Entrevista

 

"México necesita más periodistas valientes"

2017-03-15 12:10:32

Javier Valdez escribe historias de terror pero con la ternura de quien brinda un abrazo en medio de la nada

 

 

Por Estela Juárez*

 

Cuando un reportero escribe historias de narcotráfico en México, la palabra miedo se plasma sola en la hoja en blanco. Se encuentra en los detalles, en la piel, los ojos, el cabello, las manos, las rodillas. En el estado de shock, el llanto, el insomnio, la tristeza, la desolación, la orfandad y aun así se queda corto, porque no hay forma de describir el infierno.

Un poco puede aproximarse a la bestia, mirarla a los ojos y atreverse a contar una parte; pero del monstruo del narco, sus complicidades, sus tentáculos, su influencia y poderío, nadie lo conoce a ciencia cierta, excepto algunos como Javier Valdez Cárdenas.

Javier Valdez Cárdenas, fundador del semanario sinaloense Ríodoce, sucesor en importancia al mítico semanario Zeta de Jesús Blancornelas, así como corresponsal de Proceso y La Jornada en Sinaloa, escribe esas historias de terror, inundadas de sangre, muerte y tragedia, pero narradas con la ternura de quien brinda un abrazo en medio de la nada, aunque en esas historias se le vaya un pedazo de vida y de aliento, pase noches sin dormir y requiera una terapia para reanudar el día a día, como cuenta en esta entrevista con la Revista Desocupado.

Javier Valdez Cárdenas (Culiacán, 1967) fue reconocido en Nueva York con el Premio Internacional a la Libertad de Prensa por el Comité para la Protección de Periodistas, y en 2013, obtuvo junto a Ríodoce el premio PEN Club a la excelencia editorial. En 2012, Valdez Cárdenas fue considerado entre los “50 personajes que mueven a México” y su libro Malayerba resultó finalista del premio Rodolfo Walsh en la Semana Negra de Gijón, en España. Sus libros sobre el impacto de la guerra contra el narcotráfico en México son ya una referencia obligada cuando se habla del tema. Títulos como Miss Narco, Los morros del narco, Levantones, Con una granada en la boca y Huérfanos del narco, informan con asombrosa veracidad y estrujan al lector para que lo que parece cotidiano no quede en el olvido.

En 2017, Javier regresa al mundo editorial con un nuevo título: Narcoperiodismo. La prensa en medio del crimen y la denuncia, en el que narra historias fragmentadas de un periodismo que parecería estar condenado al suicidio, pero que sobrevive con los cadáveres grabados en la mirada.

 

El cadáver como lienzo

Javier Valdez, quien ha dedicado cientos de páginas a niños que siendo víctimas del abandono pasan a las filas de una maquinaria asesina de jóvenes llamada “sicariato”, ha hecho un paréntesis en sus historias de personas desaparecidas o ejecutadas donde las víctimas son empresarios, policías o madres de familia, para explicar en qué momento la prensa nacional se convirtió en pura nota roja.
Javier se pone cómodo en un sillón, cruza la pierna y habla seguro de lo que está a punto de soltar: “es como si hubiéramos abierto los ojos de repente y en un parpadeo ya tenemos el infierno dentro. Avanzamos muy rápido al abismo y entonces ya no basta con matar, el cadáver es un lienzo sin letras, el cadáver mutilado, decapitado, exhibido, colgado de lo alto de un puente”.

Una vez en confianza, el autor dice convencido a manera de explicación del infierno en el que viven amplias zonas del país, que la decadencia en México abrazó las diferencias, las crisis, las desigualdades; los problemas se profundizaron y el narcotráfico ahondó en el salvajismo.
Javier piensa que en esta batalla los ciudadanos están en medio y los periodistas también, porque el narco ya está en todos lados. “No sólo es la manifestación delictiva de las drogas, ahora secuestran, extorsionan, tienen el control de la venta de armas, cerveza, los taxis; tienen hospitales, policías, al ejército, gente en el gobierno o que ellos pusieron al financiarlos. Es un narco omnipresente, está en todos lados”, afirma.

En este nuevo libro, editado por el sello Aguilar, desmenuza la situación de los periodistas en México, sobre todo los que ejercen el oficio en zonas de riesgo, un acercamiento con lupa en el que visita, entrevista y conoce de cerca el infierno, como él y otros más le llaman a nuestra cotidianidad.

 

Periodismo posible en condiciones imposibles

“Desde hace algunos años el periodista empezó a ser noticia por su valentía, pero también por su corrupción y porque juega con grupos de poder, se pone en medio y luego lo matan”, dice Javier Valdez Cárdenas, con voz de niño grande.

En Narcoperiodismo pone claros ejemplos de lo anterior y describe las vidas rotas de los periodistas exiliados, asesinados, cooptados y aterrorizados por el crimen. En el libro retrata el periodismo del silencio de Tamaulipas, el de Veracruz y Sinaloa, que da esperanza, pero también el de la oquedad, el que difunde lo que pasa en Noruega o Gran Bretaña, pero no lo que ocurre en sus calles.

Al respecto, asegura: “No me voy a referir al caso de Ríodoce porque ahí trabajo, y está referido en el libro. Pero por ejemplo, Veracruz, ahí encontré la sucursal del infierno y cinco pisos abajo con la narcopolítica, el gobierno criminal, una sociedad que no protesta, la corrupción, el pavor y, sin embargo, los periodistas resisten, escriben historias, hacen un trabajo de equipo, se cuidan. A pesar de ello, los sigan matando y persiguiendo”.

El autor refiere casos muy dolorosos de exilio de periodistas que tristemente no podrán volver a México porque su condena ha sido firmada y si regresan serán asesinados. “Hoy, ellos deben conformarse con mirar su casa por medio de internet, los han desterrado de su familia por el resto de su vida”.

Valdez Cárdenas habla de la violencia institucional, del lavado de dinero, de la colusión de políticos, empresarios, del periodismo de Jalisco, Coahuila, Nuevo León, y abunda en el de Veracruz.

“¿Cómo contar el periodismo mexicano sin Veracruz? ¿Cómo excluir a Rubén Espinosa, asesinado en la Ciudad de México hace ya más de un año? Un periodista perseguido, solo, mirando para todos lados, sin dinero, sin comer, triste, insomne, exhibido, expuesto, que huía de Veracruz, diciéndole a todo el mundo y todos publicándolo y de repente muerto”.

Para el fundador de Ríodoce, Rubén es la imagen de los periodistas mexicanos en medio del páramo, desnudos, frágiles, precarios, en su asesinato están todos y en Narcoperiodismo revela detalles de su persecución.

El corresponsal de diarios como La Jornada y la revista Proceso recuerda lo difícil que fue escribir este libro. “Tuve que callar. Llegar a Xalapa y no hablar con nadie”.

Grande, robusto, vestido de cuero, pelos parados, con su hablar y caminar norteño confiesa: “Guardé silencio. Fui a lo que fui. A todos los lugares que visité, como los buenos boxeadores, entré a la escena, golpeé, salí y después tuve que encerrarme para escribir. Todo eso fue para mí como trabajar con el techo encima, sin espacios para moverme, a punto de la asfixia, se trata del periodismo posible en condiciones imposibles”.

 

 

El arte de entrevistar

El papel de Javier no es juzgar, sino hablar con la persona, con el ser humano que tiene una historia encima, sea la que sea, un matón, un halcón, un sicario, una víctima, un niño, un hijo o una madre que busca y espera. Javier pide permiso para grabar, tomar notas, lo que le ha ayudado para que sus entrevistados le confíen sus vidas porque están ansiosos de ser tratados como seres humanos, por lo que terminan llorando y al final le dicen qué parte no debe publicar, lo cual respeta sin ningún problema.

Para él no hay forma de sanar lo que vive, sabe y escribe. Ha aprendido a administrar, enfrentar y reconocer esas dolencias, se refugia en el blues, el jazz, el rock, hace un guiño a Joaquín Sabina y Real de Catorce, algunos de sus artistas favoritos y los parafrasea de forma natural. También le gusta bailar, y sobre todo, llora y llora mucho.

Javier se describe como un hombre solitario y tiene la certeza de que no existe cura para la violencia, pero ha aprendido a torear sus consecuencias. Escribir es para él un desahogo, una catarsis, le sirve para exorcizarse. Un traguito de güisqui, y por qué no, se levanta y baila, aunque haga el ridículo y esté solo, eso le inyecta vida. No todo es tragedia. Eso es lo que nos describe en esta entrevista, en la que asegura que en él hay otros Javieres que conviven, que hacen y leen poesía, que son optimistas, luchadores, que se levantan, sueñan y están ahí, resistiendo.

Desde un punto de vista autocrítico, Valdez Cárdenas hace de Narcoperiodismo un libro que relata el momento por el que atraviesa la prensa mexicana, sobre todo en regiones en donde el crimen organizado lo ha llenado todo y los periodistas se han vuelto la nota de cada día.



Días de vida

Como periodista ha sufrido atentados, como el perpetrado en 2009 en las instalaciones de Ríodoce, cuando un grupo armado arrojó una granada para asustar a los periodistas y trabajadores, y lo lograron, pero no han cedido. Los reporteros a cargo de Javier cuidan mucho la información, la revisan milimétricamente, con lupa. Discuten mucho en esa redacción viva y palpitante.

Javier, quien escribe y gusta de usar sombrero, ha sufrido el asesinato de sus fuentes informativas, de gente cercana. Son muchas muertes y con ellas, él siente que también muere un poco o mucho en medio de tanta tragedia.

Sin embargo, aunque parezca un contrasentido, ha podido ejercer su periodismo en esas condiciones ubicando qué parte de la información obtenida no publicará y eso le ha salvado la vida. No se conforma con contar a los muertos, ni con la versión oficial, va más allá, pero sabe que no puede traspasar cierta línea invisible que es diferente en cada historia y ahí es cuando gana más minutos o más días de oxígeno para seguir escribiendo.

“Dentro de mi hay un cabrón que es pesimista, apesadumbrado, a veces hosco que se siente como un anciano de mirada acuosa, un tanto amargado, al que le molesta que echen a perder sus soledades. Pero sueña. Tengo la idea de otro país para mi familia y los mexicanos, que no siga cayendo en un abismo del que quizás no haya retorno”.

Valdez Cárdenas sueña con seguir escribiendo porque si lo deja también moriría, según dice. No se quiere ir de Culiacán, quiere terminar sus días haciendo periodismo. Tampoco quiere irse de México porque sabe que tiene mucho por hacer y a pesar de tener quebrado el corazón por contar tanta miseria, nunca ha pasado por su cabeza el retirarse.

“A veces me siento frustrado y triste porque gran parte de la sociedad no acompaña al buen periodismo, parece no importarle que maten o desaparezcan activistas y periodistas, pero también me alimentó de otras luchas de la gente que se atreve a hablar y dar su testimonio”.

Para Javier, la sociedad distante, fría, deshumanizada, resignada a la muerte, cómoda e hipócrita, acogió al narco y lo metió a la alcoba, y por esa razón se metió hasta la cocina. En parte la gente ha sido cobarde y ha extendido su indolencia. Así lo asegura con todas sus letras:

“Critico esa actitud de la sociedad mexicana de acostumbrarse a la maldad, a la muerte, a los abusos y justificar que todo lo que pasa es porque nos lo merecemos o porque así son todos los políticos y hace de todo esto una suerte de resignación, de hincarse a esperar la muerte, lo cual es triste y peligroso, porque se están perdiendo generaciones, de verdad generaciones enteras”.

Y agrega: “El narco es como el napalm, ese combustible endiablado que utilizó el ejército de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam y que, como el crimen, arrasa con la humanidad. Es una forma de morir y la sociedad no se está dando cuenta que las muertes no son ajenas, que son mexicanos, son personas, no marcianos”, insiste.

 

Un nuevo tipo de periodismo

Javier Valdez confía en que Narcoperiodismo sirva como punto de referencia, en medio de una encrucijada, para salir de ella y mirar al gremio con ojo autocrítico. “Para que los periodistas admitan que tienen cáncer, presión arterial alta, diabetes, pero también un corazón que palpita, con pasado, sueños y futuro. Para que hagamos un periodismo arriesgado, que practique el equilibrio sobre el alambre o la cuerda floja, pero también más humano y responsable, que describa el sufrimiento, el dolor, la tristeza y la desolación, con ética, con valentía, con güevos”.

Ahí, en medio del gran desierto, convertido en panteón, Javier Valdez Cárdenas ve un oasis en el periodismo de Veracruz, que en gran medida ha logrado exhibir al gobierno de Javier Duarte, quien después de tanta impunidad renunció a su cargo y hoy es un prófugo de la justicia, palabra que cada vez parece más ajena en México.

 

*Estela Juárez (Ciudad de México, 1975) es escritora y periodista. Le interesa el periodismo narrativo y la crónica. Actualmente es coeditora del portal de noticias de Radio Fórmula y fue reportera de los periódicos El Día y El Sol de México.

Revista Desocupado