Crítica

 

El retorno de Marx al siglo XXI

2018-03-12 09:41:32

 

 

El Capital y los fundamentos sanguinarios del neoliberalismo: guerra del narco, asesinatos, desaparecidos y feminicidios en México

(Sobre la actualidad de Marx)

 

 

Por Enrique G. Gallegos * 

 

En el 2017 se cumplieron 150 años de la publicación de El Capital de Karl Marx y este 2018 conmemora su nacimiento (1818) y se celebran 170 años de la publicación del Manifiesto del Partido Comunista (1848). Pocas obras, como El Capital, han tenido tanta repercusión en el pensamiento, la sociología, la antropología, la crítica literaria y cultural, la historia, la economía, la política y la filosofía. Marx y los marxismos son unas de las tradiciones de pensamiento más importantes y vigorosa en el siglo XX y existen señales—débiles, si se quiere—, que estamos ante un vigoroso retorno de Marx en el XXI. Pero no sólo es un tema de historia del pensamiento y los saberes. Reducirlo al dato histórico es volverlo inoperante. Cada que el capitalismo entra en crisis, los estudiosos sienten la necesidad de volver a El Capital. Lo vimos con la crisis del 2008. Según la editorial alemana Karl-Dietz, las ventas se dispararon y para tratar de comprender la crisis, economistas, financieros y businessman neoliberales volvieron a revisar algunas ideas de Marx.

Con todo, desde hace algunos años el marxismo navega contra fuertes prejuicios y rechazos ideológicos, particularmente en las universidades y por parte de intelectuales de diversa cepa. Eso en algún momento tuvo sus motivos, que aquí sólo menciono dos: la estalinización del marxismo y la caída del socialismo real, que terminaron por bloquear las potencialidades hermenéuticas y políticas de Marx. Pero no se puede hacer responsable a Marx del Gulag y otros crímenes de regímenes autoritarios. Marx —tantas veces dado por muerto— sigue siendo un manantial heterodoxo y rizomático que no cesa de provocar nuevas producciones. El motivo de su vigencia no responde a una contingencia y capricho de intelectuales chiflados, románticos o rancios, sino que es estructural: mientras exista un modo de producción capitalista, tendremos formas, derivas y cortes que de una y otra manera abrevan en Marx y los marxismos más vigorosos. Aquí me refiero a Rosa Luxemburgo, Gramsci, Lukács, Korsch, Lefebvre, Polanyi, Marcuse, Benjamin y algunos autores más contemporáneos y, por supuesto, a Lenin, el marxista sobre el que pesa, quizá, la mayor loza por su relación directa en la construcción de los regímenes del socialismo real, y sobre el que un pensamiento que se quiera libre y autónomo y que pretenda constituirse en antídoto contra los saberes y las prácticas neoliberales, debe retornar. Su folleto El imperialismo, fase superior del capitalismo, con mucho prefigura las investigaciones posteriores del neoliberalismo que realizaron otros estudiosos, como Foucault y Harvey. Y para ello, debemos desestalinizar a Lenin.

¿Podemos apoyarnos en Marx para tratar de comprender nuestro mundo? Quizá una problemática actual, candente y sanguinaria pueda aclarar su vigencia: los asesinatos por la guerra del narco, los desaparecidos y feminicidios en México en el contexto del narco-estado neoliberal, que se han constituido en un peculiar arreglo social de exterminio de la población. Las cifras más conservadoras hablan de más de 230 mil asesinatos desde el calderonato (2006), más de 32 mil desaparecidos y de casi 30 mil feminicidios (en 2007 se cometieron siete feminicidios cada día); si súmanos la cifra negra y la trasladamos, hipotéticamente, a esos fenómenos, podemos tener una idea de su dimensión (según algunos datos, se denuncia menos del 10% de los delitos que se comenten); de aquí que la palabra “exterminio” deba extenderse como una expresión ajustada y descriptiva, pero aplicada a un nuevo contexto y en su función celular. Antes quisiera aclarar que llevar los análisis de Marx al caso específico requiere de mayores mediaciones y exigiría complementarse con otras matrices de estudios, informaciones y reparar en la responsabilidad política que tiene el Estado como institución histórica y pública que tiene la capacidad de operar positivamente en lo celular, lo macro y sus reflujos. Si bien estas precauciones están vinculada a lo específico del fenómeno, para regresar al plano general y, si se quiere filosófico, no se pueden comprender esos fenómenos sin tener en cuenta el conjunto y la raíz histórica del problema, o para seguir con un lenguaje más filosófico, sin considerar los fundamentos del tipo de sociedad en la que vivimos y para lo cual los estudios de Marx son imprescindibles.

El argumento para comprender esos fundamentos sanguinarios sería el siguiente; y lo simplifico a riesgo de parecer superficial. Parte de la intensidad de esos exterminios deben entenderse como una consecuencia inherente al desarrollo del capitalismo como modo de producción y relación social global y englobante. Cuando el proceso de producción del capital hace descansar su valorización en la explotación del trabajo y reduce a los trabajadores a mera fuerza de trabajo, desposeyéndolos de sus atributos como personas, el capitalismo instala un dispositivo —para usar una célebre expresión de Foucault— que con el paso del tiempo se hará extensivo a otros espacios y relaciones sociales. Así, las personas podrán ser reducidas ya no sólo a fuerza de trabajo en la empresas sino a cuerpos para usar, a órganos para traficar, a recipientes para depositar el placer, a organismos para experimentar, a desechos, a reproductoras de la especie humana, a esclavos en los campos de amapola y, en esa lógica intensificadora y generalizadora, constituirá la noción de personas sobrantes, prescindibles y desechables. Esta operación es algo más radical que la reducción de las personas a mercancías. Una mercancía se intercambia; una persona sobrante, simplemente se le desecha, se le extermina o se le deja morir.

El brutal gesto que metonomiza esa historia de horror es el “El Pozolero”, Santiago Meza López, quien disolvió más de 300 cuerpos con sosa cáustica (hay quienes afirman que fueron casi 700), como si preparara, en una enorme hoya, el plato típico mexicano de comida caldosa compuesta de granos de maíz, carne y chile. Y no hay que olvidar que esta lógica disolventepozolera— del capitalismo lleva más de 400 años operando sobre las relaciones sociales, las estructuras, las prácticas y las subjetividades. Por eso Foucault tuvo la genialidad de asociar el régimen biopolítico con el orden neoliberal como si fueran dos fenómenos sincrónicos. Y Foucault fue un gran intérprete de Marx (aunque haya escrito muy poco al respecto); cualquiera lo puede constatar revisando su obra cumbre: Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión (1975). Pero para ciertos países y ciertas zonas del actual arreglo mundial, esa deriva biopolítica neoliberal se ha tornado en lo que Mbembe denomina —con bastante confusión, pues obvia los fundamentos del problema— como necropoder y que algunos estudiosos de la guerra del narco han repetido acríticamente para México.

Esa lógica reductora de los seres humanos hasta finalmente disolverlos —o pozolearlos— en la figura de personas desechables, adquirirá toda su crudeza en México cuando venga a articularse con otros fenómenos: la vecindad con el principal consumidor de droga y en el cual existe la “libertad” para vender y comprar armas. Todo eso en un marco institucional en el que el neoliberalismo desmanteló al Estado y lo reestructuró en el horizonte empresarial, de tal manera que lo redujo a un estado de derecho formalizado y colonizó con ideas “empresariales” ámbitos que tradicionalmente eran punto de control, de resistencia y oposición (no sólo el Estado sino también, o sobre todo, las universidades y los sindicatos).

Ese basamento y escenario, si se quiere toscamente descrito, explicaría parte de las prácticas de exterminio del narco-poder-empresarial que se han implantado en México. Para decirlo de otra manera, la constitución de personas sobrantes, prescindibles y desechables  (campesinos, migrantes, mujeres, jóvenes, niños, etc.) en el contexto de la economía neoliberal del narco-poder, debe entenderse en el marco de una intensificación de la “acumulación originaria”, de manera similar a como Marx la describe en el capítulo XXIV de El Capital, pero repotenciada en la fase actual del capitalismo que conocemos como neoliberalismo; por supuesto, eso no lo afirma Marx, pero hay que argumentarlo pensando con y desde él, pues es a través de sus ideas como podemos comprender los fundamentos sanguinarios en los que descansa el capitalismo y desde esas frágiles posiciones, tratar de posibilitar espacios de resistencia y emancipación.

 

 

 

*Enrique G. Gallegos. Es poeta y filósofo. Cuenta con algunos libros de poemas, el último lleva por título Épocas, 2014. Aparece en la antología Lapidario. Antología del aforismo mexicano (1869-2014). Otras de sus publicaciones: Poesía, razón e historia, 2010; “Walter Benjamin y el ciframiento político de la estética en Baudelaire”; “La estética como engranaje entre política y subjetividad en Rousseau”, entre otras publicaciones. Ha publicado reseñas y textos de crítica literaria en diversos suplementos culturales. Ha coeditado algunos volúmenes colectivos sobre filósofos como J. J. Rousseau, Hannah Arendt y Walter Benjamin, entre otros.

 

 

 

Revista Desocupado

 

0