JMH: El plano imaginario en el que se mueve José Han tiene otro elemento importante que influye en la vida cotidiana de las personas, de los otros personajes; a Laura la transforma y quiere volver atrás, pedirle perdón a Traven y a Cloe, pero también a Lucía, la novia de Esteban, la transforma. Es decir, lo que sucede en el plano fantástico sí retroalimenta la realidad.

CGM: En esta novela hay mucha influencia de autores japoneses, de la cultura japonesa, en donde es muy tangible la presencia de lo sagrado, pero hay otros; en Borges también hay mucha presencia de lo sagrado y por lo tanto de lo sobrenatural, en Kafka también, que son autores que están presentes en lo que escribo. También esta novela tiene influencia de Neil Gaiman, quien logra colocar en entornos cotidianos lo que ha quedado de los dioses, él es muy literal en muchos sentidos, yo no voy tan allá, pero sí me gusta que haya una parte mitológica que nos hace falta, somos lectores y autores posmodernos, entonces hay vacantes en las mitologías cotidianas. Yo creo que la novela te permite plantear que hay un tejido distinto de lo real, esa fue una de las intenciones en esta novela.

JMH: En la novela aparecen los personajes que son llamados «los choferes», que tienen un elemento en común, que es que perdieron a alguien, a un ser querido, que no van a recuperar, y a partir de eso se van haciendo más pequeños, se van «a disminuir». Ésa es una metáfora muy importante, justo de la perdida y de la soledad.

CGM: Son perdidas que uno auto-asume como pérdida total, aunque siempre hay el discurso de la superación personal, que dice que la vida no termina con una ruptura, ya sea ésta amorosa, intelectual, vocacional, pero es que en realidad sí termina, yo creo que sí perdemos pedazos, cosas de nosotros mismos cuando perdemos algo o a alguien, y una de las cosas formales de la novela tiene que ver en cómo le sacamos provecho a esas metáforas, en esa medida uno de los influjos más importantes de la novela es Murakami, que es un autor que leí mucho, y que utiliza esta técnica de manera muy evidente, de exponer la metáfora como parte de la narración, pero no es un elemento suyo, en realidad es un elemento cultural, porque creo que en oriente la metáfora sí cobra vida en las narraciones al mismo nivel que la realidad, no es un elemento de revelación, ni una epifanía, sino como una parte del devenir diario.

JMH: ¿Qué tanto influyó la literatura y la cultura japonesa en la escritura de esta novela?

CGM: En esta novela mucho, estudié japonés por un tiempo, es uno de mis proyectos a futuro, por lo tanto sólo he podido leer traducciones de literatura japonesa, que tampoco llega mucho a México, entonces puedo decir que tengo los mismos conocimientos de un lector normal, porque se han publicado una y otra vez a los mismos autores, pero con eso creo que basta para conocer a los grandes autores japoneses, para entender cómo funciona su cultura, y creo que su tratamiento literario de lo fantástico responde a otras leyes, no son las que aplicaban Poe o Borges, tienen una naturalidad para darle entrada a lo extraño, a lo extravagante, convivir con él, eso está en la novela, pero también la idea del lenguaje desnudo del haikú, también está ahí, tuve que pelearme un poco con mi propia formación, porque el lenguaje puede ser tan complejo, tan enredado, y además nosotros tenemos una escala de valores a la hora de juzgar la literatura, no es equivocada, pero sí le damos mucho valor a la complejidad formal, y yo he peleado con eso durante mucho tiempo; entonces fue difícil, ya que en el aspecto formal traté de emular cierta transparencia en el lenguaje en las partes diurnas, pero en cuanto tema y forma sí traté de leer mucha literatura japonesa.

JMH: El agua es uno de los elementos que está presente en toda la novela. ¿Qué simbolismos guarda el agua?

CGM: Consideré el agua desde la cultura japonesa, en donde el agua simboliza la transformación y la quietud, al mismo tiempo, aunque también desde la mitología occidental es el paso al mundo de los muertos, pero también es el reflejo en la mitología griega, es el reflejo del propio rostro, pero también pensé en Heráclito, esa idea está sobre todo en los choferes, que cuando platican con José Han le van poniendo parábolas, por ejemplo, si remodelamos toda una casa ¿sigue siendo la misma casa? Entonces son esas parábolas filosóficas en donde el agua es un elemento interesante. Lo que intenté es usar al agua como una columna vertebral para hablar de lo que más me importa, que es la continuidad contra la inmovilidad.

JMH: Quiero platicar ahora sobre la estructura de la novela, me pareció muy interesante cómo vas cambiando de personaje en cada capítulo, pero estos capítulos son cortos, no te extiendes en la historia de estos personajes.

CGM: Fue una novela que reescribí mucho, que me tarde en escribir siete años y que estuvo lista el año pasado, pero faltaba el proceso del cómic que viene al final, fueron siete años de conceptualizarla, de pensar en cómo equilibrar la presencia de los personajes, porque de alguna manera, por el tipo de narrador que utilizo, todos los personajes son protagonistas en su capítulo, pero ninguno tiene más de cuatro o cinco capítulos, excepto Esteban, el protagonista, y en algunos momentos se entrecruzan; es una novela concentrada en el tiempo, lo que yo intentaba hacer era tratar de darme un espacio relativo para trabajar a los personajes y que no pasara demasiado tiempo, y que en ese espacio pudiera ir y venir en el tiempo, para contar las historias de manera simultánea y que ningún personaje se quedara atrás.

JMH: Quiero preguntarte sobre el cómic de Jazbek Gámez, que es el epílogo, pero al mismo tiempo nos cuenta otra historia sobre el mundo diurno que conocimos con José Han, los conductores y la compañía que los contrata.

CGM: Como decisión editorial dudábamos de dónde ponerlo, la primera idea era que fuera un cómic independiente del libro, incluso pensamos que pudiera salir en partes, pero dada la dinámica editorial, lo disgregado que está el público lector con la cantidad de oferta editorial que hay era muy difícil que se le pudiera dar seguimiento al cómic de esta manera; entonces, para el trabajo que hizo Jazbek Gámez no quería que se perdiera, porque fue un trabajo extraordinario. La mejor manera era ponerlo en el libro y después decidimos si se quedaba como epílogo o antes, pero yo no quería que el cómic perturbara la lectura, porque aunque ocurre en el mismo universo no tiene el mismo tono, y no quería que la gente estuviera esperando lo mismo, esto es algo para distender después de leer la novela.

JMH: ¿Qué es «La Compañía»?

CGM: Cuando el personaje llega ahí, esta se encuentra como suspendida en el tiempo, pero eso es algo que no sé explicar, y está constituida por personas que simplemente ya no quisieron buscar más, y de eso han existido siempre, porque siempre seremos abandonados por alguien o por algo, es una especie de poder más o menos organizado, pero es una especie de poder secreto que trata de mantener las cosas unidas.

 

 

*Javier Moro Hernández. Es poeta, periodista y promotor cultural. Autor del poemario Mareas (Abismos, 2013) y de las plaquettes Los Hipopótamos de Pablo Escobar (Deléatur Estudio, 2016) y Los salvajes de ciudad Aka (Deléatur Estudio-Dos10, 2012). Colaborador de La Jornada de Aguascalientes y de revistas digitales como Suplemento de LibrosNoiselab, entre otros. Recientemente la editorial Camelot publicó su primera novela: Cocaína. 

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