Crítica

 

Cuentos negreros o el cuerpo sincopado

2017-01-10 13:21:46

Estos cuentos de Marcelino Freire pueden leerse como cantos o susurros populares sobre manifestaciones marginadas y minoritarias en Brasil

 

Por Enrique G. Gallegos*

 

Los dieciséis textos de que se compone el volumen Cuentos negreros de Marcelino Freire también podrían pasar por cantos en el sentido lírico de la expresión; es decir, como manifestaciones rítmicas de un pathos adscrito a ciertas capas populares, marginadas y minoritarias, como son los negros brasileños.

Urdidos en una prosa ambigua, indirecta, susurrante, en la que la historia no es contada sino insinuada y los personajes no siempre adquieren un nítido perfil, en la que se confunden la voz del narrador con las de los personajes, en la que los planos se enredan y se traslapan tiempos y voces, el libro relata pequeñas historias de las mil formas de existir de la negritud en ese Brasil de contrastes: el negro homosexual, el negro ratero, el negro pobre, el negro que se toma a sí mismo como mercancía, el negro enamorado y la negra explotada. En ese sentido, más que un relato épico, estaríamos ante una antiheroicidad. Los antihéroes son el negro que para subsistir debe vender un órgano de su cuerpo como en el cuento “Nación zombi”, los dos negros ladrones que parecen encontrarse al límite de la muerte en “Poliladrón” o aquel negro del cuento “Mis amigos de colores” que encuentra finalmente al amor de su vida en el “negronegronegronegro de ahí”.

Pero tratar a los personajes de antihéroes es quizá excederse en una interpretación literaria; por ello, tal vez debamos situar los relatos en ese mundo tenso, complejo, barroco e híbrido que representa el Brasil contemporáneo. Es ahí donde el énfasis homosexual de los personajes adquiere toda su fuerza. Frente a la miseria, la tensión, la humillación, la discriminación y la exclusión que suelen padecer las minorías étnicas y las mayorías pobres, la sexualidad puede operar como una línea de fuga; es como la fuerza subterránea del carnaval, del exceso y del ritmo fracturado de la prosa. ¿Y qué pensar entonces del cuento “Yamami” donde abiertamente se describe una “idílica” sociedad de la pedofilia? En un mundo como el nuestro, preocupado por la infancia, por el cuidado del otro, por el rechazo a la violencia y —tampoco hay que negarlo— por hipocresías, disimulos y sutiles represiones, no dejará de resultar escandaloso el arreglo erótico, homosexual y, sobre todo, pedofílico, de algunos de esos cuentos.

Hace algunos meses vino a la Universidad Iberoamericana el Nobel Coetzee a dar una conferencia sobre la censura literaria e hizo un repaso de ésta en sus distintas formas y trasformaciones históricas, desde las brutales del apartheid sudafricano hasta las más tenues e imperceptibles instaladas en el corazón de las democracias occidentales. Al final de su conferencia, en un giro inesperado y frente a la realidad de la pedofilia, criticó que se deslice imperceptiblemente la sospecha de que todos los adultos son potenciales pedófilos y con ello, no sólo la censura se instala en el campo literario, sino se termina por enturbiar las relaciones entre adultos y niños. Y es que justamente la literatura podría tener la función de exorcizar esos y otros demonios.

¿Existe una literatura de la negritud? El purismo literario responderá que es un accidente; la buena literatura —se argumentará— está más allá de esas especificidades; es esencia, eidos. Desde ese ángulo, no existiría la literatura feminista, chicana, centroamericana o mexicana. Serían contingencias. Por su parte, las estéticas materialistas y corporeizadas, que desde del siglo XX han persistido como un contradiscurso, alegarán que el cuerpo se hace literatura y la literatura, cuerpo. No es que no exista el artificio, la distancia, las políticas por neutralizar los contenidos y procesarlos en función de una deliberada voluntad literaria (¿acaso sería importante precisar que el autor es blanco?), pero lo que posibilita Cuentos negreros es que hay un color de piel, una fuerza de los cuerpos, un ritmo propio de los negros, unas glándulas secretando, unos sexos violentando los orificios, un arreglo material en el que los cuerpos sufren y gozan, una explotación que lleva miles de años confundida con la piel de los negros y que el lenguaje logra capturar y diseminar en sintagmas, cadencias y estructuras. Eso es lo que podría explicar el ritmo sincopado del libro, la prosa oscilante, descoyuntada y cercana al canto —aunque más que canto, se trataría de un grito. El recuerdo del grito de los negros que venían en los primeros barcos de esclavos. En esos cuentos, podría insinuar, el escritor mantiene viva, a pesar de sí, una memoria que quiere liberarse de las cadenas.

La editorial argentina Santiago Arcos realizó una edición de este libro en traducción de Lucía Tennina. La versión que aquí se comenta es de Armando Escobar. La tapa de la edición mexicana es similar a la del libro argentino, que a su vez toma la de la edición brasileña del 2005. Intuyo que se trata de un guiño que opera como desplazamiento; mientras en la portada y contraportada brasileña/argentina se recurre a la fotografía de un negro (posiblemente un esclavo), la mexicana recupera la fotografía pero en imagen diluida, como si el negro se disolviera y estuviera a punto de desintegrarse. Podríamos aventurar que la tapa de la versión mexicana estaría a tono con el estilo prosístico de los cuentos.

Por Cuentos negreros (Librosampleados, 2016) su autor recibió el premio Jabuti de literatura en 2006. Entre otros títulos de Freire se pueden mencionar los libros Nossos Ossos, Amar e crime y Rasif - Mar que Arrebenta.

 

 

*Enrique G. Gallegos (Guadalajara, 1969). Cuenta con algunos libros de poemas, el último lleva por título Épocas, 2014. Aparece en la antología Lapidario. Antología del aforismo mexicano (1869-2014). Otras de sus publicaciones: Poesía, razón e historia, 2010; “Walter Benjamin y el ciframiento político de la estética en Baudelaire”; “La estética como engranaje entre política y subjetividad en Rousseau”, entre otras publicaciones. Ha coeditado algunos volúmenes colectivos Ráfagas de dirección múltiple. Abordajes de Walter Benjamin; entre otros.

 

Arte en fotografías: Ian Sebelius (Montreal, 1990) estudió Comunicación Social en la UAM Xochimilco. Es postproductor en Efekto TV. Vive en un mundo de mentiras fabricando fantasías.

 

 

 

 

 

Revista Desocupado

 

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