Crítica

 

Una historia sin rostro: los 43 desaparecidos

2018-09-25 22:51:04

Caricaturas, cartones, fotografías reflejan cómo la mayoría de los mexicanos hemos naturalizado el horror. A través del caso Ayotzinapa, aquí se analiza la imagen en medio del caos

 

 

 

La historia es objeto de una construcción

cuyo lugar no lo configura

el tiempo homogéneo y vacío,

sino el cargado por el tiempo-ahora

Walter Benjamin

 

 

Por Julio César Merino Tellechea*

Maestría en Historia del Arte

 

En México las imágenes proliferan, en cada rincón se presentan, ya sea como un dispositivo mediatizado o mercantil, las encontramos en la calle, en los puestos de periódicos y revistas, en el transporte público, en los gadgets tecnológicos, en las redes sociales, en todos lados. El despliegue y bombardeo de imágenes es inconmensurable, en ningún momento se detienen. Muchas de éstas se posan frente a nosotros, convirtiéndose en parte del panorama cotidiano. Las observamos de manera extraña, a pesar de que algunas de ellas muestran un horizonte progresista (consumo) o que otras enseñen las figuras mesiánicas de los políticos; otras evidencian los horrores del día a día: hombres desollados, acribillados o simplemente asesinados. Los transeúntes las observan sin asombro, con naturalidad, pues son imágenes "normalizadas".

Desde hace varías décadas el fotoperiodismo ha hecho ilegibles las imágenes sobre la violencia, las ha instrumentado como aparato de orden (medios de comunicación) y las ha desnaturalizado, con el fin de quitarles su elemento aurático y para montarlas como un espectáculo fuera de toda proporción de la realidad; sin posibilidad de visibilizarlas. Sin embargo, hay “imágenes [que] nos ofrecen algunos resplandores próximos” a un síntoma, a una fisura, a un accidente en el tiempo[1].

Las fotos sobre la violencia en el país son un claro síntoma de crisis, pero al montarlas a diario en los medios impresos, pierden su experiencia cotidiana, convirtiéndolas en un testimonio del pasado, de lo sucedido que es irrecuperable, con el fin de que desaparezcan. Tomemos la idea de Walter Benjamin sobre la “imagen dialéctica”, aquélla cuya fuerza surge en momentos “inestimables que sobreviven, que persisten a una tal organización de los valores haciéndola explotar con momentos de sorpresa”[2]. Muchas de ellas superviven en la experiencia y sensación, por ello hay que voltearlas a ver, para hacerlas legibles y observar las singularidades del acontecimientos que las emite.

El 7 de noviembre de 2014 apareció una foto resplandeciente. En ésta, entre unas siluetas borrosas, se distingue a un hombre recargado en un podio, vestido con un traje negro, camisa blanca y una corbata color vino; con un seño cansado y poco atento, observa su speech y cínico, exclamó: “ya me cansé”. Detrás de él, se distingue la bandera de México y de la Procuraduría General de la República, así como un proscenio que contiene los logos de las instituciones mexicanas. La fotografía de Benjamín Flores visibilizó la incapacidad de las instituciones del Estado mexicano para esclarecer la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, en Guerrero, que fueron increpados en el municipio de Iguala, el día 26 de septiembre de 2014, último lugar donde se notificó su paradero[3]. Aquel personaje, Jesús Murillo Karam, encargado del caso, mostró una indolencia humana desmesurada; y a pesar del uso de ese adjetivo para describir al procurador, otras imágenes muestran y dan testimonio de la impunidad por parte de los miembros del poder en México, quienes no han atendido uno de los problemas latentes en los últimos años: la desaparición forzada.

Desde ese momento la violencia se legibilizó como un problema en el aparato judicial del país, pues en dicha desaparición estaban involucrados, presuntamente, no sólo el grupo de narcotraficantes, “Guerreros Unidos”, también el presidente municipal de Iguala, José Luis Abarca, miembros del comisariado municipal, estatal y las fuerzas del ejercito nacional. Se visibilizaron los problemas de Guerrero y de otros estados (Tamaulipas, Nuevo León, Oaxaca, entre otros), apareciendo imágenes de colgados en puentes, de descabezados en calles, de cuerpos “chamuscados en piras enormes […] [de] cuerpos sin manos o sin orejas o sin narices”[4]. Seres ignotos que pierden su valor como humanos por la industria de la droga. La empresa del narcotráfico, industria neoliberal –como dice Cristina Rivera Garza- está dispuesta a llegar a las últimas consecuencias, “la intemperie donde termina la condición humana”[5].

La imagen doliente aquí fue la de un hombre sin rostro: desollado, torturado y con muestras de actos genocidas. Sin ojos, sin voz, sin palabra. Una imagen que recuerda al Comala de Juan Rulfo, pero sin murmullos; susurros que se convierten en imágenes dialécticas que exhibieron al pueblo ignorado, quienes han sido reprimidos, e incluso, borrados como mexicanos. Se expusieron 43 rostros de los estudiantes normalistas desaparecidos, acompañados de dolor, de miedo y de rabia. Se volteó a observar el horror y la muerte de aquella ruralidad mexicana olvidada por el gobierno y su discurso homogeneizador. Sin embargo, estas comunidades se visibilizaron, pidiendo justicia, igualdad y una solución ante la impunidad del hecho. Así se iniciaron las proclamas en todos lados, en todo el territorio, pues las instituciones eran obsoletas para dar respuesta a la imposibilidad de justicia y esclarecer la desaparición de los normalistas rurales. El eco en todo el país se replicó con la consigna de: “vivos se los llevaron, vivos los queremos”[6].

 

 

En México se abrieron los ojos, como dice George Didi-Huberman, a lo inimaginable, a preguntarse la situación en la que se halla la realidad, fuera de toda veracidad inteligible. Comprender las “imágenes dialécticas”, “como imágenes capaces de poner en funcionamiento su propio 'punto crítico' y su campo de 'cognoscibilidad'”[7]. Las imágenes de los campos de concentración de Auschwitz fueron para el filosofo francés una “penosa paradoja de la voluntad de memoria y de olvido, de la culpabilidad y la negación, de la preocupación por montar la historia y del simple placer de mostrar historias […]”[8]. Ese relámpago, ese destello del que habla Walter Benjamin, se suscitó con Ayotzinapa, en una imagen de un joven sin rostro que obligó a reflexionar sobre la memoria y los problemas latentes en México desde el sexenio de Felipe Calderón y hasta el de Enrique Peña Nieto.

La fotografía capturó al joven sin rostro, quien sólo corrió por su vida y fue desollado -aunque hay otras versiones al respecto-. Esta imagen doliente posibilitó una tensión, una crítica ética-política y jurídica sobre la violencia en México, sobre un tema que no puede escapar. Dicho icono suscitó muchos cuestionamientos, no sólo por el acontecimiento de aquella noche de Iguala, el 26-27 de septiembre, sino de los antecedentes en Tlatlaya, de los descabezados en Boca del Río, los colgados en Tamaulipas, las fosas con cadáveres que se han encontrado en Tamaulipas, Veracruz, Guerrero o de los feminicidios en Ciudad Juárez y otras entidades del país. Tal situación detonó que se revelara algo inmediato, que no sólo impactó a la sociedad civil mexicana, sino a la de todo el mundo: la violencia, el horror y el miedo. El país se encuentra en una guerra contra el crimen organizado que inició en 2007 (y continua discursivamente), no en busca de la paz o el bienestar, sino de legitimación militar y ordenamiento de un régimen que visibilizaba su participación con el narcotráfico. El rostro de la muerte es la del gobierno del Estado.

Además, en el crepúsculo en donde apareció el joven normalista Julio César Mondragon, sin rostro y sin ojos, exhibió una problemática histórica-jurídica en México: decenas y miles de muertos comenzaron a aparecer, se expuso el horror y el dolor, y se posibilitó una crítica a un régimen inoperante dentro de sus propias instituciones. Ayotzinapa -afirma Cristina Rivera Garza- fue el olvido de la responsabilidad del Estado por el bienestar de los ciudadanos, el cual “ha mostrado su cara más cruel: la cara desollada de los estudiantes pobres”. De una Escuela Normal rural, gratuita y fundada en el México posrevolucionario, que históricamente han defendido su derecho por estudiar, mostrando la marginalidad y pobreza en Guerrero y en la mayor parte de la ruralidad mexicana. Estudiantes que a través de una radicalización de ideales marxistas, leninistas, pro revolución cubana, y demás movimientos socialistas-comunistas, han defendido su autodeterminación como lo hicieron Lucio Cabañas y Genaro Vázquez.[9] En dichas fotos, la del normalista asesinado y las de los desaparecidos, se expone a la mirada una realidad omitida, la memoria política olvidada, la revuelta y la necesidad de protestar, lo cual desestabilizó el orden propuesto por el Estado nacional[10].

 

 

Al mismo tiempo que el presidente Enrique Peña Nieto era premiado en Nueva York, por el Appeal of Conscience Foundationpor, con el Premio Estadista Mundial de 2014 [11], se abrían las fosas del horror y muerte en el país, del neoliberalismo depredador de los principios humanos. Sin embargo se montaba los logros del presidente mexicano, frente al país y al mundo. No había muertos, violencia u horror, solamente se daba lectura al progreso alcanzado por sus reformas, su gobierno e instituciones ejemplares que él encabeza. Dice Claudio Lomnitz que “lo cierto es que en México la fantasía del Estado omnipotente le ha servido durante demasiado tiempo a demasiada gente. El Estado mexicano siempre ha tenido serios límites de poder, pero esos límites han sido siempre cuidadosamente ocultados y negados”[12].

Sin embargo, el acontecimiento de la desaparición de los 43, junto al problema de la desaparición forzada, crimen de Estado y de lesa humanidad, se legibilizaban en México. El escritor Juan Villoro apuntó: “con el tema de los 43 de Ayotzinapa, se condensó el horror en México, pero debemos estar conscientes de que este horror viene décadas atrás, es una descomposición social que se ha ido fraguando […]. Decir que fue el Estado es cierto, yo creo que todos debemos decir que fue el Estado no es suficiente, creo que tenemos que fincar responsabilidades[…]”[13]. La responsabilidad mínima del Estado por garantizar la vida y los derechos humanos, fundamento del artículo 1º de la Constitución Política de México, triunfo fincado en la Revolución mexicana.

La caricatura visibilizó el problema y criticó mediante imágenes. Antonio Helguera dibujó a aquel hombre desollado, con una leyenda: “para que ze lez quiten las ganas de proteztar”, guiño al crimen organizado y a la censura al derecho de protesta social. Sobre dicho cartón, Javier Galindo Ulloa opinó: “El horror como una advertencia a cualquier forma de protesta social […] La imagen de la muerte es una metáfora de la tragedia que vive el pueblo, por la desaparición forzada y el hallazgo de restos humanos en la fosas clandestinas de Pueblo Viejo y poblaciones aledañas de Iguala”[14]. Los cartonistas visibilizaba las incertidumbres institucionales y las maneras represivas del gobierno del Estado.

El Fisgón dibujó la metáfora violenta de “Mover a México”, arenga del peñismo, montando esa realidad a contra pelo del discurso hegemónico: un federal apuntando y asesinando hombres, “no se muevan cabrones”.

Ante tal situación, el mismo Estado instrumentalizó su “verdad”, mediatizó y manipuló los acontecimientos en periódicos y revistas, para generar un dispositivo de control a través de su legalidad jurídica para declarar a un culpable, en este caso el crimen organizado: el narcotráfico. El 27 de enero de 2015 salió otra foto, ahora Murillo Karam fue tomado de perfil, con un rostro enjuto y con un folder en la mano izquierda saliendo de la conferencia de prensa, después de anunciar una “verdad histórica” sobre la muerte y asesinato de aquellos jóvenes en Iguala. En ésta ratificó que los restos encontrados en las bolsas del río San Juan eran de los estudiantes, los cuales después de haber sido aniquilados por el cartel de “Guerreros Unidos”, habían sido quemados en un basurero en Cocula y después arrojados al río[15].

Murillo Karam y, el director de la Agencia de Investigación Criminal (AIC), Tomás Zerón de Lucio, montaron la solución del caso a través de una “verdad histórica” irrevocable. Ambos dijeron que los datos científicos arrojados por los forenses mexicanos y biólogos de la UNAM revelaban la realidad de la situación. Sin embargo, descalificaron el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense, por contradecir dicha “verdad histórica”.

El argumento de su “verdad histórica” fue el estudio de los restos materiales localizados en el río como prueba verídica arrojadas por la ciencia. No se basó en preguntarse sobre la narración de los hechos o en cuestionarse ¿Por qué desaparecieron 43 jóvenes en Iguala? ¿Por qué fueron atacados después de rendirse? o ¿Por qué un muchacho fue desollado?, pero lo más grave fue justificarse a través de algo que llamaron “verdad histórica”, debilitando su propio discurso de “verdad”. Entonces ¿qué es una verdad histórica para el Estado?

La justicia mexicana dio una respuesta a un hecho violento y doloso a través de un concepto de verdad y de un presupuesto histórico del acontecimiento. Borró videos y eliminó evidencias sobre el caso. Apeló al olvido, dio carpetazo y como el mismo presidente Peña Nieto dijo: “son hechos dolorosos y lamentables de Iguala, debe haber justicia y castigo a los culpables, pero esa tragedia no puede dejarnos atrapados, no podemos quedarnos ahí”[16].

La memoria y el olvido, un montaje de verdad y una “verdad histórica”, no solamente mostraron la ineficacia del gobierno de EPN, sino puso en crisis su propio concepto de historia de régimen, de historiografía hegemónica, en miras de un progreso. Se tendría que hacer una arqueología del discurso historiográfico de los regímenes políticos posrevolucionarios para posibilitar el entendimiento del pretérito en México. Los cuales delinearon un discurso unívoco enfocado a las grandes glorias nacionales; es decir, a los triunfos de la Revolución mexicana, de la democracia, de la educación pública, de los trabajadores, del “México que todos queremos o ilusionamos”. Además, los planes educativos, el arte, los medios visuales (televisión y cine), los dispositivos tecnológicos han promovido un discurso alentador y teleológico, enfocado en el progreso; por ejemplo, los lemas: “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho” o “Mover a México”.

Sin embargo, la Historia nacional sólo ha sido un montaje, la cual tenemos que desmontar y evidenciar, para remontar un problema inicial, cómo se ha formado nuestra historia a través de tabús histórico-discursivos de nacionalismo, emanados por el poder del Estado. Esto ha generado una dirección única del horizonte histórico, eliminando cualquier tipo de crítica, y no han permitido observar a contrapelo los acontecimientos del pretérito.

Incluso, el predominio unilateral ha sesgado nuevas visibilidades históricas, aparecidas no sólo a través de la memoria archivística, sino mediante imágenes y reflexiones filosóficas, estéticas y políticas. Del mismo modo, el predomino del cientificismo de la disciplina histórica, también ha sido un lastre para el desarrollo de un pensamiento crítico del pasado mexicano. El historiador se ha transformado en un ser insular, alejado del “tiempo-ahora”, como Walter Benjamin lo planteó. Se ha enfocado más en el dato duro, en el hecho en sí; en lugar de observar las tensiones y “descubrir en el análisis del pequeño momento singular, el cristal del acontecimiento total”[17].

La dichosa “verdad histórica” puso en crisis nuestra misma imagen de historia, la cual a semejanza del Ángel de la historia de Benjamin, se encuentra presó en la tempestad del progreso[18]. Las imágenes de Ayotzinapa, particularmente, la del hombre sin rostro, legibilizaron el dolor y el horror. Para Didi-Huberman “el conocimiento histórico acontece a partir del ahora, es decir, de un estado de nuestra experiencia presente del que emerge, de entre el inmenso archivo de textos, imágenes o testimonios del pasado, un momento de memoria y legibilidad que aparece -como punto capital en la concepción de Benjamin- como un punto crítico, un síntoma, un malestar de la tradición que, hasta ese momento, ofrecía del pasado un cuadro más o menos reconocible”.[19]

¿Cuál es este síntoma? ¡Una idea legitima de verdad histórica y un intento de borrar la violencia, el horror y el dolor? Ayotzinapa mostró que “la verdadera imagen del pasado pasa súbitamente. El pasado sólo cabe retenerlo como imagen que relampaguea de una vez para siempre en el instante de su cognoscibilidad”[20].

Esta es la evidencia alegórica de una crisis latente en la “tempestad del presente” en México. La historiografía nacionalista ha desechando toda posibilidad de crítica. Tal vez es momento de observar aquellas imágenes del pasado súbitas, dialécticas y tensas, fuera de todo intento de perspectivas universales y teleológicas propuesta por la “ciencia histórica”: causa-efecto. Detenernos en las situaciones humanas, los modelos políticos y el contrapelo de los hechos, para acercarnos a otras vicisitudes. Por ejemplo, en México, particularmente, después del movimiento y masacre estudiantil en Tlatelolco de 1968, se puso en duda aquel progreso político y social emanado de la Revolución y montado por el Partido Revolucionario Institucional. Entró en crisis el discurso histórico de igualdad y justicia generado por el priismo. El sistema político mostró su ineficacia, pues la violencia, la censura y la opresión, tenían una potente visibilidad.

La violencia y dolor son palabras correspondientes y sinónimas, pero a la vez desnaturalizadas. Estos dos conceptos nos remiten a muchas preguntas como: ¿México es un país violento? o ¿históricamente la violencia ha sido observada como parte del dolor o si el dolor conforma a la violencia? Cristina Rivera Garza dice que:

 

En México moderno, donde las generaciones posrevolucionaria han convertido la Revolución de 1910, con más o menos éxito, en una épica oficial y fundamental, muy poca atención seria se ha presentado a sus trágicos orígenes y a sus sujetos trágicos. Las narrativas dolientes en las cuales, como la tragedia, “el detalle del sufrimiento es insistente, así sea por violencia por la reconfiguración de las vidas por un nuevo poder en el Estado”[21].

 

Alegorías al triunfo histórico velado y direccionado.

La “verdad histórica” como respuesta del Estado sobre el caso de Ayotzinapa pone en duda la ética en la Historia, no en el objetivo de aproximarse a decir la verdad, sino en la reflexión de la misma verdad. Por ejemplo, el dolor y la violencia son problemas de nuestra contemporaneidad histórica y humana. El dolor es, según José Luis Barrios, “un estatus ontológico de la humanidad: el rompimiento de la hegemonía del sujeto como actividad y representación”, la finitud de la vida humana[22]. La cual para un Estado neoliberal, el ser es un medio de producción, no una representación de lo sensible.

La imagen doliente de Julio César Mondragon, estudiante de la Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, puso en dificultad la legitimidad y funcionalidad de las instituciones estatales. Legibilizó el dolor, el horror, la violencia y muerte en el país. Se visibilizan las balas, los descabezados, los feminicidios, las fosas de cuerpos ignotos, las injusticias, los huérfanos, los periodistas asesinados y los rostros sin rostros. Esa imagen se opone al discurso histórico propuesto -como dice Josep Fontana- “que tiene interés en hacernos creer en la existencia de un único orden final de las cosas, al cual han de tener todas las líneas de evolución”[23], derribando cualquier “verdad histórica”. Volverse a preguntar, retomando a Didi-Huberman “¿a qué clase de conocimiento puede darnos lugar la imagen?”[24], a la posibilidad de criticar el orden, de poner atención estética y ética a un acontecimiento histórico, de la memoria, de la censura, del olvido, de remontar la verdad y revelar un problema cotidiano[25].

En suma, el desmontar la imagen doliente del desollado de Ayotzinapa, aparece como un posicionamiento critico al orden establecido por el Estado. No es la única imagen sensible, proliferan muchas, pero ésta fue una irrupción ética, política y estética que cuestionó la justicia, la violencia y el horror en México. Hizo legible el desasosiego social, la falta de derechos humanos, la poca representatividad del individuo frente a las instituciones y el mínimo valor que tiene la vida humana. El síntoma expuesto en ese momento, la foto del desollado, mostró que el país no sigue el desarrollo económico planteado por las reformas estructurales de Peña Nieto, ni mucho menos un camino teleológico al mejoramiento social o histórico. Al contrario, evidenció la problemática de la desaparición forzada, del poder del crimen y del ilegible bienestar social y justicia.

Finalmente, la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa y los hechos ocurridos la noche y madrugada en Iguala (26-27 de septiembre), aún está impune, pese a las distintas narrativas ofrecidas, el carpetazo de la PGR y la censura por parte del sistema judicial mexicano. La exposición Forencis Architecture, en colaboración con el Equipo del Centro Prodh y el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), junto con el Museo Universitario de Arte Contemporáneo, proponen una cartografía visual, donde se expone las líneas de investigación sobre a desaparición forzada de los Estudiantes. Con un mural de 16 metros de largo, a través de discurso curatorial, se propuso una alternativa a la investigación. Cuauhtémoc Medina, curador del MUAC, propone una estética de investigación sobre el caso Ayotzinapa, con la finalidad del que el museo sea “un espacio forense; es decir, un espacio de exhibición de evidencia, un espacio posición de testimonios, un espacio de circulación de saber y de pensamiento. Pero, también de reflexión, representación y de duelo”[26].

La misión de la exposición Ayotzinapa: Una cartografía de la violencia tiene como finalidad, hacer legible, a través de una investigación forense por parte de la organización Argentina, la cual fue censurada y obstaculizada durante el análisis de los restos encontrados en el río San Juan, una recreación de los hechos acaecidos en aquella noche de Iguala. Pero lo más importante, como dijo Cuauhtémoc Medina, es plantearse horizontes de lo que hoy es el estado actual de arte en la representación histórica, tanto del presente como del futuro. Transformar los paradigmas de las exposiciones históricas enfocadas en la pintura, principalmente en el muralismo, para hablar de una política viva en el presente.

Aquella imagen doliente y los hechos ocurridos esa noche en Iguala aún no se esclarecen y con ellos una serie de actos impunes, asesinatos, secuestros, feminicidios y demás hechos violentos, que muestran el horror y el dolor en México. A pesar de que el Senado de la república fortaleció su Estado de derecho para hacer frente a la desaparición forzada, aún quedan muchas cosas que replantearse, entre ellas, la justicia y la historia misma de México.

El odio crece día con día y para muchos, dicha guerra contra el crimen organizado o el sometimiento y prohibición de las manifestaciones sociales se debe celebrar. En las últimas páginas de su libro, Historia Oral de la infamia, Jonh Gibler le preguntó al Médico de la clínica Privada Cristina, Ricardo Herrera, el porqué le negó ayuda al joven normalista de Ayotzinapa herido de bala. El médico dijo: "ellos eran delincuentes". Gibler abre la interrogante: “¿Eso es delincuencia? ¿Eso le parece mal? Entonces quitarle el rostro, sacarle los ojos, descuartizarlo, y calcinar los cuerpos: ¿Eso le parece bien? Herrera respondió: “Si. La verdad que sí”[27].

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Referencias Bibliográficas

 

Luis Barrios, José Luis, Ensayos de crítica cultural, una mirada fenomenológica a la

Contemporaneidad. México: Universidad Iberoamericana, 2004.

 

Benjamin, Walter, Obras Completas, Libro 1, Volumen 2: La obra de arte en la época de la reproductividad técnica, Charles Baudelaire. Un lírico en la época del alto capitalismo, Sobre el concepto de Historia. Madrid: Abada, 2007.

 

___________, Tesis sobre la Historia y otros fragmentos. México: Itaca, UACM, 2008

 

Didi-Huberman, George, Arde la Imagen. Oaxaca: Serieve, Fundación Televisa, 2012.

 

______________, Supervivencia de las luciérnagas. España: Abada, 2012

 

______________, Pueblos expuestos, pueblos figurantes. Buenos Aires: Matinal, 2014

 

______________, Remontajes del Tiempo Padecido, El ojo de la historia. Buenos Aires: Universidad del Cine, Editorial Biblos Artes y Medios, 2015.

 

Gibler, Jonh, Una historia oral de la infamia. Buenos Aires: Tinta Limón, 2016.

 

González Rodríguez, Sergio, Los 43 de Iguala. México: verdad y reto de los estudiantes Desaparecidos. Barcelona: Anagrama, 2015.

 

Fontana, Joseph, La historia de los hombres: el siglo XX. Madrid: Crítica, 2002.

 

Rivera Garza, Cristina, Dolerse. Textos desde un país herido. Oaxaca: Surplus, 2015.

 

Löwy, Michael, Walter Benjamin: aviso de incendio. Una lectura de las tesis “sobre el concepto de historia”. México: Fondo de Cultura Económica, 2012.

 

 

[1] George Didi-Huberman, Supervivencia de las luciérnagas, (España: Abada, 2012), p.66.

[2] George Did-Huberman, Supervivencia de las luciérnagas, p.98.

[3] Benjamin Flores, “Murillo Karam, el procurador cansado”, Proceso, (7 de noviembre de 2014) en http://www.proceso.com.mx/456186/ayotzinapa-la-eterna-noche-sin-luna/pg4 (consultado el 1 de diciembre de 2017).

[4] Cristina Rivera Garza, Dolerse. Textos desde un país herido, (Oaxaca: Surplus, 2015), p.10.

[5] Cristina Rivera Garza, Dolerse, p.13.

[6] S/A, “Ayotzinapa: la eterna noche sin luna”, Proceso, (26 de Septiembre de 2016), en http://www.proceso.com.mx/456186/ayotzinapa-la-eterna-noche-sin-luna. (Consultado el 1 de diciembre de 2017).

[7] George Didi-Huberman, Remontajes del Tiempo Padecido, El ojo de la historia, (Buenos Aires: Universidad del Cine, Editorial Biblos Artes y Medios, 2015), p.23.

[8] George Didi-Huberman, Remontajes del Tiempo Padecido, p.24.

[9] Sergio González Rodríguez, Los 43 de Iguala. México: verdad y reto de los estudiantes desaparecidos, (Barcelona: Anagrama, 2015), pp.28-30.

[10] George Didi-Huberman, Pueblos expuestos, pueblos figurantes, (Buenos Aires: Matinal, 2014), pp.101-102.

[11] Sergio González Rodríguez, Los 43 de Iguala., 43.

[12] Claudio Lomnitiz, “La unidad se tendrá que construir (por un servicio civil universal obligatorio)”, La Jornada, 12 de noviembre de 2014, Citado en Cristina Rivera Garza, Dolerse, 23.

[13] Juan Villoro, “Ayotzinapa condensó el horror en México”, El Universal, (Viernes 07 de noviembre de 2017), en http://archivo.eluniversal.com.mx/nacion-mexico/2014/ayotzinapa-juan-villoro-horror-mexico-1052537.html. (Consultado 5 de diciembre de 2017).

[14] Javier Galindo Ulloa, “Ayotzinapa en la caricatura política, a través de la tragedia y la descripción del horror, los cartonistas representan nuestra realidad atroz”, La Jornada Semanal, núm. 1073, (Domingo 27 de Septiembre de 2015), en http://www.jornada.unam.mx/2015/09/27/sem-javier.html. (Consultado 5 de diciembre de 2017).

[15] Gustavo Castillo García, “¿Carpetazo? Guerreros Unidos asesinó a los 43 normalistas: Murillo”, La Jornada, (Miércoles 28 de enero de 2015), 2, en http://www.jornada.unam.mx/2015/01/28/politica/002n1pol. (Consultado 5 de diciembre de 2017)

[16] Rosa Elvira Vargas, “No quedarse atrapados con la tragedia de Iguala, pide EPN”, La Jornada, (miércoles 28 de Enero de 2015), en http://www.jornada.unam.mx/2015/01/28/politica/005n1pol. (Consultado el 5 de diciembre de 2017).

[17] Joseph Fontana, La historia de los hombres: el siglo XX, (Madrid: Crítica, 2002), p.190.

[18] Walter Benjamin, Tesis sobre la Historia y otros fragmentos, (México: Itaca, UACM, 2008), 44. Michael Löwy, Walter Benjamin: aviso de incendio. Una lectura de las tesis “sobre el concepto de historia”, (México: Fondo de Cultura Económica, 2012), 100-110

[19] George Didi, Huberman, Remontajes del tiempo padecido, p.20.

[20] Walter Benjamin, Obras Completas, Libro 1, Volumen 2: La obra de arte en la época de la reproductividad técnica, Charles Baudelaire. Un lírico en la época del alto capitalismo, Sobre el concepto de Historia, (Madrid: Abada, 2007), p.307

[21] Cristina Rivera Garza, Dolerse, p.35.

[22] José Luis Barrios, Ensayos de crítica cultural, una mirada fenomenológica a la contemporaneidad, (México: Universidad Iberoamericana, 2004), p.70.

[23] Josep Fontana, La historia de los hombres: el siglo XX, p.192.

[24] George Didi-Huberman, Arde la Imagen, (Oaxaca: Serieve, Fundación Televisa, 2012), p.11.

[25] Cristina Rivera Garza, Dolerse, p.79.

[26] Presentación de la Plataforma del Caso Ayotzinapa. “Una cartografía de la violencia”, emitido en directo el 7 de septiembre de 2017, en https://www.youtube.com/watch?v=OTpHdnFG8pc&t=5163s. (Consultado 8 de diciembre de 2017)

[27] Jonh Gibler, Una historia oral de la infamia, (Buenos Aires: Tinta Limón, 2016), p.140.

Revista Desocupado

 

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