Entrevista

 

Giovanni Rodríguez: narrativa desde Honduras

2018-10-17 05:23:04

"Quise, tan solo, narrar una ficción hondureña, pero es solo la perturbadora realidad", dijo el escritor centroamericano en entrevista para Desocupado

 

 

 

Por Juan Nicolás Becerra Hernández

 

Con agradecimiento especial a Alma Columba,

por traerme el libro de la FIL 2017

 

 

Desde hace unos años he tenido inquietud por leer la narrativa que se está produciendo en Centroamérica, ese lugar tan cercano y a la vez distante de nuestro país. Una literatura en la que siempre hay hallazgos en torno a los temas de migración, narcotráfico y, desde luego, guerrillas; temas que siempre han llamado mi atención lectora. Sin embargo, por razones de distribución o difusión es muy complicado tener acceso a esa literatura y a la verdadera problemática de la región.

El buen acierto del Festival Centroamérica Cuenta, las reseñas y entrevistas que pude leer en el Suplemento de Libros (SDL) de Librosampleados, fueron nutriendo mi interés por esta literatura; justo ahí supe cuando fue laureado Giovanni Rodríguez ( San Luis, Santa Barbara, 1980 ) con el Premio Centroamericano y del Caribe de Novela “Roberto Castillo 2015”, por su libro Los Días y los Muertos (2016), Editorial Universitaria-UNAH.

Contacté a Giovanni y generosamente me dejó el libro. De este trabajo el hondureño Alberto Arce dijo: “El libro está seriamente bien escrito, con gran complejidad, pero ninguna pedantería. Muy por encima del nivel del país”En la siguiente entrevista platicamos de esta novela y otros asuntos con el escritor catracho.

 

¿Cómo surge la inquietud de narrar una historia en el Triángulo Norte?

Surge tras mi experiencia trabajando como reportero de la nota roja en un diario hondureño. Durante el tiempo en que me tocó asistir casi a diario a escenas de crímenes en San Pedro Sula, y alrededores, observé cómo era la violencia y la muerte desde diferentes perspectivas: la de las víctimas, la de los victimarios, la del periodismo y la de los lectores de noticias. Quise tan sólo narrar una ficción hondureña, pero probablemente, cualquiera que viva de México hacia abajo podrá ver en ella algo de su propia realidad.

 

¿Usted quiso escribir sobre San Pedro Sula como una ciudad donde hay furia, o esto es mera ficción?

San Pedro Sula es, definitivamente, una ciudad furiosa. Creo que todavía se encuentra en el “Top Ten” de las ciudades más violentas del mundo. Si uno se pone a sacar cuentas, descubre que en casi cualquier calle de esta ciudad alguna vez mataron a alguien. Parece una exageración pero es sólo la perturbadora realidad. En mi novela la ficción está en todos los hechos presentados pero no en las circunstancias que los hicieron nacer en mi imaginación. Nada de lo que ocurre en mi novela ha ocurrido en la realidad; y sin embargo, todo lo que se cuenta en ella es perfectamente posible que ocurra en la realidad.

La novela aborda un crimen pasional; ¿cómo se le presenta esta historia?

Al echar a andar la trama alrededor de la anécdota de un crimen pasional quise mostrar que la violencia en países como Honduras no siempre nace en contextos intrínsecamente violentos como el de las maras o el del narcotráfico, sino también en cualquier otro contexto. En países como éste, la violencia se manifiesta en todos los ámbitos de la vida, desde el asalto a mano armada hasta las discusiones con el vecino o con la pareja. Aquí pasamos, como suele decirse, con los nervios de punta, desarrollamos fácilmente la paranoia o asumimos la violencia y la muerte violenta con asombrosa normalidad. Aquí muchos son capaces de matarse casi por cualquier cosa y eso sucede porque vivimos en un país corruptísimo, escasamente educado y degradado por la pobreza, la injusticia social, el hambre, la impunidad y muchos otros problemas derivados de estos.

 

López se enfrenta ante el dilema de construir una historia de ficción o ser veraz en su pesquisa periodística. ¿Cómo equilibra este peso con el personaje central de la historia?

El personaje López quiere ser fiel a la verdad y por eso se arriesga a escribir lo que escribe; la búsqueda de la verdad es lo que lo mete en problemas. El otro personaje, Rodríguez Estrada dice ser un enfermo de literatura y por eso busca la verdad a través de la ficción. Ambos, probablemente, tienen el mismo propósito, y ambos canalizan ese propósito a través de la escritura.

 

¿Hay incertidumbre y amenazas a la labor periodística en su país? ¿Es el eje central en este libro que usted quería abordar?

Creo que esa no es la mayor preocupación del periodismo en Honduras. Aquí, con raras excepciones, lo que hay es un periodismo acomodado, que antes de exponerse a un posible peligro lo que busca es estar bien con el poder. Tampoco era mi propósito recurrir al cliché del periodista amenazado. Lo que en realidad me propuse al escribir esta novela fue reflexionar en torno a unas cuantas preguntas: ¿cómo nace en nosotros la violencia? ¿Por qué nos estamos acostumbrando a la muerte? ¿qué tan inmunes podemos ser ante todo eso?

 

¿Cómo compaginó esto para mantener al lector atento al desenlace de este thriller?

Como lector de novelas aprecio cuando el autor nos cuenta la historia de una manera en la que nos motiva a entrar en ella más allá de lo que tiene que ver con la anécdota contada. Para mí, las buenas novelas son una conjunción equilibrada entre anécdota y trama. Me aburren terriblemente esos relatos que sólo son anécdota y que no aspiran a nada estéticamente. Con esa idea, quise contar la historia del periodista López y del escritor Rodríguez Estrada de una forma en que los lectores mantuvieran su atención hasta el final, asumiendo, de algún modo, la curiosidad del primero y las angustias del segundo. Para lograrlo, recurrí a una estructura narrativa que combinara distintos formatos, desde la nota periodística hasta el diario personal, pasando por la metaficción, y recurrí también a ciertas técnicas narrativas que le permitieran al lector una experiencia alejada de las tradicionales historias lineales con finales sorpresivos.

 

¿Qué papel juegan la memoria y la fatalidad en la figura de López?

López es paranoico pero no miedoso; tampoco es fatalista. De hecho, asume la muerte como algo ordinario, y eso es lo que en determinado momento lo asusta un poco y lo hace reflexionar. Respecto a la memoria, tampoco creo que se le presente como una cuestión de gran importancia. Aunque está empecinado en armar un libro con distintas investigaciones en las que ha trabajado sobre casos que tuvieron gran repercusión en el pasado, pero nunca llega a hacerlo.

Hay dos lados en Honduras que usted narra, el de los vivos y el de los muertos; ¿cómo escribir con este contexto esta historia?

En Honduras todos convivimos a diario con la muerte o con la sensación de la muerte; nuestras calles son un peligro latente para cualquiera. Escribir sobre temas relacionados con muertes violentas en un país con altos índices de muertes violentas es casi inevitable para cualquier novelista.

 

¿Qué influencia hay del gran relato El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad en Los días y los muertos o solo es el apocalipsis en San Pedro Sula?

Siempre me gustó esa novela y me gustó también su versión cinematográfica. No creo que tenga alguna influencia sobre mi novela. Ojalá la tuviera. Y en cuanto a lo del apocalipsis sampedrano, tampoco creo que sea para tanto. Un apocalipsis evoca el final de algo, la destrucción total de algo, y aquí en Honduras creo que todos gozamos un poco con la idea de que el horror no acabe nunca.

 

¿Hay cabida para el sentido del humor en una trama que narra detalladamente violencia, narcotráfico, feminicidio, crímenes, opacidad, corrupción?

Un rasgo distintivo de los hondureños es que somos capaces de reírnos hasta de nuestras propias tragedias. Supongo que es el hábito que adquiere quien se resigna y pierde la esperanza en un contexto y un país como Honduras.

 

¿La narrativa hondureña está dispuesta a migrar arriba de La Bestia?

Dispuesta supongo que siempre ha estado. Arriba de La Bestia no sé. Que salga de esta aldea ya es bastante.

 

¿Qué libros está leyendo López y qué libros está leyendo actualmente usted?

López lee últimamente novelas policiales, pues resulta que luego de renunciar al periodismo le ha parecido que trabajar como detective privado no es una mala idea. Así que en los ratos libres se pone a leer historias de detectives imaginándose a sí mismo como uno de ellos. Al hacer esto, obviamente, también se ríe de sí mismo. Yo acabo de terminar Los diarios de Emilio Renzi, de Piglia, tres libros extraordinarios en los que el autor pone en juego la autobiografía, la teoría literaria y la ficción, y leo ahora Fractura, de Andrés Neuman, a quien después de leerle El viajero del siglo lo considero uno de los mejores novelistas hispanoamericanos actuales.

 

¿Qué ha representado el festival literario Centroamérica Cuenta para la literatura en Honduras?

A la literatura de nuestros países centroamericanos le hacía falta algo de roce internacional. Son pocos los autores de Centroamérica publicando en las grandes editoriales y con una presencia internacional importante. En la primera fila están Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Castellanos Moya, Rey Rosa, Halfon, realmente muy pocos. Con las excepciones que esos escritores representan, nuestra literatura centroamericana no circula ni en Centroamérica ni mucho menos en Latinoamérica. Para nuestra literatura hondureña en particular, el festival Centroamérica Cuenta representa precisamente esa posibilidad: la de que algunos de nuestros escritores salgan de la aldea con sus libros e intercambien sus experiencias con otros escritores. También podría servir para que algunos de nosotros entendamos por fin que no somos tan importantes y aprendamos a ubicarnos como corresponde.

 

¿Cuál es su grosería favorita de San Pedro Sula?

¡Hijuelagranputa!

Revista Desocupado