A propósito de la novela "Nahui Olin. La loca perfecta" de Valeria Matos, sobre "la vida de una mujer extraordinaria en su época, incomprendida en todas"
Por Jesús Nieto*
Nahui Olin.La loca perfecta de Valeria Matos es una novela a dos voces que se entrelazan con el afán de ofrecer al lector una mirada panorámica de la vida de Carmen Mondragón Valseca, conocida por todos como Nahui Olin. De un lado fluye el hilo de un soliloquio emparentado con el famoso tren de conciencia, a menudo más cercano al ámbito del inconsciente. Del otro lado corre la mirada del tiempo que, encarnado en voz narrativa, se detiene a evocar la vida de una mujer extraordinaria en su época, incomprendida en todas.
Aunque la autora ha dedicado buena parte de su vida al estudio del arte, tanto en la investigación histórica como en la difusión, la novela de Valeria Matos no se posiciona con respecto a si el mundo de la crítica se ha equivocado con respecto a las producciones de Nahui Olin (pintora, poeta, además de modelo de fotografía, actriz y pianista). La reivindicación está del lado de mirar al personaje como una mujer en su dimensión amplia, como ser humano consciente del deseo que provoca y como sujeto deseante. Ubicada en ese umbral entre el siglo XIX, “cambio en cada esquina, placer en cada otra, entrar y salir de cuerpos húmedos locos de alcohol y sustancias psicotrópicas” y el XX: escenario de revueltas sociales y artísticas, La loca perfecta hace saltos temporales entre la infancia en una familia de clase privilegiada del Porfiriato, sin excluir la consabida estancia en París, experiencia definitoria en la vida de Carmen Mondragón.
Así, a la familia del general Mondragón, protagonista defensor del régimen decimonónico durante la Decena Trágica, la Revolución le toca muy de cerca. Una vez que los vencedores de la contienda terminan por colocar en los escaños clave de la política a personajes muy distintos del general que en su momento había de diseñar un célebre instrumento de artillería, Carmen, y toda su familia, queda desclasada. A ella le toca, además, la mala suerte de escoger por marido a un pintor que mal disimula su homosexualidad y pareciera culparla, a ella, de sus deseos de mujer liberada.
Carmen se convierte para la sociedad mexicana en una pieza de rompecabezas que no encaja: “vestida de turca, un turbante en la cabeza aviva esa demencial mirada transparente, sus curvas serpentean bajo las telas, asoma la piel, también los dedos seducen.” Mujer sensual, voluptuosa, indiscreta; reúne todos los papeles para ser rechazada, vilipendiada, mal vista en un mundo “nuevo” que poco cambió en términos de pudor y moralidad.
En esa Belle Époque frustrada por cañonazos y ejércitos de hombres vestidos de calzón y huarache, de adelitas con fusiles, de granjeros y maestros que se convirtieron en militares y luego en estadistas, transcurre la vida de una mujer que desde la capital de la República mexicana sigue anhelando más que el mundo del pasado, la posibilidad de abrazar un futuro con horizontes de transformación en los valores culturales. Descubrió las posibilidades del cinematógrafo, se volvió devota admiradora de Metrópolis y el cine francés de la época, llegó a conducir automóviles, y a usar minifalda, además de mostrarse en desnudos inusitados. Adelantada a su tiempo, moderna, las posibilidades de clasificarla se agotan para alguien que en definitiva parecía haber nacido en el mundo equivocado.
Es la época de los muralistas, de los gestores de la educación del nuevo orden: los grandes hombres que moldearon la cultura del siglo XX mexicano, al lado, por cierto, de mujeres muchas veces anónimas. En medio de esa transición está también Gerardo Murillo, el extravagante doctor Atl, con quien nuestra protagonista vivirá una relación apasionada, quizás demasiado apasionada que acabará en una separación dolorosa.
“Ese exconvento barroco, el de la Merced […] ha albergado a lo largo de su existencia a monjes en un principio, luego a saqueadores de tumbas, asesinos, soldados, raterillos de poca monta y por supuesto al Dr. Atl.”
Es allí cuando la protagonista se convertirá en Nahui Olin, uno de los fascinantes fantasmas que nos salen al paso cuando caminamos la Ciudad de México. La Güera Rodríguez en la calle de Madero, Amado Nervo en Santa María la Ribera; Frida, Diego, Trotsky en Coyoacán; Antonieta Rivas Mercado en la Guerrero...
Quizás el mayor mérito de Matos consiste en lanzarse por el camino incierto de la subjetividad para de esa manera corresponder con la misión de contar la historia de Nahui Olin desde un lugar distinto. De ahí que el discurso de lo histórico no sería suficiente tampoco porque el soliloquio de ese personaje femenino se desborda hacia una suerte de verso libre sin puntuación:
la revolución de papá finalizó
inició la mía
corté mis trenzas una vez más
ellas suben bajan
cortinas trigales
no quiero que me cubra nada ni el cabello
siquiera
esa mirada triste
dejé a mi padre y no volveré a verlo
el mundo es pequeño para mí
La experimentación con esta técnica es lo que da un toque fresco a una historia cuya anécdota quizás conocemos bastante pero siempre desde otras miradas. Es en esta estrategia donde reside una posibilidad de darle voz a Carmen Mondragón/Nahui Olin como ser autónomo, sin las ataduras de un lenguaje convencional porque ella se asumía en el mundo desde su anormalidad, o quizás sea mejor decir: desde su voluntad de romper con toda posible norma.
Personajes como estos no pueden sencillamente existir en la Historia con mayúsculas, pasar la página como si se tratara de uno más de los participantes del anonimato. Esta novela se encarga de poner a la Nahui, como se le conocía en el ambiente bohemio de su época, en el centro de la vorágine de su propia vida, y desde el lado de la ficción, desde las posibilidades que ofrece la imaginación, hacer escuchar su voz estridente que va más allá de los poemas que escribió, de las miradas con que nos acecha en las fotografías en que fue modelo y en las que exhibe la conciencia de saberse mirada.
Con una prosa fluida que avanza con agilidad en su intrincado concurso a dos voces, Matos nos ofrece una novela breve que se lee de un tirón en una tarde de encierro como estas que hoy vivimos aferrados a la cotidianidad del trabajo en casa.
Nahui Olin. La loca perfecta de Valeria Matos. Lumen narrativa. Random House Mondadori, 2020.
*Jesús Nieto Rueda es autor de algunos poemas, casi todos compilados en Memoria itinerante (México, Ultramarina, 2019). Se dedica también a la docencia, la paternidad, y a escribir ensayos sobre temas varios. No toca ningún instrumento musical si bien escucha de forma obsesiva a algunos bluseros, rockeros y jazzistas. Se doctoró en Literatura Comparada con una tesis acerca de Rockdrigo. Es originario de Salamanca, Guanajuato. Reside habitualmente en la Ciudad de México.