En esta crónica Patricio Adrián recorre los perímetros de lo que fue la vieja ciudad prehispánica, una caminata organizada por el periodista Feike de Jong
Por Patricio Adrián (@AdrianPalmaP)
Una ciudad tan importante como la Ciudad de México merece mostrar a los chilangos y mexicanos mismos, y al mundo, el trazo de la isla fundacional que fue la Gran Tenochtitlán. Pues es posible conocer los 22 kilómetros cuadrados que rodearon a esta importante ciudad mesoamericana, al momento de la Conquista española. Feike de Jong, periodista holandés radicado en México, organiza todos los domingos un maravilloso e imperdible recorrido a pie por lo que fue aquel asentamiento humano sobre el lago de Texcoco, hace cinco siglos, el cual se construyó bajo una portentosa ingeniería de sistemas de chinampas (del náhuatl chinamitl, seto o cerca de cañas) flotantes, canales y calzadas, pensadas para la agricultura.
Las ciudades se conocen caminando, nos dice el arquitecto Francesco Careri en su libro Walkscapes, y hacer esta caminata de la vieja Tenochtitlán se traduce no sólo en la contemplación sonora, visual y del día a día de sus actuales habitantes, sino también en un viaje al interior del abigarrado pasado que ha constituido históricamente esta “amplia y dolorosa ciudad” diría Efraín Huerta.
Quien pierde tiempo caminando, gana espacio -recuerda Careri-. Para algunos hacer esta caminata es perder siete horas, para otros es ganar el espacio de la México-Tenochtitlán, que está invisibilizada y subsumida en la vorágine cotidiana y barrial de la actual Ciudad de México. Los límites de Tenochtitlán lucen hoy día desdibujados por una ciudad expandida concéntricamente, por ese conjunto de viviendas de todos las épocas, arquitecturas, y estilos; de todas las clases sociales, rincones del país y del mundo. Ciudad de México, ciudad de migrantes. ¿No es acaso Tenochtitlan un ciudad construida por migrantes de a pie?
Caminar es poderoso, es transformador y ha sido un hecho constitutivo, no sólo de la fundación de México-Tenochtitlán, sino del pueblo mexicano en sus plegarias, en peregrinación, a la virgen morena contra sus grandes calamidades, como lo documenta Francisco Urrusti en su película cuyo elocuente y bello título señala El pueblo mexicano que camina.
Caminar el viejo trazo de México no sólo es revivirla, es resignificarla desde el presente. Se le revive porque se trae nuevamente su grandeza en un aquí y ahora asfixiado por la polución, la sobrepoblación, la falta de agua, entre otros jinetes del apocalipsis. Quizá por ello se desea que existiera. No desde la melancolía, que nos constituye como mexicanos -según Roger Bartra-, sino desde la imaginación-recreación de su belleza ecológica. Hacer esta caminata por la otrora Tenochitlán es formarse un mapa mental por cuenta propia, pero hacerla colectivamente es provocar el interés por conservarla en la memoria colectiva de quienes la hacen y de quienes la viven desde sus barrios, sin saberlo. Por tanto, extender la invitación a caminarla es un llamado a poblarla desde la historia, a resaltar colectivamente su grandeza y a repensar la ciudad que vivimos.
En el caminar individual uno se disuelve con la ciudad, se convierte en un número más de la masiva e insegura urbe, ahí donde uno se mimetiza en el anonimato. Esta caminata por la antigua Tenochtitlán es grupal y vuelve a ser posible caminar con el espejismo colectivo de que la ciudad es segura, disfrutable y cognoscible, más allá de los asépticos y encerrados circuitos comerciales. Al ser colectiva la caminata le da otro significado a la ciudad; empodera, y da cierto valor para explorar zonas que de otra manera sería más complicado recorrerlas y conocerlas. De manera que caminarla es reapropiarse de un espacio privatizado por la inseguridad y los intereses comerciales.
Feike de Jong nos cita, vía redes sociales un domingo, en el metro Cuauhtémoc, a un lado de un mercado popular. Ese es el punto de inicio y final del recorrido. La Avenida Chapultepec, límite entre la colonia Roma y la Juárez, era el borde entre Tenochtitlán y el lago que se extendía hasta el sur-poniente. La belleza de imaginar el agua clara y como espejo del cielo que se topa con el gris del concreto de la modernidad, introducido después de la Revolución mexicana, como bien lo documenta Rubén Gallo en libro Máquinas de Vanguardia.
Nuestro recorrido parte del primer cuadrante: San Andrés Moyoatlán, ahí donde también el porfiriato construyó algunas de sus residencias, y en la que la actual colonia Juárez -y que hoy es un espacio “gay friendly”-. Si uno busca bien en los cuatro cuadrantes de México Tenochtitlán, reflejo del cosmos, se encuentran cientos de historias, pero también se logran ver arquitecturas de los siglos XVI, XVII, XVIII, y por supuesto, las más cercanas de los siglos XIX, XX y XXI. Todos esos tiempos coexisten entre oficinas públicas y privadas, escuelas, restaurantes, antros, viviendas, espacios culturales y bodegas.
Feike, nos conduce por algunas calles que nos llevan al Palacio de Bucareli, los policías que resguardan la Secretaria de Gobernación se sorprenden y alertan de un grupo conformado por cerca de 30 hombres y mujeres, cuyo impacto visual no pasa inadvertido y produce en algunos de los casos temor, y en el común, sorpresa.
Feike de Jong se documentó con distintas fuentes históricas y crónicas para hacer este recorrido; y gracias a la cartografía de Tomás Filsinger, quien en los últimos 30 años ha investigado sobre cómo fue el islote. Cuando Feike reconstruyó el recorrido y lo tuvo en sus manos, la recorrió con su hijo, me platica en un español claro con resabios entonados de su lengua materna. Nos internamos en ziz zag por algunas calles del centro (Artículo 123, Iturbide) que nos hacen salir a un tramo de Paseo de la Reforma para tomar la calzada (prehispánica) México-Tacuba, conocida en la historiografía oficial mexicana por ser la ruta de huida de Cortés en la llamada Noche-Triste.
Antes de tomar la calzada de Tacuba, hacemos una pausa en lo que fue el segundo cuadrante de Santa María Cuecopán, justo enfrente de la iglesia de San Hipólito, donde se venera cada 28 de mes al santo patrono de las causas difíciles: San Juditas Tadeo. Así, pocos pasos después, nos logramos internar por la actual colonia Guerrero. Decenas de personas somos vistas por los del barrio con azoro. Nos dirigimos al tercer cuadrante prehispánico, a Nonoalco Tlatelolco, para lo cual bordeamos a lado del Tianguis Cultural del Chopo, que lleva casi 40 años siendo un santuario de contracultura. Hacemos una pausa en la Biblioteca Vasconcelos, cuna del centralismo cultural y diseño del arquitecto Alberto Kalach. Acto seguido rodeamos el "espantoso" mall que devoró las privatizadas líneas ferroviarias de la estación Buenavista en el neoliberal sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994).
En nuestra caminata vemos las casas de lámina asentadas al lado de las vías del tren, un cementerio de juguetes se logra divisar en esos techos. Ahí están esas casas, como si no hubiera pasado el tiempo desde que en la década de 1950 Luis Buñuel filmara Los Olvidados, un retrato marginal de la ciudad que contradecía las ínfulas desarrollistas de los gobiernos que vendían a México como un país “en vías de desarrollo”.
En el límite norte de la antigua Tenochtitlán se percibía el lago de Texcoco, y hoy ahí se sigue mostrando lo limítrofe de la sociedad, a unos cuantos pasos del paraíso del consumo se asoma la pobreza. Cruzamos de Tlatelolco a la San Simón. “Oye chófer llévame a donde quieras, llévame a la Villa o la San Simón” nos dice El Tri en su interpretación de la canción "metro Balderas". Toda la calle San Simón nos conduce a Peralvillo (Ex Hipódromo de Peralvillo), esa colonia conocida por la venta de auto partes robadas, y en donde vivió en su juventud el escritor Roberto Bolaño.
Tomamos el Eje 1 Norte para merodear las afueras del barrio bravo de Tepito. Salimos a Avenida del Trabajo para dar vuelta en Congreso de la Unión y caminarla completa hasta adentrarnos en el cuarto y último cuadrante prehispánico que es el de San Pablo Teopán, en el cual están el barrio de la Candelaria de los Patos y el de La Merced, justo por donde entraron los conquistadores españoles, y en donde se edificó la primera construcción española realizada en Tenochtitlán de nombre “Atarazanas”. Los liberales del siglo XIX como el doctor Mora criticaban las fiestas desmedidas de los barrios indígenas como el de la Candelaria, hoy sigue siendo una zona popular que colinda con el mercado de la Merced y con la Cámara de Diputados, asentada en la avenida Congreso de la Unión, la cual caminamos cual peregrinación hasta llegar a La Viga, embarcadero importante de comercio, en donde los pueblos de Xochimilco llegaban a vender en trajineras sus productos a la Merced todavía en las primeras décadas del siglo XX. Poco tiempo después los canales fueron disecados. La historia de la ciudad es la historia de su disecación, y esperemos que no sea ésta un presagio fatídico.
Los límites de la vieja Tenochtitlan al sur están en la actual calle Yunque (espero que no sea por conocido grupo de choque de derecha en el revolucionario año de 1968), una paralela al Eje 2 Sur, Avenida del Taller. Ya casi en el borde del cansancio nos adentramos al barrio, no sin un descanso con unos buenos tacos cercanos al Mercado de Jamaica. mercado especializado en flores.
Mientras camino no dejo de pensar en Perseguir la noche de Rafael Pérez Gay, quien a través de sus páginas recorre las calles del centro para exorcizar el mal que le aqueja en su salud, para escapar del dolor y encontrarse con una ciudad en la que ha crecido, pero también con una ciudad que une a los liberales del siglo XIX con los cronistas modernos del México actual. En su caminar se encuentra con los fantasmas de una historia que linda con una carta de su bisabuelo, a partir de la cual teje una formidable historia de estos varones vanguardistas.
La caminata por la vieja Tenochtitlán es un recorrido por varios siglos, que invita a contar los cientos de historias que ocultan, hacerla visible deja la posibilidad de que quienes la habitamos en el presente, en el aquí y en el ahora podamos conservar en la memoria histórica la grandeza de una urbe cosmopolita que se desdibuja frente a su crecimiento desmedido y rapaz. A mi me invita a pensar en mi ciudad vivida en el cuadrante de San Pablo Teopán, a dónde mis padres migraron y se asentaron y en donde nací, así que me descubro como auténtico mexica. Siento que “Chica Banda” de Café Tacvba no puede ser más adecuada frente al hallazgo que me regala la caminata: “Su padre es de San Juan Chamula, su madre vino desde Tzin Tzu Tzan, pero la líder de los sex-molcajetes punk ha nacido en la Gran Tenochtitlán.”
Nuestra ruta nos conduce a otra de las principales calzadas prehispánicas: Tlalpan. Pienso que quizá después del recorrido uno se merecería un carnet de identidad mexica, pero la caminata aún no concluye. Tomamos Chimalpopoca, y pasamos por los edificios caídos en el terremoto del pasado 19 de septiembre de 2017, ahí donde queda el polvo de la corrupción. Usamos un pedacito de la colonia Doctores para salir nuevamente Avenida Chapultepec y llegar al cuadrante de partida. Veo la cara de satisfacción de los caminantes haciendo ruta prehispánica al andar; en silencio nos decimos: lo logramos, qué buena experiencia.
A México Tenochtitlan se lo comió la Conquista española, el crecimiento urbano colonial, la desecación del lago, pero también la especulación inmobiliaria, el centralismo, el PRI, y la ambición rapaz de políticas públicas “desarrollistas”, así como recientemente la corrupción de una izquierda malograda y corrupta.
El trazo del perímetro de México Tenochtitlán merece ser visibilizado de distintas maneras, ya sea por la intervención de la sociedad civil, como lo lleva a cabo esta caminata convocada por el periodista Feike de Jong. Las políticas culturales próximas deben darle importancia a conservar la memoria histórica de la ciudad primigenia, sello de identidad no sólo local, sino nacional. Hacer claro el trazo de la antigua Tenochtitlán podría permitir articular distintas iniciativas culturales que pueden ir desde marcar con pintura o azulejos el antiguo trazo insular, hasta el desarrollo de actividades (performances, intervenciones artísticas, actos musicales, teatro, danza, fotografía, video, etcétera) que permitan recuperar y conservar el legado histórico mesoamericano. Estos programas culturales a su vez permitirían impulsar la reconstrucción del tejido urbano social y posibilitarían enlazarlo a otras políticas públicas sociales de seguridad pública, de reconstrucción del tejido social, de participación ciudadana. Ojalá que nuestra jefa de gobierno electa Claudia Sheinbaum pueda ‘echarse una caminada’ por la otrora isla, epítome cultural ecológica y comercial de Mesoamérica, que la hizo tan grande. Por lo pronto, no se pierda esta oportunidad única de caminar la gran Tenochtitlán.
Patricio Adrián. Doctor en Antropología por el CIESAS. Su publicación más reciente está compilada en el libro: ¿Y si hablas de…sed tu ser hombre? Violencia, paternidad, homoerotismo y envejecimiento en la experiencia de algunos varones, coordinado por Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero y publicado por El Colegio de México, 2015. Profesor de asignatura de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
Fotos de David Ordaz.