Crítica

 

Dame una medalla y moveré al mundo

2017-08-07 14:21:06

"al mexicano cuidado y se le toque a su mamá"...

 

 

Tras el polémico mensaje de Gatorade, por redes sociales, en el que felicita a la clavadista mexicana Paola Espinosa, la poeta Alma Karla Sandoval reflexiona sobre la comparación de un hijo con una medalla olímpica, la cual, no deja de ser un "objeto de consumo emocional"

 

 

Por Alma Karla Sandoval*

 

Cuando le preguntaron a Justin Trudeau por qué en su gabinete había un cincuenta por ciento de mujeres y otro tanto igual de hombres, el primer ministro canadiense sonrío con un dejo de condescendencia: “Porque estamos en 2015”, dijo. Pues bien, dos años más tarde, en México, una reconocida marca de bebidas hidrantes, Gatorade, felicita a Paola Espinosa ni más ni menos que por: “Obtener la medalla más grande de todas. Ser mamá”. Las reacciones fueron inmediatas. Llaman la atención no las protestas feministas, sino las condenas a una enérgica posición frente a la maternidad sacralizada e intocable que, en pleno 2017, sigue siendo tabú.

Explico. Octavio Paz, Roger Bartra, Marcela Lagarde y Marta Lamas están en lo cierto: al mexicano cuidado y se le toque a su mamá. El simple hecho de dar la vida, ese acto que se prefigura como un sacrificio indiscutible, cuando en realidad se trata de un rol, elegido en el mejor de los casos, es suficiente para entender a las madres como seres envestidos de un aura de santidad que las exime de toda crítica y ataque, sí, en el país de los feminicidios, de la trata de blancas, de las desapariciones imparables, de la cotidiana violencia intrafamiliar que se soporta, que se esconde, que se reescribe, generación tras generación, con padres que golpean a sus esposas e hijos que los imitan desde el privilegio y un Estado que los solapa. Hechos que revelan una doble moral burda, porque no se puede hablar mal de la maternidad y, mucho menos, de la familia, pero sí está permitido seguir sometiendo, desde todos los flancos, sobre todo desde el interior de la misma casa, a las mujeres.

En el caso de Paola Espinosa y Gatorade no hacen falta muchas neuronas para sostener que ambos son sexistas. La primera tiene todo el derecho de opinar, pero al agradecer a quien con una frase le dice al mundo que el estándar sigue siendo el mismo: las mujeres a su casa, al espacio privado, y los hombres al público, se convierte –incluso sin quererlo– en una voz machiplaciente, pues el mensaje es claro, por mucho que hagas, por mucho que te esfuerces, por más autónoma, autosuficiente y exitosa que seas, nunca poseerás la medalla más grande, la que sí importa, la única, si no eres mamá.

Y al revés, tu vida tendrá sentido aunque no conquistes nada, aunque no des ejemplo de libertad, fuerza ni de trabajo, sólo basta embarazarte para existir en una sociedad que no ve bien los logros de las mujeres, al contrario, los sataniza, los dificulta, los condena, los minimiza porque no puedes superar a tu compañero, porque eres “castrante”. Dejemos de ser hipócritas, si la mentalidad de nuestro entorno festejara lo que consiguen por sí mismas las mujeres, no asumiría que “lo mejor” que puede ocurrirles es tener un hijo.

Y lo que es peor, una gran parte de la opinión pública no señalaría con el dedo de Torquemada a quienes lo dicen en alto, sin la máscara de lo políticamente correcto, lo que se entiende, sin razón, como un asunto de moral pública. Su persecución es antigua y ahora se ha sofisticado, incluso ha convencido a otras de enemistarse con su género e ir detrás de las llamadas “feminazis”, esa palabra como Estrella de David en el hombro, como letra escarlata en el pecho. Sus argumentos van desde el “están haciendo una tempestad en un vaso de agua”, “ya serás mamá”, “son hipersensibles esas intelectuales lesbianas”, “el mayor logro de mi madre sí fue tenerme”, hasta el “no importa quién dijo eso, hay cosas más urgentes que atender”. Con esas ideas asumen otras: lo que toca a las mujeres no es importante, no es primero; la maternidad es una imposición y no te salvarás de ella; las lesbianas, resentidas, se equivocan; defender la vida es defenderme a mí, puesto que si no soy un logro por estar vivo, ¿qué soy?

No se entiende que un hijo no es un objeto de consumo emocional, algo así como un requisito de vida, una condición para ser aceptado socialmente o, al menos, “dejar algo en este mundo”. Un hijo es una decisión, el rol de madre se elige desde la conciencia, desde una moral privada, y se ejerce, con felicidad y sin ella, en la práctica, a prueba de aciertos y errores. Incluso los animales procrean, pero no educan, tienen crías para asegurar la supervivencia de su especie desde el instinto, nunca desde la razón. No pueden decidir, no se cuestionan. Encerrar a las mujeres en ese círculo, en el de las incubadoras sin cerebro, o reconocerlas sólo a partir de las proezas de su útero, significa colocarlas, otra vez, por debajo de lo humano.

 

 

*Alma Karla Sandoval. Profesora, poeta y periodista. Obtuvo las becas del FOECA y del FONCA en 1999 y 2001. En 2010 fue galardonada con la Beca de Creadores e Intérpretes con trayectoria del PECDA para escribir un libro de cuentos. Ganadora del Premio Nacional de Periodismo en 2011, y los Juegos Florales de Cuernavaca, Morelos, en 2012. Es dos veces primer lugar del Concurso Nacional de Creación Literaria del ITESM en 2011 y 2012. En 2013 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano. Es Premio Mujer Tec 2015 en la categoría de Arte. Ganadora del Premio Nacional de Narrativa Dolores Castro 2015 y de los primeros Juegos Florales de Tepic, Nayarit, 2015, en Poesía. Fue reconocida con el Premio Profesor Inspirador 2016 que otorga el Instituto de Estudios Tecnológicos de Monterrey.

 

Imágenes: http://bit.ly/2vodr3V  y  http://bit.ly/2uvqflO

Revista Desocupado

 

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