En este texto Teroba habla sobre las inquietudes de Aguilar en torno al Ateneo de la Juventud y en especial sobre el pensamiento de Alfonso Reyes
Por Olivia Teroba
Conocí a Marcos Daniel antes que al Ateneo de la Juventud. Fui con una amiga, que ahora tenemos en común, a la presentación de su primer libro: Un informante en el olvido, que lanza una nueva óptica sobre los ensayos de Alfonso Reyes, desde el periodismo. Al terminar la presentación, mientras íbamos todos hacia un bar, platiqué con él. ¿Por qué el Ateneo, Marcos Daniel?, le pregunté. Me respondió que admiraba el ímpetu de aquellos jóvenes. Su interés humanista. La exigencia que expresaron en la Escuela Nacional Preparatoria, de estudiar a los griegos, literatura clásica, filosofía alemana. Su afán por conocer cada vez más y mejor el mundo. Me dijo que él creía que eso hace falta mucho, ahora. Es decir, esa vitalidad.
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En realidad, sí sabía algo del Ateneo de la Juventud. Como se conocen los escritores que son nombres de calles o escuelas: de pasada. Después de esa charla con Marcos, mi amiga y yo llevamos una materia sobre El Ateneo, en la Facultad de Filosofía y Letras. He de confesarlo, Marcos nos ayudó con algunas actividades. Terminada la materia, me quedó una sensación extraña, de que había leído mucho sobre los ateneístas, pero no los conocía aún.
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René López Villamar, en el X Encuentro Nacional de Ensayistas de Tierra Adentro, dijo que el ensayo es como las tortugas ninja de los géneros literarios. Porque es adolescente, mutante, y sobre todo ninja. Porque, desde lo subterráneo, puede recorrer el espacio, comprenderlo. Esto viene a cuento porque López Villamar hace el símil de las tortugas ninja a partir del centauro. Si Alfonso Reyes hubiera nacido en esta época, ¿hubiera visto las Tortugas Ninja? ¿sería periodista? ¿tendría Twitter? En el libro de Marcos Daniel podemos enterarnos de la experiencia tuitera de un ficticio Alfonso Reyes, y de cuál hubiera sido su primer tuit.
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Siempre envidié a los chilangos, por tener tan a la mano las instituciones en que se formaron los grandes humanistas del siglo pasado en nuestro país, como La Escuela Nacional Preparatoria y la UNAM. En provincia, al menos de donde yo soy, estamos saturados de escuelas técnicas carrancistas. En Ciudad de México, región nada transparente, pero no por ello menos sublime, el amor por el conocimiento se respira de cotidiano, en numerosas instituciones que, con todo y todo, preservan el punto de vista de una generación que creyó que podía cambiar a nuestro país. ¿Hubo un cambio? Sin duda, pero no fue suficiente. Prueba de eso es la tremenda diferencia capital – provincia. Por eso son necesarias este tipo de revisiones, para contextualizar ideas y estados de ánimo que permanecen desde entonces, que se buscan incansablemente, como es la esperanza.
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Marcos Daniel tiene un crush con el Ateneo. En especial con Alfonso Reyes. De ahí salió, claro, Un informante en el olvido, elogiado por escritores como Pavel Granados y Jorge F. Hernández. Y por mi amiga Andrea Muriel. Ella me contó que en una materia de la carrera de Letras, tuvo que hacer como trabajo final el análisis de un libro donde se estudiara a algún escritor en su relación con otra área del conocimiento. De esas coincidencias raras del mundo literario, ella utilizó el libro de Marcos Daniel.
Volviendo al asunto del crush, puedo ver a Marcos Daniel en 1916, vestido a la usanza de la época, con un sombrero redondo, traje y zapatos bien boleados: impecable; una tarde soleada en Madrid, charlando con Alfonso Reyes acerca de cine. Estoy segura de que es Marcos y no Azorín, el periodista que aparece en el último ensayo. De algún modo viajó en el tiempo para platicar con Reyes, y él le contó todas esas cosas que Marcos dice en su libro; es por eso, porque conoce al ensayista, que desde hace tiempo lo persigue con palabras.
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El título, La terquedad de la esperanza resume todo el contenido del libro, e incluso dice algo más. Porque ahora vivimos un poco en ese mood. Somos tercos y seguimos viviendo. Más aún, escribiendo. Con todo lo que es la ciudad, con todo lo que es el país, con todo lo que es el mundo ahora. Claro, la terquedad se vive a niveles distintos. Pero continúa, oculta, la esperanza.
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Las tortugas ninja son cuatro. También los ateneístas que aparecen entre los, precisamente cuatro, textos de Marcos Daniel: Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso, José Vasconcelos. Digamos que Splinter era José Enrique Rodó. El ensayo, los ateneístas, las tortugas, los ideales: todos ellos, subrepticios, continúan con el ataque.
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¿En qué nos parecemos y en que somos distintos a esos jóvenes llenos de entusiasmo, con la certeza de que a través de la liberación del espíritu y la inteligencia podrían cambiar la situación en nuestro país? ¿Hace tanta falta ver hacia atrás? ¿Qué pueden decirnos a estas alturas que no hayamos escuchado antes?
Se trata de un modo de pensar distinto. Un, cito a Marcos, “recorrer la vida con inteligencia fría y el espíritu cálido para combatir egoísmos”. A través de la palabra, ahora cito a Hureña, una palabra que sea “fondo y forma a través del análisis y la imaginación”. Es el legado de una búsqueda aún no resuelta. Que choca día a día con una realidad plagada de mercantilismos y violencia, formas del egoísmo.
¿Qué pueden decirnos los ateneístas? Este libro es el comienzo de una respuesta.
*Texto leído en la presentación de este libro en agosto del año 2016, en la colonia Roma, CDMX.