Crítica

 

Por qué leer "Hijos del Águila"

2020-09-22 09:39:38

Esta reseña no sólo es sobre la novela de Gerardo de la Torre, sino sobre la obra del escritor quien narra la cultura nacional entre la cruda realidad y la ficción

 

 

 

La escritura de Gerardo de la Torre es una referencia sólida de una realidad incómoda que exhibe algunos de esos secretos de la cultura nacional, secretos a voces que fluyen de manera cotidiana en nuestra vida diaria como mexicanos. Es una literatura que nos abre camino hacia un conocimiento profundo de la identidad o las múltiples identidades de los mexicanos

 

 

Por Jesús Nieto*

 

 

La primera edición que conocí de Hijos del Águila era una publicada por El Juglar, ese centro cultural enclavado en la colonia Guadalupe Inn, frente a la plaza Valverde para más señas, un sitio donde se llevó a cabo una entrevista a Julio Cortázar en 1983, que puede verse en You Tube y donde algunos sábados venden unos alfajores uruguayos extraordinarios. La librería de ese lugar es en sí un viaje en el tiempo. Los lectores de literatura mexicana sabrán que bien vale la pena una excursión para dar con volúmenes de difícil ubicación como los de la serie El volador de la emblemática editorial Joaquín Mortiz, que ya son clásicos. En esa misma editorial publicó Gerardo de la Torre su primera novela y su segundo libro de cuentos.

La novela que nos atañe recibió un premio de Pemex creado para conmemorar los cincuenta años de la expropiación petrolera en 1988, y luego pasaron más de dos décadas para que se volviera a publicar. De ahí que sea motivo de celebración que el Fondo de Cultura Económica haya tomado la iniciativa de reeditarla este 2020, y ponerla al alcance del gran público en una colección popular.

Hijos del Águila no consiste en un mero recuento de hechos, explora caminos de la narrativa invitando al lector a estar atento a un relato principal, al tiempo que se van sucediendo las tramas íntimas de los personajes. La novela, además de referir el preludio al magno evento del paro sindical y el triunfo de los obreros, representa en su ficción realista la delicada tarea de previsión de posibles escenarios de la lucha política: provocaciones, represalias, traiciones; o bien el éxito de las demandas laborales, además de los problemas emocionales que aquejan a los distintos personajes.

Para escribir sus cuentos y novelas, De la Torre retoma la literatura realista estadounidense, las experimentaciones del cine de los años cincuenta, así como el caudal de acontecimientos y circunstancias que constituyen nuestra Historia con hache mayúscula.

Situada en Minatitlán entre 1936 y 1938 durante el gobierno del general Cárdenas, la novela cuenta la historia de dos hermanos enamorados de la misma mujer (uno de ellos, trabajador de la refinería El Águila) en medio de una huelga de trabajadores a punto de estallar y las compañías extranjeras, que hicieron todo lo posible por permanecer explotando los bienes nacionales.

El narrador del libro nos va guiando por los acontecimientos, pero son los personajes quienes se van definiendo a sí mismos en sus acciones, diálogos, recuerdos y monólogos interiores, mostrando sus deseos profundos, temores, ideales, sueños. Así le dice a Víctor Novoa, el personaje principal, un compañero de la refinería:

–Pues sí, es muy bonita la palabra legalidad, pero no sería la primera vez que con todo y legalidad nos ponen en la madre.

A lo cual, Víctor contesta:

–Hay que recordar, compañero, que ahora el presidente es Cárdenas. Hay que recordar que hace unos dos años, cuando el general andaba en campaña, vino aquí a Minatitlán, nos juntó a los petroleros que en esa época andábamos de pleito todos contra todos y nos aconsejó que en vez de estar peleando por tonterías debíamos unirnos para hacer valer nuestros derechos. Ahora vamos a ver de qué madera es el general. Si es de la buena, seguro que nos va a respetar. Y si es de la mala, pues se va a tener que chingar el general.

 

La huelga de los trabajadores petroleros que refiere la novela comenzaría en mayo de 1937 y concluiría en junio por intervención del presidente Cárdenas. Esto terminó, como sabemos, en la expropiación de la industria petrolera.

Ahora, ¿son los hijos del águila únicamente los trabajadores de la compañía inglesa así nombrada, que en solidaridad con sus compañeros de otras empresas del rubro lograron con el apoyo del presidente Cárdenas la expropiación de uno de los bienes clave en el desarrollo económico de México?

¿No será que finalmente, esos hijos del águila somos todos nosotros que provenimos simbólicamente del águila que devora una serpiente en medio del mítico Aztlán? Y esa muchacha Elena a la que pretenden los dos hermanos ¿no es inevitablemente una evocación de aquella otra Helena de la guerra de Troya? Los símbolos son indispensables para la construcción de la identidad en ese ir y venir de la tradición a la originalidad que caracteriza a la literatura y al arte en general; los signos y los mitos que se hacen realidad mediante la palabra, también en las ficciones que moldean nuestra cultura.

Para las generaciones que nacimos después de 1968 e incluso después de 1971 ser ciudadano, ser estudiante, ser trabajador, ser partícipe, en fin, de la formación de la sociedad nos es indispensable conocer y reconocer el México que está tejido en las historias que conforman nuestro patrimonio cultural.

La novela habla de una época en que “El Águila” era ajena. Les pertenecía a los ingleses, como a propietarios de otras nacionalidades en Nanchital, Ébano o Francita, el trabajo de los mexicanos y el petróleo que extraían de estas tierras.

La escritura de Gerardo de la Torre es una referencia sólida de una realidad incómoda que exhibe algunos de esos secretos de la cultura nacional, secretos a voces que fluyen de manera cotidiana en nuestra vida diaria como mexicanos. Es una literatura que nos abre camino hacia un conocimiento profundo de la identidad o las múltiples identidades de los mexicanos.

Sabemos que la memoria de una nación no se reduce al relato de los hechos “heroicos” de unos cuantos personajes ni a las cronologías que pueden consultarse en un almanaque. La historia de un pueblo está latente en la espontaneidad que parece evaporarse en la interacción entre personas que participan en un comité, conversan en una cantina, coquetean en un vagón de metro o se levantan temprano para el diario laborar. Difícilmente puede perdurar esa espontaneidad sino es precisamente mediante la cultura, sea esta registrada en papel, en una fotografía, un baile o una pieza musical.

De ahí la necesidad de recurrir a la ficción, ese universo paralelo proyectado por el escritor y completado únicamente en el momento en que existe un intérprete, en este caso un lector. La narrativa delatorriana es siempre una invitación a la posibilidad de mirar los hechos históricos con una mirada nueva; pero también a proyectar aquello que podría ser.

A pesar del terco realismo desolador en el que nos sumerge a veces la lectura de Gerardo de la Torre, existe siempre una esperanza, en ocasiones sólo en la posibilidad de continuar luchando a sabiendas que no se tiene “nada que perder, sino más batallas”, como dice otro de sus personajes en Los muchachos locos de aquel verano.

 

*Jesús Nieto. Autor del libro de poesía Memoria itinerante (México, Ultramarina, 2019). Se dedica también a la docencia, la paternidad, y a escribir ensayos sobre temas varios. No toca ningún instrumento musical si bien escucha de forma obsesiva a algunos bluseros, rockeros y jazzistas. Se doctoró en Literatura Comparada con una tesis acerca de Rockdrigo. Es originario de Salamanca, Guanajuato. Reside habitualmente en la Ciudad de México.

 

 

Imagen tomada de https://www.laizquierdadiario.mx/local/cache-vignettes/L701xH395/petroleo2-40e96.jpg?1600693855

Revista Desocupado

 

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