Crítica

 

Me echo tres de Retes

2020-04-20 21:38:10

El autor de este breve texto recorre parte de la filmografía de Gabriel Retes al lado de los procesos políticos y económicos de México en la última parte del siglo XX

 

 

 

Por Enrique Martínez Aguilar*

 

 

Encerrado en mi casa, amedrentado por la pandemia, encajo la noticia de la muerte de Gabriel Retes y no puedo evitar pensar que él se marcha justo cuando todos estamos viviendo un tiempo oscuro. Terrible. Ominoso. Las películas de Gabriel siempre me han gustado, son magníficas. Sin embargo, he de confesar que cada vez que veo una película de Retes queda en mí un dejo amargo. Quiero hablar de manera muy breve de tres filmes de Gabriel Retes que vi en tres momentos de mi vida y que precisamente las recuerdo porque vi cada una de estas películas con muy distintos sentimientos.

La primera es Chin Chin el Teporocho, cinta de 1975, que vi en el cine del barrio, el Panchito Villa, cine piojito allá en calzada de La Viga, justo a espaldas del mercado de Jamaica. Un fin de semana decidí gastar los dos pesos que costaba la entrada para ver una película en la que, a medida que avanzaba su historia, veía reflejado mucho de mi propio hartazgo. Rogelio, un empleadillo de supermercado, pretende a la hija de Don Pepe, el ricachón de la colonia. Se casa con ella, a pesar del desprecio del rico abarrotero español. Una noche, Rogelio descubre que la honorabilidad y sacrosantos valores de los que hace gala su suegro son tan sólo la máscara que oculta a un tipo miserable, vicioso y pederasta. Tras propinar una paliza a Don Pepe, Rogelio quiere huir pero su mujer se niega a seguirlo, ella prefiere seguir viviendo en ese mundo hipócrita. Rogelio se pierde en las calles del barrio y acaba convertido en un teporocho.

Salí del cine y caminé de regreso a casa mientras pensaba en mi propia situación. Estudiaba yo la secundaria y el subdirector de mi escuela componía himnos que nos hacía cantar tratando de imbuirnos de entusiasmo por el Arriba y Adelante echeverrista. Estoy convencido que mi subdirector creía en todo eso pero yo ya no. El régimen de la Revolución se caía a pedazos y sus lemas lucían deshilachados. Lo único que crecía dentro de mí, junto con la náusea al cantar esas paparruchadas, era el deseo irrefrenable de escapar corriendo de todo aquello.

Bandera Rota la vi en 1979 y ya para entonces cursaba yo el sexto semestre en el CCH Oriente. Hasta nuestro plantel llegaban los muchachos de la Liga 23 de Septiembre en febriles incursiones a repartir el Madera, que nosotros recibíamos para después leerlos a buen resguardo. La insurrección sandinista marchaba incontenible y en El Salvador comenzaban a soplar vientos de guerra popular. La nueva Revolución clareaba en el horizonte. En la película de Retes veía a una burguesía atrapada dentro de su propia moralina, que prefería guardar las apariencias mientras a la chita callando masacraba a aquellos que se atrevían a desafiarla. El planteamiento de la cinta me pareció ingenuo. Un cineasta y sus amigos presionan a un industrial para que adopte políticas favorables a sus trabajadores, amenazando con revelar un crimen que el millonario ha cometido. Éste finge ceder al tiempo que organiza un grupo clandestino que aniquila a los justicieros chantajistas. Retes rodó su película justo cuando el régimen mexicano daba refugio a revolucionarios latinoamericanos, al tiempo que la Brigada Blanca funcionaba a todo vapor en todo el territorio nacional.

A comienzos de los 90, del siglo XX, las cosas eran ya muy distintas. El régimen de la Revolución mexicana había sido sepultado pero no por los revolucionarios de izquierda sino por los tecnócratas neoliberales. El Bulto (1992) recoge el estupor que impone esa realidad. Lauro es apaleado el 10 de junio de 1971 durante el halconazo, queda en coma y despierta 20 años después, sólo para ver que el mundo sí cambió pero no en la dirección esperada. El libre mercado se impone a todo tren, el Estado se adelgaza y las privatizaciones se vienen en cascada. El éxito material es la meta de todos, hijos y amigos de Lauro incluidos. El marxismo se apaga y hasta los países socialistas se agitan en pos de la democracia, que se oferta como la gran solución de todos los males. Al final, Lauro trata de adaptarse y aceptar que ya no hay lugar para las utopías. Veía la película de Retes al tiempo que observaba cómo varios de mis compañeros se subían al carro de la modernidad, se hundían en el cinismo… y progresaban. Un camarada meneaba la cabeza al tiempo que me decía, como para animarme: “Compa, vivimos tiempos de apostasía”.

Hoy todo parece derrumbarse nuevamente y confieso que me habría gustado entrar a una sala de cine, esperar a que se apagaran las luces y asistir a la reflexión fílmica muy personal de Gabriel Retes sobre esto que hoy vivimos. Ya no será así y quizás sea esa la razón principal por la que lamento su partida.

 

*Enrique Martínez Aguilar. Crítico de cine y gestor cultural. 

Revista Desocupado

 

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