Cuando un terremoto nos hace entender al otro, también nos hace ver lo que nos negábamos a observar: la ilegalidad, el agoismo, pero también la organización social y la empatía
A Pablo, Regina, Tania, Vanessa, Abraham, Adriana, César,
Santiago, Manu, Marcos, Nicole, María, Mariana, Andrea,
Amaury, Bafi, Erika, María Fernanda, Yoko, Rozycki,
Steff, Audrey, Javier, Minerva, Lucía, Roberto eYvette.
El 19 de septiembre de 2017, a las 13: 14, dos horas después de los simulacros rutinarios en conmemoración del terremoto del 85 (que sucedió también un 19 de septiembre), un sismo de 7.1 escala de magnitud de momento, con epicentro al sureste de Axochiapan, Morelos, sacudió el centro del país. Fue la primera vez que un desastre de esa dimensión ocurría en Morelos. Nada nos tenía preparados.
Sismo: ruido y epicentro
Primero fue el sonido. Como un grito de caverna. Lo escuché debajo de mí y alrededor, cimbrándome y desconcertándome. Los oídos me zumbaron hasta que todo comenzó a moverse y escuché a Pablo Peña gritar mi nombre. Bajé a la primera planta, tambaleándome en las escaleras y salimos de casa. Al fondo el grabador, Iván Gardea alcanzó a salir de la suya, pero se sentó en los escalones de la entrada, resignado. La vecindad en la que vivimos tiene un portón que cerramos con llave y por eso no pudimos salir. En el pasillo llegó el punto cumbre del temblor. Pensé que el edificio de a un costado iba a derrumbarse; que el techo iba a colapsar porque vi polvo caer hacia nosotros; que los cristales del vitral que está frente a mi ventana iba a quebrarse. El tiempo mismo se fracturó y no pude entenderlo durante los siguientes días. Recordé que de pequeño en Veracruz anhelaba que temblara porque un día un sismo ligero había logrado que cancelaran clases por dos días. Mis referentes eran sismos simpáticos, lejanos, incomprensibles, pero en esta ocasión tuve miedo de morir.
En la cotidianidad nos resulta imposible entender al otro. No podemos asumir que todos vivimos en la misma fragilidad y confusión. Lo primero que pensé después del sismo, al salir a la calle y ver el caos, después de caminar unas cuadras por el barrio del centro y encontrarme a vecinos, amigos, fue que todos nos entendiamos y no hacía falta decir ninguna palabra. No había espacio para las diferencias, ni para las trivialidades. Nos mirabamos a los ojos y reconocíamos el mismo horror, la angustia. Nos abrazabamos en silencio. Vi que la cruz, de la cúpula de la Catedral, recién restaurada había desaparecido. Alguien gritó que había una fuga de gas en el Centro Morelense de las Artes. La gente corría desesperada, el tráfico estaba detenido, todos con celular en mano intentaban contactarse con sus seres queridos, sin éxito, porque la luz, el internet, la señal, todo se había perdido. De cierta forma estábamos incomunicados, en medio de toda esa masa desesperada. Caminamos de regreso a casa y nos enteramos que la Latino se había caído y que el reloj del Palacio de Cortés estaba al borde de desprenderse. Antes de llegar a casa supimos que el epicentro había sido cerca y había comunidades que habían desaparecido en un ochenta por ciento, sólo entonces entendí que la magnitud de esto tendría secuelas para todos, por el resto de nuestras vidas.
Confusión e incapacidad de mesurar la magnitud
Mi hermana me reclama que no haya ido a buscarla de inmediato después del temblor. Cuando salí a la calle sólo caminé incapaz de comprender qué estaba pasando. Después supe que hubo gente que salió de sus trabajo y sus jefes les pidieron que se presentaran a trabajar al día siguiente. No había forma de entender absolutamente nada. Todas nuestras acciones se movían en el terreno del shock. Aún hasta la fecha abajo de los escombros emergen historias que no puedo escuchar, ni comprender. Pienso que en nuestras vidas hay pocas ocasiones en las que las consecuencias de nuestros actos son tan evidentes. Por ejemplo, que una mujer, arriba de su escuela, de manera ilegal haya construido un penthouse, sin permisos, con un jacuzzi para su propio goce sin consideración por nadie más. La consencuencia del egoismo más atroz se llevó la vida de 21 niños.
No pasó mucho tiempo para que pensaramos en la ciudad de México. 19 de septiembre. ¿Cómo estaba la ciudad? No teníamos acceso a redes sociales. Sólo por momentos podíamos conectarnos y avisar que estabamos vivos. También pensabamos en Oaxaca y Guerrero, una semana antes había temblado allá y vivían su propia emergencia y no habíamos tenido el corazón de reaccionar. El desastre se desbordaba por todos lados. El pico del temblor había durado 40 segundos: suficientes para colapsar un país que ya estaba en ruinas, pero también suficiente para demostrar que quizá no todo está perdido.
Organización social
El único lugar con energía electrica cercano era el Sanborns del centro. Llegamos con un multicontacto y el gerente nos dejó cargar nuestros celulares. La gente se acercó y nos turnamos. Ahí vimos las noticias y supimos que la ciudad de México estaba devastada, pero de Morelos no había nada, sólo la certidumbre de que entre Puebla y Axochiapan había sido el epicentro. Vimos que había brigadistas sacando a personas de los escombros. En cuanto volvió la luz el mundo volvió a nosotros. De pronto nuestras bandejas de Messenger y WhatsApp se saturaron. Todos querían saber cómo estabamos. Nos conectamos y nos dimos cuenta que en nuestra ciudad, en las comunidades cercanas y todavía más en pueblos lejanos cuyos nombres nunca había escuchado necesitaban de nuestra ayuda. Así que todos nos movilizamos de manera empírica, desorganizada, como un gesto desinteresado, también en un acto de hipocresía (porque por primera vez pudimos ver más allá y caímos en la cuenta que la ayuda era necesaria mucho tiempo atrás, que en verdad llegamos tarde y aún así nos recibían en esas comunidades con comida caliente, frutas de la región y calidez humana). También era una forma de no estar solos, porque quizá en esos momentos era lo peor. Nos necesitábamos porque no había forma de dormir tranquilos, de soportar la culpa, de volver a nuestros cuerpos y reconocer que nos habíamos equivocado en los balances de quiénes éramos y qué habíamos hecho por el mundo y por los demás. Por eso se desbordó la ayuda y se saturaron las carreteras. Así como mexicanos que todo lo hacemos en exceso, sin pensarlo demasiado.
En la ciudad de México con el antecedente del 85 y con infraestructura que ha surgido de la sociedad civil se tenían ciertos protocolos de ayuda y de rescate. En Morelos no existía. Por la noche del primer día supe que cerca de mi casa, en la Torre Latino había gente atrapada. Una amiga me pidió que publicara en Facebook que se necesitaba ayuda, víveres, palas, linternas. Supe que la hija de dos poetas de la ciudad estaba atrapada ahí mismo. Supe que una de mis mejores amigas había perdido su casa en Jiutepec, una casa que había sido la obra de toda la vida de su padre. Sentí impotencia pero también me alegré cada vez que alguien se reportaba y decía: “estoy vivo”. ¿Cómo podía ayudar yo? No quería estorbar, quería facilitar el trabajo de los que entraban a los edificios y arriesgaban su vida para recuperar un cuerpo. Quería ayudar a las personas que por tiempo indefinido dormirían en albergues. Por eso propuse que se conformara un centro de información. Porque pronto descubrimos que el aparato de la prensa en Morelos era insuficiente. De hecho nos dimos cuenta que todas las instituciones estaban paralizadas, incapaces de tomar decisiones, rebasadas por la sociedad civil, en todos los sentidos.
Por supuesto que no fui el primero, ni el único en pensar lo importante que era organizar la ayuda. Por eso nos juntamos cerca de 20 personas en mi casa. Vino gente de Celoffán, gente de la UAEM, amigos artistas plásticos, escritores, filósofos, actores de teatro, historiadores, el equipo de Ruina Tropical, los colegas de Mochila Rodante, alumnos del CMA. Montamos un call center en Galeana 38 y durante los siguientes seis días trabajamos sin parar, durante 15 horas seguidas. Comíamos juntos, bebíamos café sin parar. Era como entrar a Wall Street: colocamos mapas por todas las paredes (después de unos días podíamos nombrar la localización de los municipios, conocimos nuestro estado, como nunca antes), pizarrones con números de centros de acopio, bases de dato con informantes en municipios en comunidades. Nuestra labor era la de vincular a los que daban víveres, los que podían llevarla y los que necesitaban la ayuda. Así sucedió durante días. No supe cuántos hasta que un día abrí Facebook y leí que alguien publicó que era el sexto día. También abrimos una página para perseguir la información falsa que comenzó a circular en las redes. Nos dimos cuenta del impacto de una sola publicación. En nuestras manos estaba de pronto la vida y el bienestar de familias y esa responsabilidad nos llevó a diseñar y socializar consejos de cómo ayudar, de cómo compartir información. Era necesario organizarnos y entender todo lo que se movilizaba (recursos materiales y humanos) por una sola publicación. No se trataba sólo de ayudar sino de hacerlo de la forma adecuada, no cómo nosotros creíamos que era mejor sino de la forma en que cada comunidad la requería.
Así como Galeana 38 hubo muchos esfuerzos colectivos e individuales para ayudar. Así que pronto y por las condiciones geográficas de Morelos la emergencia se pudo contener. Lo hicimos de la forma que mejor pudimos, a momentos de manera irresponsable pero en términos generales eficaz. También hubo ocasiones en las que los brigadistas amateurs se convertían en parte del problema, en víctimas, en obstáculos. Los paramédicos de la Cruz Roja llaman a esta fase Luna de miel. Todos quieren ayudar. Todos tienen la sensación de que tienen recursos a su disposición y todos sentimos que nuestro trabajo era irremplazable.
Ilusiones que se desvanecen
Al término de la segunda semana todas esas ilusiones fueron desapareciendo. De pronto las necesidades se convirtieron en necesidades específicas, necesidades que no cualquiera podía resolver. Todos podíamos llevar comida enlatada, algunos podían ayudar quitando escombros, pero no cualquiera puede reconstruir una casa, además pocos tienen la forma de hacerlo. La vida se reanudó. Volvimos al trabajo, algunas escuelas retomaron actividades. De pronto ya no era tan sencillo llevar víveres a las comunidades, las personas que habían ofrecido sus automóviles ya no estaban disponibles o dispuestos a seguir pagando gasolina para hacer viajes de dos horas. Fue entonces que la realidad nos golpeó a todos.
Leí en la página de Aristegui un texto emotivo que escribió Víctor Olivares. En su artículo hablaba de cómo la juventud había demostrado de lo que era capaz, de pronto los millenials eran revalorizados. Pero es verdad que no es la primera vez que la sociedad civil demuestra poder y tampoco es la primera vez que esa energía desbordada, conmovedora y avasallante se agotaba de golpe. En esta parte del proceso cada quien tenía que encontrar su lugar, pero es verdad que volver a la normalidad ya no era una opción.
Conclusiones de Galeana 38
Nuestro grupo había surgido de manera espontánea en el momento de crisis. Por eso nos pareció oportuno tener una junta final para reflexionar sobre lo que habíamos hecho y cómo podíamos sumarnos a la siguiente etapa. Uno de los ejes que nos rigió fue el de la información, por eso decidimos replegarnos en el momento de la reconstrucción, para informarnos. Queremos ayudar con conocimiento. Nos dimos cuenta de nuestra propia ignorancia en infinidad de temas. Algunas de las reflexiones fueron las siguientes:
Primera semana
El factor espontáneo fue conmovedor. La empatía que se creó durante la catástrofe nos unió.
-La cohesión del grupo fue orgánica, participativa y autónoma. No hubo jefes. Todos usamos nuestras mejores habilidades para sumar al grupo.
- Existe la teoría de que estamos a siete personas de distancia. Quizá en la práctica sean menos. Estamos mucho más conectados y cercanos de lo que creemos.
- Dejamos de lado el ego.
-El shock llevó a colectividad.
-En ese momento tuvimos la ilusión de que teníamos los recursos. Ahora recordamos los impedimentos.
-Hicimos el trabajo de alguien más, pero nos pareció oportuno resolver en la emergencia y señalar después. Dejar de lado a las instituciones será su propia ruina o su eventual transformación. Ellos se tienen que adaptar a nuestras nuevas formas de organización.
Semana 2
-Importancia del descanso. Todos colapsamos. Nos sentimos invadidos, sobrecargados, tuvimos pesadillas, lloramos sin parar, incluso nos emborrachamos como nunca. No tuvimos la forma adecuada de canalizar nuestras emociones. No teníamos palabras para nombrar el estado en el que estabamos. Algunos los llaman estrés post-traumático, pero sospecho que esa sensación todavía no ha terminado de dibujar su parábola.
- Bajó el flujo de información. Se reactivan actividades cotidianas de los miembros. Desarticulación y transformación.
-Entendimos a Oaxaca (nos dio tiempo de entender su catástrofe) Con la que en su momento no conectamos. Allá todavía hoy necesitan nuestra ayuda y su geografía es mucho más complicada que la nuestra.
Proponemos a futuro
-Aprender a utilizar las herramientas de las redes sociales con responsabilidad.
-Construir relaciones significativas en lo cotidiano. Pedir ayuda. Mantener diálogos profundos con las personas que nos topamos todos los días.
-Socializar las decisiones que tomamos. En un punto nos recriminaron muchas cosas que hicimos. Nos equivocamos en muchas cosas, pero también intentamos todo el tiempo pensar y argumentar por qué hacíamos las cosas así. Por ejemplo, nosotros no hicimos pública nuestra base de datos de informantes, por el simple hecho de que respetamos la privacidad de las personas que fungieron como enlaces. No queríamos exponerlos a la saturación de llamadas.
-Cerrar procesos. Depurar base de datos. A veces ayudamos mejor no estorbando ni entorpeciendo el trabajo de los demás.
La vida sigue
En unos días se cumplirá un mes del terremoto. La vida ha seguido su curso. En Cataluña están luchando por la independencia, en Estados Unidos un solo hombre mató a 50 personas e hirió a más de 500 con armas automáticas, en Puerto Rico estuvieron en estado de emergencia durante semanas sin luz, ni gasolina. Recuerdo que antes del temblor un chofer de Cabify asesinó sin escrúpulos a Mara en Puebla, sabemos de brigadistas que desaparecieron en Oaxaca atacados por hombres armados. Esa es nuestra realidad y es atroz. Nuestros pequeños actos de amor deben sobrepasar ese horror. Por eso ahora que camino por Cuernavaca siento esperanza, que es lo único que me queda. Me he reconciliado con amigos que no había podido perdonar, otras personas me han perdonado por ser un imbécil en el pasado, también se acabaron relaciones y se renovaron otras. Sé que la hija de los poetas atrapada en los escombros está viva, con ellos, que fue sacada por seis brigadistas anónimos. Camino por las calles y ya no sé qué se destruyó con el temblor y qué cosas ya estaban así desde antes. Veo una oportunidad única de crear desde la ruina, no sólo de reconstruir sino de convertir los pueblos y las ciudades en los hogares que siempre hemos querido. Propongo vivir en un estado de emergencia permanente.
*Davo Valdés de la Campa (Cuernavaca, Morelos 1988). Escritor y crítico de cine. Ha sido Beneficiario del Programa de Estímulos para el desarrollo y la creación artística en 2009, 2011 y 2017 en las áreas de cuento, novela y poesía. A finales de 2011 fue ganador de la convocatoria para publicación de obra inédita del Fondo Editorial del Instituto de Cultura de Morelos con su libro, Ignoto. También ha publicado Relatos de un mundo depravado (EdicioZetina, 2009), Despertar (Astrolabio, 2014) y El silencio de los hipopótamos (Lengua de Diablo-Acálasletras, 2016). En 2015 fue ganador del Segundo Concurso de Crítica Cinematográfica, convocado por la Cineteca Nacional, la Embajada de Francia, Contra Campo TV y Corre Cámara. En 2015 participó en el programa Talents Critiques en la Semana de la Crítica del Festival Internacional de Cine en Cannes y en 2017 en el Berlin Talents del Festival Internacional de Cine de Guadalajara. En 2016 fue invitado a Portugal como parte de los festejos de la Semana México Joven en Braga, capital iberoamericana de las juventudes. Actualmente dirige junto a Amaury Colmenares y Fabiola Valdés el proyecto Ruina Tropical. Textos tuyos se han traducido al inglés, al nahuatl y al portugués.
Arte en fotografías: Yesenia Torres (Ciudad de México, 1992). Egresada de la UNAM. Es periodista, el cine y la fotografía más que sus pasiones son su manera de entender el mundo.