Por Patricio Adrián*
Hombres y mujeres participaron en la respuesta civil al sismo de 7.1 grados en escala de Richter el 19 de septiembre de 2017, el otro 19, una coincidencia que asusta, que algunos llaman siniestra y que según la investigadora del Instituto de Geofísica de la UNAM, Vala Hjorleifsdottir, la probabilidad de que ocurriera otro sismo en el mismo día con una distancia de 32 años fue del 5 %.
Es verdad que entre quienes se volcaron a las calles a ofrecer ayuda se encontraban rostros de diferentes edades y experiencias, pero el foco de la atención y liderazgo se lo llevaron miles de jóvenes. En el maremágnum de las redes socio digitales, alguien rescató el fragmento de una crónica del periodista Emilio Viale en El Universal, en el que destaca el perfil joven de los voluntarios en el terremoto del infausto 1985, y el despertar civil que había ocurrido en esas condiciones. En las cuentas de Twitter y Facebook ese párrafo se viralizó en una suerte confirmatoria de su correlato en los edificios, escuelas, fábricas derrumbados.
Como ayer y con distinto contexto político y tecnológico, por mencionar sólo dos, ese sector de la población citadina tomó las calles a fuerza de voluntad, a contrareloj y sin esperar la respuesta gubernamental, de sobrada evidencia en su ineficaz y negligente ayuda.
En el 2017, los ojos de los capitalinos se encontraron con las mujeres y varones jóvenes con los puños en alto, el silencio y el dolor a cuestas como quien descubre una respuesta al desasosiego, la pérdida, la infinita tristeza, la conciencia revelada u oculta de saberse altamente vulnerable y desamparado por sus gobernantes, dejados a la mano de las placas tectónicas, la otrora zona lacustre y la rapacidad inmobiliaria.
El consuelo tuvo cuerpo de joven y la sociedad civil encarnada fue joven, y en distintos grados gritó que no todo está perdido con las mismas manos con que toma el ‘smartphone’, con ellas tomó picos, palas, cubetas, repartió comida; lanzo el llamado de que no se está solo/a, que la fuerza, la compasión y apoyo desinteresado es posible en la gran Ciudad de México; megalópolis cosmopolita amada y odiada, contradictoria y desigual.
“Los jóvenes mexicanos toman el liderazgo” encabezó en primera plana del diario español El País. En distintos diarios, revistas y redes sociales se leyó frases como “Se acaba el mito de los millenials”, “los millenials demostraron no ser apáticos”; el escritor Juan Villoro escribió:
Los prejuicios de varias generaciones veían a los millennials como autistas electrónicos abismados en sus teléfonos y sus computadoras. El 19 de septiembre descubrieron una realidad que los necesitaba y asumieron un repentino liderazgo, demostrando que no sólo estaban hiperconectados con informaciones en red, sino con las fibras sensibles del cuerpo colectivo (Reforma, 29-9-17)
En las calles se les ve con los móviles junto a sus mejillas tersas, transmiten el palpitar de un corazón a punto de salírseles por sus manos. En los medios algunos se reconocen como “millenials”, hablan de un nosotros, se ven reflejados en ese término ambiguo y hasta cierto punto convertido el cliché; el estereotipo que se confunde con el del “hipster”: lente de pasta, smartphone, jeans.
Los medios y algunas personas llaman "millenials" a un sector borroso de jóvenes como quien dice generación X o emos, y lo hacen sólo por tener una idea, por nombrar, por adoptar anglicismos de manera irreflexiva y por hacerse de una abstracción colectiva; pero todos estos jóvenes, cuyo cohorte se presupone entre 1980 y 2000, es más amplio y diverso que su accidentada fecha de nacimiento, que sus prácticas digitales, situación laboral o consumo y producción cultural.
Solemos dejarnos llevar por etiquetas anglo, como si fuéramos la "versión" tropical de eso que ocurre en la “alta modernidad”, como le llama el sociólogo Anthony Giddens. Incluso, escribir acerca de los “millenials” mexicanos obliga a matizar las desigualdades que estos jóvenes viven en el país, y compaginar los patrones de consumo cultural tan globales como locales.
¿Quiénes son estos jóvenes mexicanos que la prensa llama millenials? Son muchos y tan diversos como el país mismo. Para pronto una gran mayoría son mujeres y hombres que viven la crudeza de un tener trabajo precario (flexibilización laboral), no tenerlo o que no es fijo. El panorama de sobre vivencia se vuelca al auto empleo y la informalidad.
El millenial de Ecatepec probablemente retuitea al vecino joven de la colonia Condesa, tan afectada en este otro 19, en ambos hay una brecha social, incluso digital, pero ambos comparten el mismo contexto a nivel federal, con algunas desventajas más o menos, pero ambos están a la suerte del trabajo precario.
Hoy por hoy los jóvenes nunca antes se habían encontrado a un México con tantos jóvenes. Si el país pudiera responder a su edad diría que es joven, así de sencillo, claro y directo. México experimenta el fenómeno llamado bono demográfico, que se manifiesta como una big bang demográfico en el que la población en edad de trabajar de entre 14 y 59 años, supera a la población dependiente (niños y ancianos).
Ese bono, dicho en palabras de varios especialistas, el gobierno mexicano lo está desperdiciando, no está ofreciendo las condiciones para un mercado laboral formal que permita satisfacer las necesidades mínimas de los jóvenes, el acceso a la educación superior cada vez es más limitado.
El acceso de una gran mayoría de estos jóvenes a la salud y educación públicas son escasos o bien nulos. La posibilidad de que una mujer o un hombre joven consiga una vivienda propia es mucho más remota de la que experimentaron sus abuelos o padres. Y así en las calles se les ven con sus cascos, repartiendo café, tortas, junto al señor de los tamales que donó sin condición alguna. Quizá estos jóvenes buscaban una oportunidad para demostrarse a sí mismos su potencial, su fuerza, coraje ante una CDMX, que no es la marca registrada, para beneficio de empresarios durante la gestión de Miguel Ángel Mancera Espinosa.
En la década de 1960 los jóvenes urbanos llamaban “momiza” a los adultos en un claro reclamo de ruptura generacional. El uso de la minifalda revolucionó las “buenas conciencias”, el pelo largo de los varones desafió las nociones de ser hombre, la prensa mexicana se encargó de ridiculizarlos según nos documenta el historiador Eric Zolov en su libro “Rebeldes con causa. La contracultura mexicana y la crisis del estado patriarcal” (2002). Los medios actuales, incluidos los digitales, han construido una imagen del millenial, un estereotipo más cercano a un joven de clase media baja, con cierta educación universitaria.
En México, si seguimos al escritor José Agustín, algunos prefirieron apropiarse de términos como hippie, y convertirlos en jipi o jipiteca; para millenial no hay nada similar. El término es usado casi como sinónimo de joven hiperconectado y “nativo digital”, otro término no menos confuso y poco crítico para dar cuenta de fenómenos como el acceso a las tecnologías de la información y la comunicación.
Se llama “millenials” a los jóvenes que respondieron al sismo del otro 19 por razones pragmáticas y hasta estilísticas, pero ese colectivo espontaneo no es homogéneo, no necesariamente es de clase media, tiene acceso a la educación pública. Como sea, el término millenial, dejará de usarse hasta que otro de moda en turno lo reemplace en los medios.
Una certeza tenemos, esos jóvenes tiene un cuerpo situado en medio de un tragedia que trasciende al sismo, el de vivir en un país progresivamente acorralado por la violencia, el narcotráfico, la clara ausencia de políticas públicas que le sean favorables; pero también firmes con la esperanza de construir y reconstruir una nación en ruinas por la corrupción, como ya se vio en estos días que rebasaron al gobierno. La moneda está en el aire, y esperemos que el puño en alto no caiga, nómbrese como se quieran llamar: millenials, brigadas feministas, jóvenes, estudiantes, chilangos, ciclistas, etcétera.
Sabemos también que del grueso de la población en la ciudad de México, y del número de usuarios en internet respondió sólo un fragmento de la población joven y no; gracias a ese puñado de voluntades civiles, es que se tiene a esta ciudad de pie. No se puede decir lo mismo de los grandes corporativos mediáticos y mucho menos del gobierno local y federal. Algo nuevo tendrá que nacer de esto.
*Patricio Adrián. Maestro en Sociología Política por el Instituto Mora. Su publicación más reciente está compilada en el libro: ¿Y si hablas de…sed tu ser hombre? Violencia, paternidad, homoerotismo y envejecimiento en la experiencia de algunos varones, coordinado por Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero y publicado por El Colegio de México, 2015.