Crítica

 

Relatos, no cuentos, de Aldo Rosales Velázquez

2018-07-23 12:34:25

«Los panes y los pescados», editado por Periféricas, son relatos cuyas historias no terminan nunca y que se prolongan a la vida cotidiana de los lectores

 

 

 

Por Fabricio Barcenas Gutiérrez*

 

Un escritor hispanoamericano, cuyo nombre prefiero no mencionar, hablaba de las categorías de lector activo y lector pasivo (al que llamaba hembra, aunque después se corrigió). Sobre esto, Los panes y los pescados de Aldo Rosales Velázquez es un libro que requiere en todo momento de la primera categoría. Un lector que pretenda entregarse de cuerpo completo al acto literario. Es una lectura de detalles, de puntos que aunque se siguen uno a uno, la línea que se traza entre ellos nos muestra una sorpresa, una figura que se completa hasta el final.

Es así que el libro oferta una posibilidad de construir el sentido de la historia. En todos los casos el autor sólo insinúa, pone la mano del lector en aquello que quiere que perciba, que sienta. Será labor de quien tiene el libro frente a sí que lo haga.

Los panes y los pescados no son cuentos, son relatos. Esta afirmación, aunque pueda parecer baladí o superflua, me parece de una relevancia considerable. Su importancia estriba en que en estos aparentes detalles podemos apreciar de un modo más puntual las intenciones del autor respecto a sus procesos de escritura y decisión estilística. A grandes rasgos, un cuento clásico consiste en: introducción, nudo y desenlace; el relato omite el nudo. No hay una problemática que se busque resolver, sólo expone un acontecimiento. Aldo Rosales Velázquez opta por lo segundo.

El relato me parece es más cercano a nuestro día a día. En general podemos pensar que la vida -no importa de quién- está más llena de relatos que de cuentos. Nuestros momentos memorables son los cuentos, esas excepciones, lo que la mayoría de las veces contamos. Aldo Velázquez apuesta por contar lo que casi todos dejan que se pierda en el olvido.

La brevedad es la línea que cruza todos sus textos, también la herramienta que nos hace saber que no hay excesos en las narraciones. Cada una parece haber sido depurada hasta el más mínimo detalle al punto que no sobra nada. Incluso en los títulos, el más extenso tiene cinco palabras y tres son nexos.

Este libro es un catálogo de ideas y preocupaciones (tal vez manías) de su autor. No es un libro que pretenda contar historias; son éstas las que le permiten señalar situaciones específicas: una ausencia, un deseo, la presencia del azar en la vida, la vida.

Como motivo recurrente el cuerpo aparece desfragmentado en varios textos. La fragmentación no sólo es la desarticulación del Ser, tiene como consecuencia exaltar pequeños elementos que vivifican a quién se deconstruye. En «Pan» la vida se comunica desde el calor en que se transiten los cuerpos con su contacto. En «Flush» conocemos a sus protagonistas por sus acciones, sus hábitos, sus estaturas. Esa aparente deshumanización al desposeer a los personajes de nombre tiene un efecto contrario. Los resignifica desde la cotidianeidad de actos que realizamos todos, es así, que en ese texto se puede contar la historia de quienes la protagonizan o la de cualquiera de nosotros.

Los escritores realistas, costumbristas, etcétera, por más empeño que pusieron en sus esfuerzos literarios siempre huyeron de tratar lo inefable de la realidad, de las costumbres, de la vida. Aldo toma el camino opuesto. Rema a contracorriente para describir, enmarcar eso que no podemos decir pero que está en nuestras vidas y con un gran peso. Busca señalar ese elemento que carga de sentido lo que hacemos pero que la costumbre, en vez de pulirlo, lo ha opacado.

En algunos casos los relatos sólo se cortan, concluyen como un día cualquiera. Nada espectacular. Esta afirmación la enmarco en la intención que tiene el autor de hablar de la vida que, supongo para la mayoría es común y corriente, o en otros casos, más corriente que común. Esa postura de Aldo se asoma desde el primer epígrafe de Cseslaw Milosz: Canción del fin del mundo.

Y quienes esperaban relámpagos y truenos

están decepcionados.

Y quienes esperaban señales y trompetas de arcángeles

no creen que esté sucediendo ya.

 

El realismo, por nombrarlo de alguna forma, de Aldo, parece incluso cínico, alejado de todo idealismo trasnochado de la belleza de los días por elementos triviales. En los relatos de Los panes y los pescados nos damos cuenta de que si hay hechos estéticos en el suceder de los días no siempre están en el florecer de la primavera o el acaecer del sol; puede que se detengan en el huir de una mirada, en alguien pensativo recargado en un muro mientras repasa sus jornadas o en alguien que jala la palanca del baño.

Creo que todo proyecto de escritura tiene una intención. Por lo regular se apuesta a la distancia en el tratamiento de la historia, en ampliar sus detalles, contar anécdotas de los personajes o cosas por el estilo. Aldo apostó por ir hacia lo profundo, lo medular. En todos los relatos lo que se cuenta es nimio, roza la intrascendencia. Son acontecimientos que parece sólo tienen importancia para quien las vive (como recomendaba Quiroga en su decálogo del perfecto cuentista). En «Flores», texto que inaugura el libro, el protagonista se entretiene en ver pasar automóviles que cruzan la frontera. Imagina que en su interior hay un ramo de flores que él puso, un ramo que sí puede cruzar al otro lado y llegar a su destinatario. Visto desde fuera, sólo es una persona que ve el paso de automóviles. Nosotros, espectadores privilegiados sabemos que no es eso, que la trascendencia de ese acto se explora hacia adentro, no hacia afuera.

 

 

 

*Fabricio Bárcenas Gutiérrez. Estado de México, 1988. Maestro en Humanidades con especialidad en Teoría Literaria, por la UAM. Docente de educación media superior. Ha participado en diversos encuentros y coloquios sobre literatura. Autor de diversos artículos de crítica literaria y coautor de un par de libros sobre estudios literarios.

 

Revista Desocupado

 

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