Crítica

 

Un vaquero cruza la frontera en silencio de Diego Enrique Osorno

2018-04-01 15:03:52

Para Patricio Adrián ésta es una crónica novelada sobre un personaje que en su andar por el tiempo y la geografía repasa la debacle mexicana

 

 

Por Patricio Adrián*

 

Este es un bello libro de agradecimiento a un familiar de Osorno: su tío Gerónimo o Tío. En Osorno queda clara la intención de escribir para agradecer y para contar una historia de un testigo singular, la del tío Gerónimo, ese vaquero que cruzó la frontera norte en silencio para abrirse una mejor vida en Estados Unidos, con sus dificultades congénitas a cuestas. Osorno escribe para no olvidarlo -una obviedad lo sé-, pero también para no perder la memoria de su mirada en un México sordo por las balaceras, indiferente al silencio comprado de los medios; un país diferente al que le tocó vivir al tío Gerónimo en su experiencia de vida.

Pero antes de conocer al tío Gerónimo, valdría la pena imaginárselo en una frontera polvorienta, llena de calor desértico, cuyo silencio estratégico apenas es roto por el viento y algunas tolvaneras. Tío Gerónimo puede sentir el polvo en la comisura de los ojos y en las mejillas, pero no puede escucharlo. El nombre del libro bien podría ser un cuento corto al  estilo de Augusto Monterroso. Pero esto se rompe cuando conocemos más sobre las condiciones de Tío: Es sordo mudo.

Osorno indaga así en sus antecedentes familiares que, como Tío, también vinieron sordos al mundo, y en consecuencia también mudos. La ausencia del sonido determina el habla, pero no otro tipo de lenguajes. La máxima del filósofo Ludwig Wittgenstein: “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” queda muy clara en la vida de Tío Gerónimo y de su entendimiento sobre el México que le tocó vivir.

Parte de la riqueza narrativa de este libro es que el relato está escrito en presente, de ahí el énfasis del título del libro, que pone foco en el proceso cronológico, vívido, continuo. Conocemos así de cabo a rabo la biografía de tío Gerónimo, biografía que trasciende lo exclusivamente personal y familiar, Osorno huele y sigue muy bien esa intuición que vincula lo biográfico con lo cultural y social. El autor entrelaza narrativamente lo que apuntaba el sociólogo Wright Mills en su libro La imaginación sociológica: “la ciencia social trata de los problemas de la biografía, de la historia y de sus intersecciones dentro de las estructuras sociales” (2005: 157). Lo anterior, desde luego aplicado al género narrativo de Osorno, que en mi opinión no sólo es crónica, si existe algo que se le llame crónica novelada, este podría entrar dentro de esa categoría.

Osorno abre el baúl de sus recuerdos, y comparte un fragmento de su historia familiar; yo no sé otros lectores, pero para mí que llevo una buena parte de la vida escribiendo tesis con temas personales, no es en absoluto poca cosa. Es un libro testimonial mezclado con una investigación muy atractiva de los sordos en la historia, de sus revoluciones que llevaron a universidades donde se aprende química en lenguaje de señas, por ejemplo. Pero al mismo tiempo Osorno construye un libro íntimo, personal. Es también un acto de amor y de agradecimiento convertido en algo más que crónica, quizá es algo parecido a la literatura de no ficción que realiza Emmanuel Carrère.

Osorno entrega un recorrido por la historia de México a través del prisma de Tío, quien fue de los primeros en estudiar lenguaje de señas en el norte del país; participó en protestas contra la discriminación ante los sordos en la capital, y visitó un par de veces la Escuela Nacional de Sordos, misma que a finales del siglo XIX fue visitada por José Martí. Tío se convirtió en un migrante que cruzó la frontera en un momento en que era común ir y regresar a los Estados Unidos, en que no había visas láser, ni mucho menos proyectos estúpidamente megalómanos como las del muro de Trump.

Desde su vuelta el terruño Tío Gerónimo ha visto descomponer su país, ha presenciado la debacle de un México que se hace añicos, silenciado por las balas del crimen, del narco, y desdeñado por los gobernantes caracterizados por una gran sordera institucional hacia su sociedad civil. En algún lado de esta crónica novelada, Osorno refiriéndose al 2010 señala que si un día alguien decidiera guardar un minuto de silencio continuo por cada una de las personas asesinadas, por las masacres, los desaparecidos, desplazamientos forzados de población, las fosas clandestinas, los esclavos y prisioneros del narco, así como las muchas muertes de la Guerra, nos quedaríamos mudos un mes; el infierno desatado por el negocio del narco, la impunidad, la falta de acceso real a la justicia, el acceso a una vida digna y de un reparto más equitativo de la riqueza nos está llevando a silenciarnos no un mes, sino todo una vida, como la del Tío Gerónimo. Ojalá no sea muy tarde para aprender otro lenguaje que no nos límite el mundo que estamos viviendo.

 

Diego Enrique Osorno, Un vaquero cruza en silencio la frontera, Random House Mondadori, México, 2017.

 

 

*Patricio Adrián. Maestro en Sociología Política por el Instituto Mora. Su publicación más reciente está compilada en el libro: ¿Y si hablas de…sed tu ser hombre? Violencia, paternidad, homoerotismo y envejecimiento en la experiencia de algunos varones, coordinado por Juan Guillermo Figueroa y Alejandra Salguero y publicado por El Colegio de México, 2015.

 

Revista Desocupado

 

0