Crítica

 

EL VIAJE QUE REFUNDA: LUIS SEPÚLVEDA

2017-01-13 09:42:31

Para Luis Bugarini, ya no hay homenajes a la lengua como experiencia vivificadora. Sepúlveda en cambio se trenza con la herramienta y la vuelve transparente

 

Por Luis Bugarini*

 

Abundan en la historia literaria esfuerzos literarios que apelan a la sencillez como uno de los ejes más fiables de la creación, antes que a la tentativa de variar los cánones para tantear una posible forma nueva o, al menos, que el resultado no derive de manera automática en las acumulaciones que cada generación rezaga a los anales de su propio olvido. A diferencia de lo que pudiera imaginarse, esta construcción podría ser más delicada que una tentativa de largo aliento que involucre múltiples aspectos de la cultura, pues la referida sencillez es un alejamiento de las soluciones fáciles: la elección de una arquitectura clásica no como un homenaje sino como desahogo de una mímesis que rueda sobre sí misma y termina por devorarse.

Me hice lector de los libros de Luis Sepúlveda (Ovalle, Chile, 1949) a fuerza de volver sobre ellos para intuir que en su andamiaje subsisten destellos que permiten vislumbrar esa renuncia a las elecciones facilonas. Aspectos diversos me llevan a sus obras aunque subrayo dos: (i) la pasión por la sabiduría milenaria de los pueblos originarios de América; (ii) el énfasis en el acto del viaje como una de las posibilidades menos discutidas para intentar una refundación del hombre. Ambos aspectos logrados sin atisbos de folklorismo o con la aspiración de reivindicar alguna injusticia histórica. A este momento, su obra pasa de la veintena de títulos, si bien sólo circulan en los países hispanoamericanos aquellos publicados por sellos españoles, debido a su distribución en todos los países de la lengua española.

Vuelta a leer, Un viejo que leía novelas de amor (1993) conecta con algunos temas del último realismo mágico si bien los abandona en el tratamiento. El trópico aún es protagonista, pero no lo es de manera excesiva, así que de manera consecuente, el lenguaje escapa del barroquismo. Ya no hay homenajes a la lengua como la experiencia vivificadora. Sepúlveda se trenza con la herramienta y la vuelve transparente a golpe seco. La lista larga de narradores chilenos de primera línea (Edwards, Donoso, Bombal, etcétera), se complementa con la de Sepúlveda, a pesar de quienes imaginen su labor como otro pastiche acaramelado, listo para el formato cinematográfico, que está más cerca del guión que de la gran narrativa latinoamericana, a la manera de Lezama o Fuentes. Cuesta trabajo creer que aún hay editores que buscan la “Gran Novela Latinoamericana”, como si no ya hubieran suficientes, empolvadas en el estante.

Su última entrega, Historia de un Perro llamado Leal (2016), logra esta modalidad de rescate de ciertos aspectos de las culturas originarias y se sacude la posibilidad del homenaje o del llanto a destiempo por la utopía perdida. A medio camino en estilo entre este libro y Diario de un killer sentimental & Yacaré (1998), la Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar (1996), gana lectores conforme pasan los años, lo que prueba que Sepúlveda no tiene miedo a las historias con moraleja, escritas para transmitir un mensaje al lector, lo cual se vuelve cada vez más difícil de encontrar. Perdemos la tradición del escritor moralista, que como cualquier otra pérdida, no deja de ser trágica. La estética actual del escritor hispanoamericano oscila de manera caprichosa entre quienes se proponen el compromiso a toda prueba y quienes entienden la literatura como un diálogo sottovoce, antes que una prédica de púlpito. En esta disparidad cada vez más ridícula, Sepúlveda se confiesa como un escritor de izquierda, para quien la idea del otro palpita en cada una de sus páginas.

Cada que busco a un autor que me recuerde la importancia de viajar, acudo a sus libros. El paisaje hispanoamericano y específicamente latinoamericano, posa con orgullo en varios de sus libros. No importa si se viaja al norte o al sur de este continente, siempre hay algún espacio desde el cual admirarse de una grandeza que no se pierde, no obstante la voluntad de la clase política por destruir lo que toca. No hay duda de que al autor chileno le importa el lector novato o experto y por eso sus libros son cristalería con tallado fino. El binomio de integrar amor genuino al paisaje con un estilo sin florituras, dota a su narrativa con una marca identificable a distancia. Mérito nada despreciable cuando se impone una estilística de la ironía y el chistorete, martilleada noche y día por carteles que se desprenden a la primera lluvia de verano.

 

*Luis Bugarini (Ciudad de México, 1978). Es escritor y crítico literario. Es autor del libro Cabuyero práctico (Mantarraya Ediciones) y otros títulos.

 

Arte en fotografías: Ian Sebelius (Montreal, 1990) estudió Comunicación Social en la UAM Xochimilco. Es postproductor en Efekto TV. Vive en un mundo de mentiras fabricando fantasías.

Revista Desocupado

 

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