Crítica

 

Violentos aullidos

2020-11-10 22:15:04

Este texto reseña el libro "Aullidos" (Ediciones Periféricas) de Marcos Pablo López, en donde se mezclan las estridencias de la vida, la cotidianidad y las maravillas de un taller mecánico

 

 

 

Por Everardo Martínez Paco “Perro Rabioso

 

 

Como si de un chacal se tratase, Marcos Pablo López se escabulle por el paisaje grisáceo de Cuautepec; sigiloso, con calma, espera ansioso la primera oportunidad para morder a su presa, para hacerla parte de alguno de sus relatos, o de alguna de sus vivencias que quedará guardada en algún oscuro rincón de sus recuerdos. Toma esa presa y se vuelve a escabullir por los contornos grisáceos que lo cubren todo.

En Aullidos, Marcos Pablo, nos regala tres presas, tres aullidos desgarradores que se bifurcan en un panorama que no es para nada alentador, dentro de un paisaje harto conocido, inconmensurablemente habitual, terriblemente real: tragicomedias de la vida cotidiana. Basta tomar el libro, observar detenidamente la portada: llaves, pinzas, herramienta que construye, que repara, que muchas de las veces da vida, uniendo los fragmentos desperdigados de una sola cosa; como todo eso que pasa a nuestro alrededor, historias inconexas contadas desde la óptica de aquel que pasa errante frente a nuestras vidas, que se inspira de las tragedias, de las risas, los llantos y de todo aquello que emana de nuestro ser, contándolas detenidamente, escribiéndolas a detalle, utilizando las mejores herramientas, que alguien puede encontrar en un taller mecánico.

Das vuelta a las primeras páginas, y ya te sientes Sobre las vías, en un lugar inhóspito donde lo único que quieres es que se alargue el tiempo, que puedas hacer todo lo que te encomendaron; lo único que quieres es haber salido antes para que el tren no se interponga en tu camino, haber tenido el valor para atravesar los lugares salvajes y, por qué no, tiempo suficiente para disfrutar las caricias de una bella dependiente; pero no, el tiempo corre más rápido que el tren endiablado, y te vez ahí, sin tiempo, esperando que pasen todos los furgones, mirando cómo se va la vida, y cómo se va todo lo que alguna vez quisiste; te pierdes en el mar del tiempo, mientras el tren inclemente arranca con violencia el espejo de un auto mal estacionado.

Un Espejo de repuesto para esa pobre alma, piensas mientras sigues cauteloso tu camino, nadie vio nada, nadie dice nada; como siempre pasa. Piensas en que no te caería nada mal un pan de dulce, lo imaginas mientras pisas el acelerador, ves cómo los demás autos se mimetizan con las figuras geométricas que se abalanzan por la ciudad, tráfico mortal para las almas sin tiempo. Te imaginas chocando cada uno de los autos que pasan a tu lado, rompiendo calaveras, salpicaderas, defensas y luces, buscando en los deshuesaderos piezas de refacción, buscando en los deshuesaderos historias que debieron contarse. Miras el firmamento inquieto, el sol se oculta entre los cerros; “si sigues el sol, seguro llegarás a Acapulco”, te dijo alguna vez alguien.

Y el Aullido no se hace esperar, recitas de memoria todos esos versos que alguna vez escribiste, los que pensaste que nunca iban a ser escuchados, te ves en algún bar de mala muerte, leyendo desesperado los mejores textos que jamás pudiste escribir, sientes el calor asfixiante y los envases de cerveza se van acumulando uno a uno, las cervezas se van terminando, así como se acaban las letras, como se acaba la inspiración, como se acaba la vida, levantas la voz pero nadie puede escucharte, nadie quiere escucharte.

El sonido de un claxon, una leve sacudida. Te bajas a ver, un golpe que no se nota, pero quieres pelear, Aullidos chocan en los confines de ese paisaje gris, aquel paisaje que cada vez se hace más oscuro.

 

 

 

Revista Desocupado

 

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