Para el autor de este ensayo, el presidente de México no representa una izquierda progresista, sino la continuidad del proceso de acumulación de la riqueza
Por Enrique Martínez Aguilar*
La imagen del presidente José López Portillo llorando en cadena nacional durante su sexto informe de gobierno rebasa los marcos de la simple anécdota, es el vivo retrato del fin de una era, la del Estado rector de la economía.
José López Portillo se propuso utilizar el petróleo como palanca para consolidar la industrialización de nuestro país y en ese sentido, por mencionar un ejemplo, impulsó fuertemente el desarrollo de la infraestructura petroquímica mexicana. Basó su propuesta de desarrollo nacional en el supuesto de que se podría pagar con el alza de precios en el crudo. Pero sobre todo, la burguesía burocrática mexicana de veras creía que al ser México un aliado de los Estados Unidos, éste nos permitiría alcanzar un desarrollo nacional independiente y México emprendería su propio proceso de acumulación bajo conducción ahora sí de la mismísima burguesía mexica. La crisis económica de 1982 fue el rudo recordatorio de que eso no es más que una quimera.
Las causas de la debacle del modelo surgido de la Revolución mexicana fueron disimuladas bajo estridentes acusaciones de ineficiencia, derroche, frivolidad, incapacidad de Estado de conducir el desarrollo nacional (Estado obeso e improductivo) y sobre todo, una intolerable corrupción que hacía naufragar cualquier intento de sanear las finanzas nacionales. De esa manera se mantuvo fuera de la discusión que en realidad asistíamos al colapso generalizado del modelo de acumulación implementado en la mayoría de los países capitalistas después de la Segunda Guerra Mundial. Fue en ese contexto que México fue presionado para iniciar el desmantelamiento del modelo de desarrollo económico que dio a nuestro país cifras de crecimiento que hoy suenan inalcanzables. Pero no sólo eso, la Revolución mexicana también propició el surgimiento y consolidación de la facción que encabezó ese desarrollo, la burguesía burocrática. El rostro descompuesto y la voz quebrada de López Portillo marca el fin de la hegemonía de esa facción. Sonaba la hora de su derrocamiento.
A diferencia de otros países latinoamericanos, en México no fue necesario recurrir a una dictadura militar para tal desmantelamiento ni para la imposición de los cambios de rumbo en la economía nacional; para ello bastaba y sobraba el deturpado PRI. Así, utilizando la estructura del partido de la revolución, se desmontó el viejo modelo y se aplicaron a rajatabla las recetas que ahora emanaban del FMI y el Banco Mundial: el neoliberalismo.
En verdad podemos decir que la imposición neoliberal en nuestro país se logró de manera “suave”, sin grandes sobresaltos. El tímido intento por parte de la vieja burguesía burocrática de resistir dentro del propio PRI, con la llamada “corriente democratizadora” integrada por destacados viejos priistas, encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, se presentó como un esfuerzo por terminar con anquilosadas prácticas “antidemocráticas” dentro de un partido hegemónico, propio de un sistema autoritario. Al final todo se saldó con la “caída del sistema”, la denuncia de fraude electoral, el ascenso al poder de Carlos Salinas de Gortari y el agrupamiento de la “izquierda” en una nueva organización partidaria que lucharía con todos los otros partidos por el viejo sueño liberal, el respeto al libre juego electoral. Todos a favor de la democracia.
El episodio del encarcelamiento del poderoso líder del sindicato petrolero Joaquín Hernández Galicia, junto con sus paniaguados, y el ascenso de una nueva dirección sindical, también fue presentado como parte del combate a la corrupción en el sector energético y también en los sindicatos. Se soslayó el hecho que líderes arquetípicos como La Quina ya no encajaban en el nuevo modelo de acumulación; ante este tipo de embates la vieja guardia sindical se sometió a los designios de una joven generación de políticos priistas que se sirvieron de la estructura del partido de Estado para desmontar el desarrollo económico basado en la sustitución de importaciones y la economía mixta.
El nuevo modelo propició una serie de privatizaciones de empresas de propiedad estatal, políticas laborales lesivas para los trabajadores, el abandono del agro en favor del mercado internacional. México comienza a participar en la globalización con un esquema en el que prácticamente a sus socios comerciales sólo les ofrece materias primas y mano de obra barata. Se abandona todo intento de desarrollo industrial independiente. En el terreno político la idealización de la democracia nos llevó de hecho a la desaparición de fronteras ideológicas entre los partidos tradicionales. Asistimos también a la ruina de nuestro entramado institucional, que aunado al brutal empobrecimiento de amplios sectores de nuestra población, nos ha conducido a un estado de descomposición social que a su vez produce cuadros de violencia cada vez más crudos. México se debate entre la miseria y la violencia.
Pero más importante que nuestras exiguas cifras en el terreno económico y la crisis en el terreno político, es el hecho que hoy nuevamente estamos presenciando un nuevo colapso generalizado del capitalismo; no en México -aquí el neoliberalismo sólo ha beneficiado a unos cuantos- sino en aquellos países que conformaron el llamado “consenso de Washington”. Ese es el escenario que permite el ascenso de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de nuestro país en hombros del fervor popular.
Se ha insistido que AMLO representa un capítulo más de una alternativa de izquierda popular que recorre Latinoamérica y que se define como antineoliberal. El Peje mismo ha declarado el fin del neoliberalismo. Pero hasta ahí, AMLO se desliza cada vez más hacia una firme alianza con el sector empresarial. En mi opinión este reacomodo lopezobradorista es perfectamente coherente.
En los hechos ninguno de los regímenes latinoamericanos considerados “progresistas” se ha propuesto cambiar las relaciones sociales de producción. La propuesta de justicia social de tales regímenes no ha rebasado los límites del asistencialismo y sus organizaciones populares no pasan de simples estructuras de distribución de una caridad disfrazada de reivindicación popular y que en tiempos electorales revelan su propósito clientelar. Pese a la retórica “antiexplotación capitalista” de figuras como Hugo Chávez, Evo Morales, Nicolás Maduro o Daniel Ortega, la verdad es que el capitalismo en sus países ha seguido viento en popa.
López Obrador llega al poder, entre otras razones, porque la propia burguesía mexicana percibe que las cosas no pueden seguir igual, que las paupérrimas cifras económicas aunadas al impúdico saqueo de las arcas nacionales nos ha llevado a una descomposición y explosividad social que amenaza con desbordarse y ese es un peligro que se debe conjurar. Pero sobre todo, Estados Unidos se desentiende de sus “socios mexicanos” y ahora busca cerrar su propia economía para hacer frente al desafío que representan China y Rusia. La oposición antiamlo se debate en la diatriba, pero sobre todo en la orfandad. Estados Unidos les vuelve la espalda para atender su propia crisis. Que los mexicanos se rasquen con sus propias uñas.
AMLO hace rato que contemporizó con un sector de aquellos “camajanes” que han comprendido que los propósitos lopezobradoristas no les son hostiles, que éste encabeza una cruzada moral que busca parar el saqueo de fondos públicos y la reactivación del proceso de acumulación. El fervor que suscita su persona le permitió de entrada a Andrés Manuel aplicar un plan de recortes en el gasto público que golpearon duramente a los sectores populares, que lo aceptan sólo por una razón: López Obrador no roba. Pues sí, el capitalismo nos dice que las ganancias de los empresarios son legítimas y a AMLO esto último no le quita el sueño. La disyuntiva en todo caso es si la burguesía mexicana permitirá que una vez más sea el Estado quien acuda en su socorro y los saque de su atolladero y si López Obrador será capaz de recuperar, aunque sea en parte, la rectoría estatal del proceso de acumulación, o si México se hunde en un desorden generalizado y nos desborde la violencia. En ese caso los mexicanos marcharemos otra vez hacia la muerte… una vez más, inútilmente.
*Enrique Martínez Aguilar. Gestor cultural y cinéfilo.
**Ilustración de Hans Kabsch: Arquitecto, periodista gráfico, promotor cultural, ilustrador y cinéfilo.