Crítica

 

In-misericordia

2018-10-21 13:46:36

Con palpitaciones en el corazón, con obsesión, ira, y una hilera de emociones, Isaí Moreno leyó el libro de cuentos de Miguel Ángel Hernández Acosta, editado por librosampleados

 

 

 

Por Isaí Moreno*

 

 

Misericordia no es un libro de cómoda lectura y sin embargo lo seguimos leyendo. Queremos seguir pasando sus páginas ateniéndonos al orden de sus cuentos, tal como nos lo propone Miguel Ángel Hernández Acosta, el autor. Entre sus líneas hay entreverada una persecución implacable de la memoria, donde los personajes intentan escapar sin éxito al paso de cada hoja, resignándose al recuerdo puro que no es sino la memoria despojada de artificios e incluso de prendas de vestir.

El pequeño dispositivo de textos que significa este libro se acciona párrafo a párrafo en la lectura, con la finalidad de soplarnos una maldición. Estas historias están contadas con un sello particular, como cuando se rebana con un chuchillo, pan, carne, alguna legumbre, y lo que en todos esos elementos queda es la herida provocada por el mismo filo. 

Flannery O,Connor se expresa sobre el cuento diciendo que el problema del cuentista reside en cómo hacer que la acción que describe revele tanto como sea posible respecto del misterio de la existencia. Si algo abunda en Misericordia es ese tipo de revelaciones, donde la existencia no sólo arroja enigmas, un sinfín de preguntas, sino va signada por un cúmulo de obsesiones. Siempre he creído que los críticos literarios, e incluso varios escritores al analizar la obra de otro, soslayan las obsesiones del autor al que se disponen a destrozar o vindicar. En la narrativa de Miguel Ángel Hernández Acosta es clara la presencia del Diablo, y por Diablo me refiero al narrador que está en cada detalle, si es que nos apropiamos del famoso refrán anglosajón. Cada cuento de Misericordia inicia con una voz adrede la cual está contenida, para a leves y con amistosos empujones, irnos orillando al prisma colorido de la condición humana. Pasiones, casi todas de carácter ominoso, pululan entre cada línea y se hacen manifiestas cuando ya estamos dentro del infierno y ahí sudamos sin parar, como le ocurre al narrador del relato «Cruz y Gómez».  

Si alguien desea una prueba de que «el Diablo está en los detalles» debe leer «Villa Ocaranza», un cuento para llenar de azoro a cualquier lector. Si algo me atrajo en particular de las historias de Hernández Acosta es que nunca pretende finales sorpresa, pero sí sorprendernos con éstos. En «Villa Ocaranza», sin que soltemos incómodos spoilers, se desata un motín de dementes, que se puede leer en lenguaje cinematográfico, recordando escenas de ultraviolencia a lo Danny Boyle, como la parte climática de su filme Exterminio. Advierto que este relato de monstruos y monstruosidad no se lee sin pulsaciones en el pecho.

Un libro sin emociones (ya sea emociones inmediatas o la emoción estética producto de su lectura) es un libro muerto. Martín Solares sugiere un método de escritura emocional y éste consiste en colorear un texto según los sentimientos presentes. En Misericordia habría líneas subrayadas de color rojo por la ira, y bastante azul por la melancolía, pero también en verde y amarillo, y lo más interesante, mezclas de colores, o sea, mezclas de emociones o emociones encontradas.     

Memoria y persistencia de la memoria son dos de los temas que explora Hernández Acosta en su obra, como lo hicieran en su momento Sergio Pitol o Salvador Elizondo influido por el cine de Alain Resnais. En «Sábado Brasil», una historia llena de melancolía, nos encontramos sin querer a Rulfo, a quien homenajea el autor de Melancolía a la vez que su personaje homenajea al padre héroe que todo lo puede y todo lo sabe y resuelve. Es emocionante imaginar el encuentro real entre Rulfo y  Guimarães Rosa, del que nada se supo pues fue a puerta cerrada, pero Hernandez Acosta lo acomete mediante el taladro poderoso de la ficción, en medio de un paraje donde, vamos cayendo en cuenta, prima una dictadura de brutalidad carioca. El narrador nunca se suelta de la mano de su héroe permanente, arrancando al olvido petrificaciones del pasado e imágenes precisas de éste. El olvido es más poderoso que la memoria y viceversa. Siempre.

En este libro de relatos aparece en cada uno el padre, presentado de muchas formas: a veces como el padre maravilloso, el tío que funge como padre, el padre adoptivo/esclavizador, el padre desatento… Esta forma de telemaquia es curiosa, porque en el género cuyo más conocido precursor es Homero es el hijo quien va en busca del padre y en Misericordia el hijo es perseguido por el fantasma y la pulsión del padre. Sin duda, los narradores de estas historias, como ocurre también en la novela Hijo de hombre de Hernández Acosta, son seres desamparados de padre o huérfanos de padre, y sabemos que el del padre y su búsqueda (en este caso en el pasado, y no necesariamente para una reconciliación) es uno de los temas universales en la literatura, tratado desde el aedo griego hasta los herederos de Juan Rulfo.  

Misericordia nos obliga a plantearnos las preguntas: ¿por qué recordamos?, ¿por qué olvidamos? Y también las siguientes: ¿por qué amamos?, ¿por qué odiamos?: son las preguntas básicas de la literatura, acompañadas de una interrogante más: ¿quién nos las responderá?: parece que este tema atormentaba al poeta romano Catulo.

Salí agradecido y asombrado del relato que da título al libro. En el carácter metatextual de «Misericordia» (el cuento) hay una técnica que volveré a revisar varias veces por el uso de planos entreverados. Este relato emociona por varias razones, entre ellas por el acecho de un buitre, que no es sino el ave de rapiña que lleva todo buen escritor dentro, pero también por esa experimentación apenas notoria, pero sí ostensible, cuya factura invita a quienes escriben al experimento propio en su propia hoja en blanco y con su propio bolígrafo. 
Volviendo a la maestra O’Connor, un cuento es una acción dramática completa, y en los buenos cuentos los personajes se muestran por medio de la acción. La voz discreta de los personajes de este libro los obliga a las acciones, o a la acción de recordar las acciones. Los cuentos de Hernández Acosta, reitero, están contados por seres autónomos, pero giran en torno a un punto específico del espacio, atados al mismo demonio. El cuento, digámoslo ya, es una alteración en el espacio-tiempo, donde la introducción del desorden genera una historia. Depende del autor, y sólo de él, en qué medida introduce el desorden en el lector. Pues bien, y esto sí lleva un alert spoiler, nadie sale de la lectura de estos seis relatos in-misericordes sin heridas en algún órgano del alma.    

 

Autor: Miguel Ángel Hernández Acosta

Coedición: Librosampleados / UANL (2018)

 

Más información del libro:

https://tienda.librosampleados.mx/producto/misericordia/

 

 

*Isaí Moreno. Nació en el DF y ahora radica en la CDMX. Es escritor y académico. Su reconocimiento más reciente es el Premio Nacional de Novela Corta Juan García Ponce, por Orange Road. Como pasatiempo, retrata escritores con una Canon compacta G10. Postea en Twitter desde la cuanta @isaimoreno.  

 

 

Fotografía: Jonás «Eveready» 

 

 

 

Revista Desocupado

 

0