Entrevista

 

El trabajo es un arma de destrucción humana

2019-03-14 15:36:31

Alejandro Hosne escribe un ensayo descarnado en el que exhibe, desde un punto de vista personal, cómo el trabajo capitalista aplasta las capacidades de las personas

 

 

 

Por Adán Medellín*

 

 

 

La leyenda dice que crecemos y nos preparamos para encontrar un trabajo que nos remunere económica, social y, de ser deseable, espiritualmente. Que el trabajo nos realiza como seres en nuestro entorno y le otorga un sentido a los días de nuestra existencia. Pero la experiencia del novelista y guionista Alejandro Hosne (Buenos Aires, 1971) en un empleo terrible lo llevó a publicar Diatribas contra el trabajo (Librosampleados, 2017), un breve manifiesto de prosa furibunda que atenta con ironía y rebelde lucidez contra algunos de los mitos laborales, las ideas y las dinámicas que nos obligan a permanecer en centros de trabajo sin importar cuánto puedan destruirnos.

Desocupado charló con el autor sobre este libro, las trampas del trabajo y el problemático sitio del escritor en el complicado engranaje laboral de nuestros días.

 

Escribiste esta diatriba cuando regresaste a trabajar en una oficina, en un empleo fijo, donde no te ocupabas en nada y tenías compañeros terribles. Hay gente que soporta trabajos así durante años. ¿Por qué tú no?

Podría decir que es por una cuestión de temperamento, pero no es así. Creo que tiene que ver con el objetivo final, o el supuesto objetivo final, de trabajar únicamente para comer. Hay gente (cada vez menos, creo yo) que quiere convencerse de que hay un sentido ético o de consolidación personal en el hecho de trabajar. Yo no creo para nada eso, lo veo como una pérdida de tiempo. Claro, hablo de trabajos que nos vemos forzados a hacer, no algo relacionado con nuestro oficio o capacidad real, sino esos empleos que tomamos por necesidad, nada más que para poder sobrevivir. Pero, ¿no representan el 99.99 por ciento ese tipo de trabajos? Y eso si tenemos la “suerte” de conseguirlos, porque la escasez de trabajo hoy es peor que la escasez de recursos naturales. Prácticamente nadie trabaja en lo que le gusta y sabe hacer, y mucha gente, si lo hace, es bajo condiciones esclavistas y con un maltrato que hará que tarde o temprano termine odiando incluso eso que tanto le gustaba. En ese aspecto creo que vivimos en el peor momento histórico del empleo, dejando de lado, claro, las épocas de deliberada esclavitud. Pero se suponía que debíamos evolucionar y mejorar la calidad de vida, no ir para atrás. O eso nos decían de chiquitos, ja, quizá nos mintieron.

 

A muchos, nos decían de pequeños que el trabajo era duro, feo, cansado, pero era una bendición, una tremenda fortuna. ¿El propio discurso del trabajo es una trampa mientras crecemos?

Sí, porque se habla del trabajo como un valor abstracto, casi con ínfulas religiosas, y a la vez te advierten que no escaparás de sus garras de acero. Se nos adoctrina sobre las obligaciones laborales sin nunca preguntarse (me refiero a nuestros padres o madres) si esas obligaciones valen algo o valen para algo en nuestras vidas. La educación mantiene esta mentira. A la religión hace mucho que se la cuestiona, en cambio al trabajo y al dinero nunca, ese es el verdadero tabú, lo que nadie toca ni se atreve a cuestionar realmente. Bueno, si ha habido muchos/as que lo hicieron, pero hoy por hoy, con un mundo globalizado sólo para la ignorancia y el consumo, ¿quién se atreve a tocar estos íconos sagrados?

 

El trabajo ha estado ligado a distintos tipos de esclavitud o de explotación humana en la historia. ¿Alguna vez el trabajo remunerado nos hizo mejores como sociedad?

Quizá sea una pregunta para historiadores. Yo hablo por mi experiencia y a partir de mi época y no veo eso ahora, para nada, al contrario. El consumo, más que nuestro sueldo, consume nuestra existencia. Es muy difícil hoy tratar de indagar en los sentimientos humanos más básicos y profundos, como el amor, la incertidumbre, la angustia y todos esos motores tan difíciles de enfrentar pero que nos constituyen como personas. Imperfectas e inseguras, quizá, pero cabales. El consumo capitalista intenta aplastar nuestra capacidad de preguntarnos e indagar sobre la misma existencia, sobre nosotros mismos, seamos personas destacadas, simples, complejas o mediocres, no importa, ese derecho de preguntarse cosas parece estar hábilmente desconectado. Y el trabajo esclavo, aplastante, que ya ni siquiera alcanza para cubrir las necesidades básicas, es el arma más efectiva para destruir esas cualidades humanas sin los cuales no somos más que cadáveres ambulantes.

 

En alguna época, el trabajo funcionaba para darle identidad, arraigo, pertenencia, compañerismo a los humanos. ¿El trabajo actual puede recuperar eso para nosotros? ¿Qué nos entrega?

Si el trabajo no nos representa, si no nos permite dar algo nuestro a los demás, algo que para nosotros es valioso, no es nada, es incluso menos que nada. Si uno trabaja y da, o brinda, como lo quieras llamar, aunque quede agotado y casi sin fuerzas se sentirá pleno. La plenitud no es una palmada en el hombro ni la “satisfacción del trabajo cumplido”, sino la concreción de un proyecto propio, no importa cuál sea, levantar una casa, construir un cohete, esculpir una figura, pintar un cuadro, lo que sea. Las pocas veces que hice algo donde sentí que aportaba mi granito de arena me sentí muy bien, y siempre quedé cansado porque eran actividades cansadoras por sí mismas. Y eso sí crea compañerismo porque genera empatía, aun en medio de enfrentamientos, de egos, celos y envidias, pasiones también muy humanas, ja, ja. Pero trabajar para sobrevivir y comprarse algo de vez en cuando, no, no veo cómo pueda ayudarnos a pertenecer a nada. Encima hoy el trabajo en general está tan mal pago y se ejerce bajo condiciones tan deplorables que nadie dura mucho tiempo en ninguno, con lo cual la sensación de nómade desclasado se acentúa más. Los migrantes, que ahora tanto atacan, quizá simbolicen en un punto al trabajador actual, que debe ir de un lado a otro aunque nadie lo quiera recibir, y para pedir limosna. Es decir, para pedir un trabajo esclavo y denigrante que sería como una limosna salvo que, en el imaginario psicópata que padecemos hoy, vendría a ser un “trabajo decente”.

Se han creado distintas maneras para hacer más “ameno” o “amigable” el entorno laboral. Desde las dinámicas de recursos humanos hasta el acomodo del feng shui en el espacio laboral. ¿El trabajo se volvió una conspiración para embrutecernos?

Totalmente. Creo que son complots (perdón el término paranoico) para hacernos sentir que en el trabajo estamos como en casa. Lo cual es cierto, ¡porque nos la pasamos en el trabajo, incluso los fines de semana! Vi gente totalmente desquiciada por el maltrato que sufría en su oficina pero a la vez contenta de que una o dos veces por semana fuera un profesor de yoga para darle clases. Locura total. Y eso de que “queremos que seas parte del equipo y te pongas la camiseta” es más un slogan de secta satánica que otra cosa. Las sectas, incluso esas que terminan haciendo que sus seguidores se suiciden o se inmolen por nada, deben haber sido tomadas como modelo para más de una empresa o corporativo. Con la diferencia de, como dije antes, la corporación tiene el poder del dinero a favor, algo mucho más poderoso que un dios, un semidios o un iluminado por dios, como suelen inventarse las sectas para justificar su existencia.

 

El escritor del siglo XX pasó a emplearse en empleos desde la publicidad, el periodismo, la burocracia o la enseñanza. ¿Era mejor para la literatura cuando el escritor era un marinero, un bohemio o hombre lleno de penurias fuera de la dinámica laboral?

Imposible decirlo para un desarraigado como yo, que vivió lo más mediocre del final del siglo veinte (el auge del neoliberalismo) y que vive este horror del siglo veintiuno, que quizá sea el templo supremo del neoliberalismo depredador… lo que sí creo es que el siglo XX fue terrible en muchos aspectos pero -y esto nunca se dice lo suficiente- tuvo una envidiable energía en cuanto a ideas, ideales, entusiasmo y arrancó con una creatividad que ya quisiéramos en esta época tan blanda y mojigata. Quizá la literatura demandaba aventuras y los escritores seguían ese llamado. El mundo debía ser vivido, experimentado, noción que hoy está muy devaluada. Los migrantes, pobres o clasemedieros, sólo se mueven por cuestiones económicas, la aventura no es un valor en sí, por obvios motivos. ¿Qué haría hoy gente como Jack London, John Reed, Simone Weil? ¿Cómo canalizarían sus pasiones tan extremas? No sé, eran personajes acordes al siglo pasado y quizá no se los pueda sacar de contexto, pero espero que pronto aparezcan sus nietos y nietas no reconocidos. ¡Los necesitamos!

 

¿Hay un trabajo que potencie mejor las cualidades literarias?

El desempleo.

 

La tenencia de empleo es un indicador de “bienestar” en estadísticas sociales y económicas. ¿Es posible crear una sociedad para los desocupados? ¿Qué nos daría?

Es difícil imaginar algo así, al menos para mí. Creo que habría que definir que es la desocupación en primer lugar. ¿Sería no tener trabajo según los parámetros actuales? Yo creo que una sociedad de desocupados no sería denominada así por los desocupados sino por los que los juzgan y los ven desde afuera. Porque estar desocupado, al menos respecto a la psicosis del siglo XXI -y si no se pasa hambre, obviamente- es atreverse al vacío de la existencia, eso que suena tan siglo XX pero que cargamos en nuestras espaldas desde siempre, y que tiene que ver con nuestra finitud, con la falta de objetivos concretos y con que muchas veces no sabemos qué hacer con nuestra vida, ni si realmente queremos hacer algo con ella. Ese sería el peor pecado, ¿no? Decidirse a no hacer nada. Pero eso requiere valentía también.

 

Cuando saliste del trabajo que odiabas, volviste a cierta incertidumbre, pero también a un dominio, a una libertad sobre ti mismo. ¿Por qué se culpabiliza tanto al desocupado, su tiempo libre, su ocio?

Porque no es productivo según los -entre mil comillas- valores actuales. El que no produce no existe. Por desgracia, el que produce suele producir para otros, o sea que es pura plusvalía, así que yo diría que tampoco existe, ja, ja. Claro, le mienten que sí es importante y necesario para que la sociedad funcione. Pero vivir la incertidumbre, y no hablo de la incertidumbre de estar sin trabajo sino la de, simplemente, existir, no es fácil. Para nada. Te ayuda a ser libre con todas las imperfecciones que tiene ser libre. Es decir, te hace conciente de tu pequeñez, de tus limitaciones, del paso del tiempo y del sinsentido de todo, de lo poco que logramos por más esfuerzo que pongamos en hacer tal o cual cosa. Pero está bien, así es la vida, me parece. Y siempre fue.

 

 

*Adán Medellín (Ciudad de México, 1982) es escritor y periodista. Ha publicado cuatro libros de cuentos. El más reciente es Blues vagabundo, por el que ganó el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí en 2017. Es jefe de redacción en Playboy México.

 

Fotografía de Nahúm Torres.

Revista Desocupado