El peso de lo vivido por Golden, en el momento de escribirla esta novela importa y mucho, pues en ella se vislumbra un futuro distópico del Estado mexicano: corrupto, impune y represor
“El amor es un privilegio de gente blanca”.
Por Patricio Adrián*
La vida política –de un activista como Gabriel, protagonista de la novela "Semillas" del escritor Mario Golden- es eso que pasa mientras mantiene una relación afectiva y sexual en pareja. ¿Y qué de relevante tiene eso, si miles de activistas aman, sufren y desean? El dramaturgo Mario Golden retrata en su primera novela “Semillas” la vida de Gabriel, un joven migrante, ferviente militante por la liberación homosexual en los ochenta (del siglo XX), que se forma política e intelectualmente en la izquierda por su cuenta propia y que sin el privilegio ilustrado de las clases medias termina hermanándose con una huelga de sindicalistas, so pena de exponer su vida, la misma que le dedica a sus relaciones eróticas y amorosas, la misma con la que aprende a vivir y se abre paso en una sociedad que le ha despreciado por ser pobre y por no seguir los cánones de la masculinidad en turno.
El año pasado la editorial mexicana Letra Blanca publicó "Semillas" de Mario Golden, que fue escrita en los primeros años de 1990. Es insoslayable señalar esto porque aunque el autor pudo haberla escrito recientemente y situar la novela en un marco histórico que va de finales de la década de 1980 a los primeros años de la década de 1990, el peso de lo vivido por Golden, en el momento de escribirla importa y mucho, pues en la novela se vislumbra un futuro distópico del Estado mexicano: corrupto, impune y represor.
La compleja realidad actual lo ha superado para bien y para mal, pero Golden también ofrece en "Semillas" un retrato casi documental de las relaciones de carne, piel y afecto que Gabriel establece en México y Estados Unidos. "Semillas" es así un testimonio novelado de un una persona que se convierte en activista, y que no sólo quiere transformar su realidad inmediata como gay, sino como persona afectada por el convulso neoliberalismo rampante, del cual si bien no puede teorizar, sí percibe sus efectos en el mundo laboral.
Y, ¿por qué la vida de Gabriel enuncia alguna subjetividad digna de ser contada? A lo mejor por la sencilla razón de que es literatura y de que “el amor, el espanto, el resentimiento y la compasión son los cuatro principios sobre los que se sustenta toda la historia de la literatura”, como nos los dice Luisgé Martin en su novela “La vida equivocada” (2015).
Cristopher Isherwood señalaba en “Cristopher y su gente” (1998) que los textos literarios no nos muestran necesariamente la ‘verdad’ de la sexualidad de una época, y que habría que tener en cuenta toda esa labor de ‘descifrar’ para saber si las descripciones, los juicios, etc., corresponden a las prácticas reales. “Semillas” enfoca su lente en las formas de vida de algunos activistas de la Ciudad de México a finales de 1980 y principios de los noventa; revela sus dogmas, sus miedos y sus deseos. Si se enunciara como tesis sería: cómo los activistas transforman su sexualidad vía el ejercicio de los derechos, pues alude a un fragmento de la época en la cual queda fuera del panorama todo el mundo de las locas, los chichífos (especie de ‘chulos’ rayanos en la prostitución masculina), las divas, los políticos de closet y la corrupción de la policía detallado por José Joaquín Blanco en “Las púberes canéforas”; o bien el melodrama, la pasión, la festividad hilarante y el ‘camp’ de Luis Zapata.
“Semillas” es una novela en la que se abordan una canasta de temas variopintos como los sueños rotos de Gabriel, las entrañas oscuras del poder y la tortura, la lucha por la liberación homosexual y sus amoríos con la izquierda sindicalista, la ingenuidad del amor y de las relaciones humanas, la sororidad de las mujeres feministas o no con los gays; no obstante concentra la mirada del mundo gay a través de los ojos de Gabriel; un joven inconforme por cómo vive su sexualidad, por cómo el mundo gay le ofrece vivirla, frente a la cual se rebela y cuestiona el deseo, el amor, las relaciones, pero también el contexto sociopolítico en el que vive.
Golden rememora una práctica oscura y negra del México de los años setenta y ochenta: la tortura. Leer pasajes sobre sus personajes es como adentrarse en el recién liberado archivo del desaparecido CISEN (Centro de Investigación y Seguridad Nacional). Golden en la década de los noventa teme a la represión del Estado frente a los movimientos sociales, como muchos al crecer con la impronta de la represión del movimiento estudiantil de 1968, que dejó huellas y heridas abiertas. Hay que decir que costó mucho superar ese miedo a salir a las calles, a organizarse y enfrentar al Estado.
"Semillas" pudo haberse publicado en los noventa del siglo pasado, década en que cayó un silencio sepulcral en la literatura sobre la subjetividad homosexual, los años festivos y de reventón habían acabado y el VIH/SIDA cubrió de estigmas la liberación precedida. Si bien en este lapso se produce narrativa desde las voces de homosexuales y lesbianas, reconocidos y autonombrados como tal o no, se sedimenta un mutismo apenas rasgado por “Agapi Mu” de Luis González de Alba (1993); una de las primeras novelas mexicanas en abordar el VIH/SIDA; o por Joaquín Hurtado en “Crónica Sero” (1993), quien en sus crónicas relata el panorama de distintas personas y su relación con el VIH/SIDA en el norte del país. El fantasma del VIH/SIDA ronda a los personajes de "Semillas", pero no es un tema central.
Mientras el mundo y la literatura no deje de solo contar mayormente las historias de hombres y mujeres, toda narrativa que lo enuncie seguirá en la lógica de resistencia. La visibilización de textos literarios con la voz de homosexuales y con personajes gays apenas si se nombra como resistencia en el siglo XIX, con los textos libertinos de Oscar Wilde y André Gide; o las alusiones periféricas de José Fernández de Lizardi en El Periquillo Sarniento (1812), quien encuentra constantes pasajes homoeróticos, como aquel en el que habla de “numerosos hombres encuerados a la hora de ir a la cama” o bien el miedo del picaresco Periquillo a ser acusado de ‘amujerado’, de ‘maricón’, epíteto popular que proviene de María, nombre por excelencia de la cultura judeocristina, aunque otros señalan que maricón proviene de marica, que a su vez proviene del latín mulier, y ya el Diccionario de Autoridades (España) de 1732 se le define como afeminado y cobarde.
Es frente al señalamiento de ser nombrado desde el privilegio y la desigualdad que la subjetividad literaria de maricas, lesbianas, jotos, gays, personas con otras formas de desear y amar, se rebela, y escribe su propia historia, su propia voz y forma de mirar al mundo y a otros sujetos deseantes. Y si bien tanto en la antigüedad griega y el medioevo hay enunciaciones literarias de “los otros”, es quizá -siguiendo las reflexiones de Didier Eribon- en el siglo XIX cuando se forma un discurso literario que se opone al el discurso médico que categoriza rígida y excluyentemente la sexualidad humana en dos: en homosexual y heterosexual.
Son estos juegos de poder nombrar en la literatura, entre la invisibilidad y la resistencia los que configuran las voces y subjetividades de las cuales son herederos el grupo de Los Contemporáneos, Salvador Novo, Elías Nandino, Rosamaría Roffiel, Artemisa Téllez, Carlos Monsiváis, Pablo Soler Frost, por solo mencionar de manera arbitraria y sucinta escritores que han abierto otros mundos y narrativas en el campo literario en México.
Es inevitable no leer "Semillas" como si asistiéramos a un documental que proyecta inquietudes contemporáneas en relación con la frágil democracia, la globalización, el respeto a los derechos humanos, los movimientos sociales, el amor y las relaciones de pareja entre varones gay. En este sentido, la novela de Mario Golden se asemeja más a la antropología novelada de Hugo Villalobos que a la alguna vez llamada literatura gay, ese mote tan parecido al “parental advisory” y a la etiqueta mercadológica que a un género por sí mismo.
Por supuesto escribir en y sobre el mundo homosexual es una declaración política –como ya se dijo-, pues no son comunes las historias sobre relaciones de dos hombres ni en la vida cotidiana, ni en la literatura (salvo en sus contadas excepciones). Cualquier esfuerzo que contribuya visibilizarlas agranda el mundo en que las parejas de hombre y mujer resultan la regla impuesta de toda relación y de toda interpretación del mundo; heteronormatividad que le llaman en el mundo académico.
En la llamada literatura gay, que de acuerdo con el poeta y escritor Juan Carlos Bautista comienza y acaba con Luis Zapata en México, no hay personajes activistas, los más cercanos aparecen en la novela “Jacinto de Jesús” del antropólogo Hugo Villalobos, quien refiere a grupos de artistas, intelectuales que en la década de 1980 debatían sobre la homosexualidad y la liberación. En este sentido aparece Marco Tulio, a quien se le reconocía porque había pintado, en una barda de Insurgentes, cercano a la Glorieta, la leyenda ¡Soy de ambiente y qué!” Ser de ambiente la traducción más adecuada para la época de la palabra gay.
Ya el gran José Joaquín Blanco alude a activistas en su célebre “Las púberes canéforas”, donde son las locas que ponen el grito en el cielo por los abusos de los judiciales y policías, pues los gays politizados son una minoría respecto de la población que vive su sexualidad bajo el anonimato, el ocultamiento y el desentendimiento propio.
¿Cómo hemos concebido el amor y las relaciones a lo largo de la historia de la humanidad? Preguntárselo es ya de suyo salir aunque sea por poco de un esquema impuesto. Mario Golden, al poner en escena la vida gay de Gabriel nos muestra que al final de camino las relaciones de homosexuales son relaciones llenas de tedio, amor, erotismo, vacío; no como todas, pero casi como todas, complicadas y en construcción en el mejor de los casos.
Gabriel es un activista formado a punta de golpes por el rechazo de su familia, inconforme con el ‘establishment’ gay, preocupado por un mundo mejor, y en su formación abreva de los dogmas que acuña de su vida en Estados Unidos. Cuando regresa a México Gabriel conoce a Andrés en el mítico bar mexicano “El 9”, punto neurálgico de la vida contracultural –incluyendo la gay- en la Ciudad de México en los ochenta, y a partir de la cual Guillermo Osorno construye su excelente crónica “Tengo que morir todas las noches” (2014).
La relación entre Gabriel y Andrés es como otras relaciones entre hombres y mujeres y al mismo tiempo no. Los personajes expresan inquietudes vigentes: los celos, una relación de pareja como propiedad, aunque Gabriel manifiesta su inquietud con la monogamia, y expresa la posibilidad de que él disfrute su sexualidad sin que su relación rompa los vínculos afectivos que han construido. En ese sentido son y no como cualquier relación de hombres y mujeres.
La relación que Gabriel establece con Andrés en la Ciudad de México la disfruta pero también la padece, pues descubrirse en una relación fuera de los guiones de amor romántico es algo un poco más complicado que las puestas en escenas del enamoramiento formadas a lo largo del tiempo que le toca a uno vivir y que nos preceden como sujetos eróticos y amorosos.
Las historias de las relaciones erótico afectivas entre hombres y/o entre mujeres que se aman es la historia de la invisibilidad hasta que salen a la luz pública vía el escándalo, el amarillismo, la incredulidad o la reapropiación simbólica. ¿Qué se espera de una relación de pareja en plena época en que los gays se organizan y salen a la calle a tomarse de la mano, fuera de los encuentros clandestinos en los saunas, los lugares públicos? Ambos se descubren uno frente al otro en el discurrir de los días a finales de la década de 1980 y los primeros años del último decenio del siglo XX. Son tiempos de sida, de movimientos sociales y de crudo e incipiente neoliberalismo, son tiempos también en que las relaciones se desvanecen en el aire, pero también conservan las inercias de muchas relaciones, incluidas las homosexuales.
En este sentido la relación de Gabriel y Andrés, a pesar de estar en una época de conquista de derechos, recuerda también los atavismos del “El diario de José Toledo” (1964) del productor de cine Miguel Barbachano Ponce, en la que se presenta la atormentada relación del joven burócrata José Toledo con Wenceslao en la década de 1950, una relación oculta, normada por la cultura heterosexual; y en la que se refleja la soledad, la incomprensión y los apegos posesivos.
Mucho de ello está presente en el activista Gabriel y su pareja Andrés. En este sentido, los cuestionamientos de la época que Golden coloca sobre las relaciones de pareja nos permiten mirarnos en un espejo, adentrarnos en las entrañas de nuestras relaciones en tiempos de aplicaciones móviles que conectan a una diversidad de hombres con las más diversas identidades (vaqueros, adolescentes, obreros, fresas, milenials) en el contexto del mercado rosa y el matrimonio igualitario; y nos hace repensarlas y sentirlas; y posiblemente imaginar nuevas y mejores formas de vincularnos, pues como bien se decía en los ayeres que experimenta Gabriel: lo personal sigue siendo político.
*Doctor en Antropología por el CIESAS. Profesor de asignatura de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha escrito artículos en libros y sitios web.