Crítica

 

Roma: no una empleada feliz

2020-10-06 17:03:04

Esta película oculta los mensajes de dominación de campesinos/indígenas y trabajadores mexicanos e inmigrantes centroamericanos que están siendo sometidos a políticas racistas

 

 

 

Por Mario Golden*

 

La esencia de la película Roma de Alfonso Cuarón no es la historia prosaica con la que el cineasta se engolosina a través de un lente a fin de cuentas infantilizante. Es una crónica conmovedora que logra capturar a pesar de ello. Con esto me refiero a la transición de vida de su personaje principal, Cleo, retratada como una trabajadora doméstica ingenua y desinteresada, quien vive alejada de su familia y su comunidad en la Mixteca oaxaqueña, y por lo tanto de las luchas históricas y lecciones de su cultura nativa. La historia se podría relatar en un cortometraje de tres segmentos: 1) la escena en la que Cleo le dice a Sofía, su empleadora pudiente (de piel blanca), que está embarazada y el padre del bebé la ha abandonado, a lo que ella con aparente compasión responde que todo está bien y “no importa lo que te digan, siempre estamos solas”; seguido de 2) la escena en la que Sofía llora hablando por teléfono porque su marido la engañó, y al darse cuenta de que su hijo la escucha, lo golpea para luego culpar a Cleo y gritarle que se largue; seguido de 3) la secuencia en la que la abuela de la familia, Teresa, lleva a Cleo a comprar una cuna para su futuro bebé, hasta el final de la desgarradora escena en el hospital donde el bebé nace muerto unas horas más tarde.

 

Eso y un par de tomas que ilustrasen la pesada carga de trabajo de Cleo habrían sido suficientes para entender todo lo que ella está enfrentando y las consecuencias de su hasta entonces limitada conciencia; también una invitación para descubrir más sobre ella, aprovechando la acertada actuación asombrosamente humana de Yalitza Aparicio. No así para Cuarón, quien sintió la necesidad de subvertir la complejidad real de la vida total de Cleo y suplantarla con la banalidad hasta cierto punto cliché de una familia acomodada en un estado de semi-crisis e imponer un mensaje falso sobre el literal rescate que de ella realiza Cleo (con el apoyo de Adela, la otra empleada doméstica que vive en la casa y quien también le es leal a la familia).

 

Esta narrativa de descontextualización intrigantemente distorsionada es el estándar en las telenovelas y películas mexicanas que representan a las trabajadoras domésticas. Cuarón va un paso más allá al caracterizar a Cleo como alguien que anhela ser estrechada por sus benignos empleadores y al mismo tiempo declara conscientemente que no puede hacer nada por su propia madre, cuya tierra en Oaxaca ha sido poseída por el gobierno —lo que uno asumiría ha sido de manera violenta— a través de los militares de la clase dominante mexicana actuando bajo mandatos occidentales. Si bien Cuarón proporciona algunos ejemplos de represión gubernamental y breves menciones de disputas de tierras, quedan encuadrados en los esquemas de crítica política legitimada. Por lo tanto, estos, al igual que el simbolismo nostálgico a menudo exagerado al que recurre a lo largo de su película, contribuyen a borrar el trasfondo más amplio de opresión y discriminación que existe en México. Tan solo una investigación inicial revela la ferocidad centenaria con la que mixtecos, triquis y otros pueblos originarios de Oaxaca (como de otras partes del país) han luchado por tierra, justicia, autodeterminación, poder y representación cultural/étnica frente al colonialismo, el neocolonialismo y el neoliberalismo.

 

El experto académico y abogado Francisco López Bárcenas ha mostrado cómo estas luchas, en las cuales las mujeres militantes han desempeñado un papel central, van desde la “oposición a la iglesia por el despojo de sus tierras [y] rechazo a la renta forzada de ellas [hasta contra] la imposición de autoridades políticas o prohibición de sus fiestas religiosas”*. En Roma estas dinámicas no se exploran de manera significativa, ni tampoco se contempla cómo podrían informar o influir en las decisiones de Cleo en un momento de creciente rebelión. La única referencia a ellas es una postura de denuncia de los hombres machistas, principalmente (pero no únicamente) los que participan en el temido grupo paramilitar conocido como los Halcones.

 

Roma se estrenó hace dos años. No la había visto hasta ahora. Como fue el caso de Cuarón, crecí en la Ciudad de México en la década de 1970. Mi familia era parte de ese subconjunto peculiar de la clase media que intentaba desesperadamente mantenerse a flote, y cuando emigramos a los Estados Unidos sucumbimos en la pobreza. Esta es una de las razones por las que no puedo ignorar la situación de las comunidades de los pueblos indígenas en mi país. No es sorprendente que la película haga sintonía con el atractivo encanto del arte hábil, minuciosamente diseñado y generosamente financiado en proyectos que con sutileza ocultan los mensajes subyacentes de dominación de estos sectores, en particular ahora, cuando los campesinos/indígenas y trabajadores mexicanos e inmigrantes centroamericanos están siendo vilipendiados y sometidos a políticas racistas y xenófobas. Me parece que tales proyectos no solo exoneran a los gobiernos represivos, sino que también funcionan para aminorar la culpa de innumerables personas que se benefician de estos terribles ataques a diario mientras pretenden no hacerlo, tanto entre los ricos como entre las clases medias y altas en todos los países involucrados, sin que tengan que cuestionar una sola vez su papel o hacer algo sustancial para poner fin a las discrepancias.


En el caso de directores altamente galardonados como Cuarón que, sin importar su origen, están definiendo nociones “aceptables” de la realidad para que la industria multimillonaria de Hollywood las exporte a nivel mundial, obteniendo grandes ganancias y garantizando un control social, lo anterior está lejos de ser un accidente. Más bien, les es conveniente. Se benefician enormemente de las “obras maestras” autorreferenciales que glorifican sus perspectivas personales. En Roma, al terminar de ver la película, carecemos de la información más básica sobre Cleo: el pueblo de donde viene, su edad; apenas sabemos su nombre y apellido. Aparte de lo que podemos inferir, no sabemos casi nada sobre su pasado, sus seres queridos, sus tradiciones, sus aspiraciones, su mundo interior, su sentido de lo que está ocurriendo en su entorno inmediato y a nivel social, sus creencias respecto a la justicia, especialmente para mujeres como ella. La profundidad de su experiencia nos sería más clara si, por ejemplo, su linaje femenino fuese reconocido. No lo es. En ningún momento la vemos regresar a su hogar y abrazar a su madre, sus abuelas y sus tías. Soportamos el comportamiento de los niños de Sofía y sus peleas insulsas hasta la saciedad, pero nunca conocemos a los hermanos, primos o amigos de infancia de Cleo. Ella queda reducida, como se escucha a veces, a “una indígena más de provincia”, otra paria aislada que se tambalea en la Ciudad de México.

 

Cuarón quiere que seamos cómplices de sus personajes favorecidos, precisamente al ocultarnos lo que más importa de Cleo: su verdad. Aún más grave que esto, quiere que creamos que Cleo está satisfecha viviendo desconectada de las fuentes de su verdadero poder; de alguna manera integrada y totalmente agradecida en su posición subordinada como empleada doméstica, identificada con una familia privilegiada que ante las apariencias la “ayuda”, la considera un miembro de la familia y no la denigra, aunque axiomáticamente sí lo hace al mantener el control de su supervivencia inmediata mientras trabaja sin descanso desde el amanecer hasta la medianoche. Sofía les dice a sus hijos que la próxima vez que vayan de vacaciones podrán visitar el pueblo de Cleo en Oaxaca (en calidad de turistas, por supuesto). Si nos creemos la fantasía de esclavitud velada de Cuarón —y definitivamente es parte de la ficción de la historia, lo cual subraya el hecho de que pudo haber elegido contarla de manera más expansiva—, podemos sonreír ante la belleza y la generosidad de tal apertura folclórica, “por lo menos” sentirnos bien de que una representante “digna” de los grupos indígenas haya aparecido en una película ganadora del Oscar.

 

Sin duda Roma está bien estructurada y las actuaciones de los actores son sólidas. Solo podemos suponer que la intensidad del amor tan aludido en público que supuestamente se dio en la realización del proyecto fue sincera. Sin embargo, adoptar la narrativa engañosa de la película es ya otra cuestión. Liboria Rodríguez, la mujer mixteca en la que se basa el personaje de Cleo, puede haberse sacrificado, aparentemente y con notable orgullo, por la familia que la empleó, pero sospecho que más allá del cariño que les expresó exteriormente a sus miembros, no fue una empleada feliz.

 

 

*Rebeliones indígenas en la Mixteca: La consolidación del Estado nacional y la lucha de los pueblos por su autonomía, MC Editores, México, 2007, p. 27.

*Imágenes: Fotogramas de la película.


 

*Mario Golden es actor, autor publicado, activista político y maestro psicoespiritual.

Revista Desocupado

 

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