Crítica

 

Juan Gabriel Vásquez en busca de una figura anfibia

2018-07-19 08:55:39

Algo más que intertextualidad en «Historia secreta de Costaguana» (2007), de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá 1973)

 

 

 

Por Héctor Iván González[1]

 

Para Ane y Huemanzin

 

 

1. Conrad, una presencia trascendente

 

Nadie es escritor si está completamente satisfecho.

Juan Gabriel Vásquez.

Documental “Gabo, lo maravilloso de lo real”

 

La novela del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez Historia secreta de Costaguana[2] está conformada desde numerosos subgéneros endémicos de la novela moderna, el diálogo con la Historia, la novela epistolar, el testimonio, el relato de aventuras y la biografía ficcional. A partir de la concatenación de estos elementos, la historia arranca con un episodio crucial en la historia de la literatura inglesa, la muerte de Joseph Conrad (Berdyczów, antes Polonia ahora Ucrania, 1857-Bishopsbourne, Inglaterra, 1903); escritor eslavo de origen, quien describió por medio del cuento y la novela predicamentos morales, éticos y dilemas metafísicos a partir de la vida del mar.[3] Este autor, de una manera insuperable, retrató varias de las contradicciones que encontraron los hombres que cruzaban los diferentes mares del Globo terráqueo debidas a las políticas expansionistas de los imperios británico y belga, así como el choque por el avance y desarrollo de Occidente frente al estatus y contra el carácter refractario de algunas comunidades en África o Asia. Asimismo, el hecho de haberse vuelto un escritor magistral en un idioma extranjero que adquirió por sí mismo –al parecer leyendo a Shakespeare con ayuda de su padre–, sitúa a Conrad como una figura anfibia e inquietante de la literatura inglesa. Deslindándose de autores como Rudyard Kipling o Herman Melville, en quienes el otro sólo era parte de la escenografía, Conrad es un autor que alcanzó a hablar de forma clara de las miserias de ese imperialismo marítimo que se escudaba en el discurso del progreso para colonizar los mercados de los países de economía incipiente. A decir del crítico inglés V. S. Pritchett acerca de uno de los libros de Conrad:[4]

 

Una o dos reflexiones se imponen tras el deslumbramiento de Nostromo. La primera es una meditación general sobre el terreno social en que se enraíza la novela inglesa moderna. El gran tema inglés –está uno tentado a afirmar–, o en cualquier caso aquel gran tema que incorpora una imagen de la sociedad, se encuentra fuera de Inglaterra, simplemente porque la vida inglesa ha sido un parásito de la vida en el extranjero y no quiere admitirlo.[5]

 

De hecho, Pritchett es de los pocos que comprende la profundidad de la crítica política que erige la obra de Conrad, y a la luz de aquélla señala:

 

Nostromo es la más sorprendente moderna de las novelas de Conrad. Podría haber sido escrita en 1954 en lugar de 1904. Todos los problemas ligados a la explotación económica de un país atrasado aparecen aquí; la política de Costaguana a lo largo de dos o tres generaciones se explora a profundidad ante nuestros ojos sin perder de vista el presente. Vemos tanto los ideales como las mentiras de la explotación colonial, contra el telón de fondo de la lucha por el liberalismo, el progreso, la reforma, la inclinación revolucionaria y el advenimiento de un poder extranjero. Hasta el ascenso de dos de las fuerzas ahora dominantes en este tipo de situación está claramente descrito: la ambición estadounidense de apoderarse de todo en el mundo y, a contrapelo o en paralelo, el ascenso de las masas.

 

Pero hablar de un novelista como Conrad y relacionarlo con las políticas expansionistas parecería alejarnos de la literatura; sin embargo, con esto no queremos decir que Pritchett se olvidara de Conrad, sino que estaba tan adherido al gran eslavo que, en seguida de lo anterior, declaró: «Conrad no condensó todo esto en un ensayo político o histórico, ni en una novela de propaganda, sino en el impuro detalle de una ambiciosa y escéptica obra imaginativa»[6].

Lo anterior, si suponemos que el lector que abre por primera vez Historia secreta de Costaguana desconoce los intereses del eslavo, nos permite justipreciar la ambición intertextual de Vásquez al querer escribir una novela en la que sea incluido Joseph Conrad en el trayecto de la historia de Colombia y, específicamente, del poblado de Honda, «una población chiquita que en otras épocas fue importante, y hoy no es más que un balneario»,[7] en donde hubo la primera tentativa de crear el Canal Interoceánico. Y que, además, Vásquez lo haya hecho desde algunos episodios accidentales que dotan de detalles asaz atractivos para el lector, muestra el nivel al que quería llegar con esta novela.

De tal suerte, el relato narrativo fungirá –lo hemos sugerido antes– como la suma de un conjunto importante de subgéneros intertextuales que la novela ha ido incorporando a sus recursos. La biografía ficcionada, como pasa con Conrad, tiene un lugar de preponderancia, sin embargo, también está muy presente la literatura epistolar. De entrada podemos ver cómo, después del encuentro apasionado y genésico de Antonia de Narváez y Miguel Altamirano, el envío de misivas no correspondidas nos marca un tono decimonónico. Tal como sucede con una de las cartas determinantes de Joseph Conrad a su amigo, también escritor, Robert Cunninghame Graham, donde le confiesa el estadio en que se encuentra su proyecto narrativo: «Quiero hablarte de la obra que me ocupa actualmente. Apenas si me atrevo a confesar mi osadía, pero la he ubicado en América del Sur, en una República que he llamado Costaguana».[8] Al mismo tiempo, estas líneas –que nos pueden resultar esclarecedoras sobre la cuestión– son incluidas en la novela así como en su nuevo libro de ensayos Viajes con un mapa en blanco: «Todos mis recuerdos de Centroamérica parecen desaparecer. Sólo eché un vistazo hace veinticinco años, una ojeada. Eso no es suficiente pour bâtir un roman dessus[9], las cuales señalarán la génesis de una de sus obras mayores, Nostromo.

Es bien sabido que Vásquez es un conocedor de la genialidad profunda del eslavo, la biografía que escribió, Conrad. El hombre de ninguna parte (2004), da fe de ello. De tal manera que el lector consciente de los antecedentes de los vínculos entre Vásquez y Conrad se percatará que Historia secreta de Costaguana convoca una red infinita de afinidades electivas, que vuelven al colombiano el guía idóneo para llevarnos por ese breve lapso en que Conrad pisó suelo latinoamericano en Colón –después llamado Aspinall-Colón.

Las líneas de la carta a Cunninghame ilustran la forma en que Conrad tenía la obsesión por trabajar una novela de una ciudad que visitó brevemente acompañado de su mentor Dominic Cervoni, quien después se convertirá en el protagonista de la novela epónima Nostromo. El gran eslavo había escrito con Ford Madox Ford una novela a cuatro manos, pero que no tuvo mucho éxito.[10] Al parecer, las cuentas se acumulaban y Conrad necesitaba trabajar un tema atractivo para su siguiente libro, en la que ya no incluiría a su trasunto literario, el observador y entrañable Marlow. «Durante la escritura de Nostromo, sin embargo, la relación de Conrad con la historia debe haberse desplazado ligeramente. Marlow desaparece (sólo volverá más de una década después), mientras que Conrad se enfrenta a la tarea de crear un edificio ficticio de enorme complejidad a partir de la escasa semilla de recuerdos muy antiguos».[11]

Por su parte, el narrador José Altamirano, la voz narrativa de Historia secreta de Costaguana, cuenta que la noche que llegó a Colón, en busca de su padre desconocido, coincidió en los puertos (sin enterarse hasta muchos años después) con una cuadrilla de remeros que transportaban rifles Chassepot para traficarlos, y que entre ellos se encontraba Conrad:

 

Mientras yo pasaba un par de horas vagabundeando todavía por las calles atiborradas de Colón-Aspinwall-Gomorra, Dominic Cervoni dirigía la maniobra de los cuatro botes frente a los muelles de carga del ferrocarril, donde un grupo de cargadores lo esperaba entre las sombras; y mientras yo volvía al hotel, dispuesto a despertarme temprano y empezar mi Búsqueda del Padre, los cargadores trasteaban el contenido de esos sigilosos transportes nocturnos, lo pasaban por debajo de las arcadas del depósito, lo acomodaban en los vagones del tren a Panamá… [12]

 

Al mismo tiempo, Vásquez devela algunos aspectos del carácter de su admirado Conrad, y muestra que no siempre tuvo esa entereza moral con que lo recordamos, que vivía mantenido por un tío a quien lo metía en predicamentos costear los gastos del joven, así como un segundo tío quien estando muy enfermo tuvo que recibir la visita de un Josef urgido de dinero en Bruselas, Bélgica. Y que Conrad no se quedó a las exequias una vez que el tío habría muerto. Del mismo modo, Vásquez explica el origen de una cicatriz en el pecho del escritor, la cual no fue originada por un duelo, como él mismo relataba, sino por un vergonzoso intento de suicidio en la juventud.[13] Esta sugerida laxitud en la moral de Conrad respaldarán algo que el narrador de la historia, José Altamirano, señala desde el primer capítulo, Conrad le ha robado, sin decirnos exactamente cuándo ni en qué ha consistido el robo de marras. Todos estos datos, de los cuales Vásquez investigó, pero que no están basados puramente en documentos, me hacen pensar en una idea que expresó el propio Conrad respecto a la relación entre historia e imaginación: «Sólo en la imaginación de los hombres encuentra la verdad una existencia efectiva e innegable. La imaginación, no la invención, es la suprema dueña del arte así como de la vida».[14] Por lo tanto, tengo la certeza de que Vásquez buscaba la existencia efectiva de aquel Conrad a través de esta serie de episodios que componen la novela.

 

2. La Historia en la Historia secreta de Costaguana

 

El ensayo es una exploración, una tentativa, una averiguación,

y el novelista escribe para descubrir y trazar los límites de sus conocimientos

y la forma de sus certezas.

Juan Gabriel Vásquez, “A manera de prólogo”, Viajes con un mapa en blanco

 

 

Si vous voulez revivre une époque, oubliez que vous savez ce qui s’est passé après elle.

Fustel de Coulanges, citado por Benjamin.[15]

 

 

A manera de un leit motiv, Juan Gabriel Vásquez retoma una figura de la Historia a partir de uno de los pensadores más lúcidos de la primera mitad del siglo XX, Walter Benjamin, cuyo Ángel de la Historia es convocado en reiteradas ocasiones a lo largo de esta novela. Al pensar que la Historia es un túmulo de catástrofes, accidentes desafortunados, de desencuentros, en resumen: un conjunto de tragedias que se enlazan como las cuentas de un collar, el autor está echando mano de una textura narrativa que marcará la pauta del relato.

 

Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso.[16]

 

Por una suerte de tempo narrativo, el lector está persuadido de que la historia no será venturosa y que sus personajes están inmersos en una realidad que ya no les permite ser héroes de ningún tipo:

 

Ya no se trata de príncipes como Hamlet y mujeres nobles como Fedra, sino de arribistas como Julien [Sorel], de pobres mujercillas de provincias como Emma [Bovary], de esposas infelizmente casadas como Anna [Karenina]; ya no es Lear quien se enfrenta a los vientos, sino Ahab quien pone la cara al mar bravío. Pero todos comparten la misma falla trágica; todos tuvieron la opción de salvarse y tomaron el camino de la catástrofe; y sus novelas son dedicados estudios de ese largo error y de sus consecuencias.[17]

 

De tal suerte, la Historia, como gran relato de los descalabros de la humanidad, hace acto de presencia en esta historia que debe narrar Juan Gabriel Vásquez por voz de José Altamirano. Esto vale la pena tomarse en cuenta debido a que la presencia de ese Ángel es vital en todo lo que acontece. Lo es y se siente presente en la vida de Miguel Altamirano, padre del protagónico, quien, como periodista liberal a ultranza, es proclive a alterar la realidad con tal de dar la razón al progreso. A esto Vásquez le llama el ejercicio de la refracción, es decir, a cambiar un poco (o un mucho) de los actos verídicos con tal de apuntalar el progreso que considera que Honda merece, y que no llevaría a Altamirano y al proyecto del Canal a otro lugar si no era a la ruina cuando el gran capital los desechara. Y que nos permitirá presenciar su muerte, a la manera de un Jonás en el vientre de la ballena, lo cual logra una metáfora de qué implicó todo el proyecto del Canal:

 

El día de su peregrinaje a Culebra, varios pasajeros gringos vieron a mi padre tomar solo el tren de las ochos, y lo escucharon hacer comentarios para nadie cada vez que por las ventanas pasaba una de las estaciones de las obras, de Gatún a Emperador. Al pasar cerca de Matachín lo escucharon explicar que el nombre del sitio venía de los chinos muertos y enterrados en los alrededores […], lo vieron pasearse en Culebra, resbalarse al bajar por el terraplén de la línea férrea y perderse en la selva. Un indio cuna lo avistó y le pareció tan rara su forma de andar –el descuido con que pateaba un pedazo de madera podrida que podía ser refugio de una víbora, los movimientos desgastados con que se agachaba para buscar una piedra y tirársela a los micos– que lo siguió hasta donde estaban las máquinas francesas. […] Cuando logré averiguar su paradero, lo encontré acostado sobre el suelo húmedo de la excavadora. La fortuna quiso que ese día también estuviera lloviendo, de manera que me eché al lado de mi padre muerto y cerré los ojos para sentir lo mismo que él había sentido durante sus últimos instantes: el traqueteo asesino de la lluvia en el metal hueco de los baldes, el olor de los hibiscus, el frío del óxido mojado penetrando la camisa y el cansancio, el despiadado cansancio.[18] (Citas con licencias poéticas sobre el texto original)

 

De tal manera que el auge y la caída de Miguel Altamirano quedará narrada por Vásquez como una descripción paralela que nos revele la esencia del personaje y de la historia, al mostrarla desde la perspectiva más conmovedora: la mirada de su propio hijo, José, que ha contemplado la forma en que el padre se ha desplomado hasta la muerte, tal como lo ha hecho el proyecto en el que fincó todas sus fuerzas. Así que las pequeñas historias de los personajes como el mismo Conrad, Antonia de Narváez, Miguel, Charlotte y Eloísa Altamirano (estos tres últimos) serán narradas desde la mirada de José –igualmente compasiva–, mientras que la Gran Historia de Colombia, de Colón, de Honda y de la ficticia Costaguana se irá desenvolviendo de manera casi silenciosa, pero igualmente narrada por alguien que nos terminará dando una sorpresa.

Quizá valga la pena recordar que la familia de Vásquez ha participado en la Historia de Colombia indirecta, pero también directamente –ya que es sobrino de Alfredo Vásquez Carrizosa (Chía Cundinamarca, 1909-Bogotá 2001), diplomático que fijó los linderos marítimos de Colombia, y cuya otra rama familiar, Lozano, es descendiente de Jorge Tadeo Lozano (Santafé, 1771-1816), intelectual, precursor de la Independencia de su país– para justipreciar qué tan fundamental sería ésta para el autor colombiano. Tal vez por esto, el enclavar la Historia secreta… en el basamento de la Historia es un afán al que se aboca, y que, con una idea brillante y digna de ser retomada, aporta a la discusión entre escritura de historia y de literatura:

 

Relatar todas las posibles historias en vez de la única historia que nos ha sido legada: en Guerra y paz, Tolstói relata las historias posibles de las guerras napoleónicas y nos regala una versión que no existe en la historiografía, pero que hoy nos resulta imprescindible para entender tanto la historiografía como la verdad. En ciertas páginas de Cien años de soledad, de García Márquez, multiplica las dudas sobre un episodio convulso de la historia colombiana: la masacre, en 1928, de un número indeterminado de trabajadores de las plantaciones bananeras. La historia oficial sostuvo en algún momento que las víctimas habían sido nueve; luego se aceptó, con cierta reticencia, que podían ser más de cien; en la novela José Arcadio Segundo es testigo de que los muertos fueron tres mil. Se trata de una distorsión deliberada de la historia, de una intromisión de narradores múltiples en los archivos cerrados de las versiones sancionadas, y su objetivo es abrir una tronera en la tapia por donde la novela pueda mirar hacia otras verdades, huir hacia otros lugares que no están en ninguna parte, decirnos algo que sólo la novela puede decir.[19]

 

Esta idea me parece esclarecedora, debido al diálogo que se ha mantenido desde el apogeo de la novela histórica del siglo XIX; sin sugerir que en otros momentos no hayan existido obras que tocaran esta temática, sino porque sería este siglo en que se lograran los grandes frisos, los grandes murales, de la historia, a la manera de Guerra y paz, de Tolstói, El rojo y el negro, de Stendhal, Ilusiones perdidas, de Balzac, Notre-Dame de Paris, de Victor Hugo y Salambó, de Flaubert. Y porque, a lo largo y ancho de la novela, Vásquez las menciona, las alude o simplemente las cita sin ambages. Por lo cual Historia secreta de Costaguana es una heredera directa de la novelas catedralicias decimonónicas, en las cuales aún se puede alcanzar un tipo de verdad, no la última ni la absoluta, sino una verdad que puede darnos algo que ningún otro arte nos daría. Incluso, esta interpretación se basa en una idea del propio Vásquez respecto a la tradición decimonónica de nuestros países latinoamericanos:

 

Para quienes creemos en la novela como exploración de los terrenos oscuros de nuestra condición y nuestro lugar en el mundo, para quienes creemos que los momentos más convulsos de la historia suelen producir, en forma de ficciones en prosa, su propio antídoto, no puede ser gratuito que el primer siglo de la independencia latinoamericana, con todo lo que tuvo de violento y confuso y de lóbrego y de tenso, no haya dado a luz ni una sola ficción capaz de explorarlo y acaso iluminarlo con las herramientas que nos había legado Cervantes. ¿No es esto digno de nuestra curiosidad?[20]

 

Finalmente, es posible que la tarea que Vásquez ve como una deuda pendiente y la cumpla con esta novela sobre el primer intento fallido de Francia, después logrado por E. U., de crear un Canal que agilizara la transportación marítima a través del continente americano. Y que en esta obra incluya la lucha entre liberales y conservadores, la peste, el emergente poder de la prensa liberal, la censura, las rencillas político-religiosas, la importación de cadáveres chinos para los anfiteatros colombianos, los exilios y las leyendas de alcoba de los héroes patrios, retrata su afán de concretar una obra vasta en pasajes. Como aquél que es referido por la madre de José Altamirano, Antonia de Narváez, a Miguel, su padre, donde relata la forma en que «a golpe de cadera» ella le mostró lo que opinaba de los auspicios de la inocencia y el honor:

 

Manuela le responde llegando sin anunciarse. […] y el 25 de septiembre de 1828, mientras el Libertador y su Libertadora gozan de múltiples Libertinajes en el lecho presidencial de esa Colombia incipiente, un grupo de conspiradores envidiosos –generales de muchos soles cuyas mujeres ni montan ni tiran– deciden que aquel coitus quedará interruptus: intentan asesinar a Bolívar. Con la ayuda de Manuela, Simón da un salto, escapa por la ventana y va a esconderse debajo de un puente. Pues bien, es aquella nefanda cama septembrina la que Antonia de Narváez quiso conocer como si se tratara de una reliquia, lo cual, para ser sinceros quizás era.[21]

 

Que Vásquez cite este fragmento histórico, pero que, además, lo haga, nos abre un camino a cómo hay que ver la Historia de manera diacrónica, con sentido del humor.

 

3. La historia detrás de Costaguana

Tal como nos prometió en los primeros pasajes, José Altamirano ha sugerido que Conrad lo ha timado, ha cometido un acto desleal y que se ha aprovechado de cierta inocencia. La arrogancia del aserto no es nueva, cuántas veces no se ha oído que un inventor, un químico o un escritor desconocido ha sido embaucado por alguien que goza de mayor prestigio en el ramo respectivo. El invento del asistente que es patentado por el dueño del taller o la novela enviada a concurso cuyo tema es publicado por uno de los miembros del jurado, la vida está llena de infamias y la creación también ha dado sus ejemplos. Sin embargo, lo que más nos atrae es la apuesta de Vásquez al sugerir que Conrad, calculador y manipulador de su propia historia en la juventud, podría llegar a tomar una historia creada por otro. Veamos, José Altamirano, hijo del periodista que fuera uno de los principales promotores del proyecto para crear el Canal Interoceánico, es un testigo privilegiado de ese periodo en la historia de Honda, Colombia. José ha conocido la epopeya nacional, las rencillas políticas y los inicios de la Guerra de los Mil días, incluso señala que fue una guerra de mil ciento veintiocho muertes. Mientras suceden estos episodios, o propiciado por estos, se da el exilio de Santiago Pérez Manosalba, ex presidente conservador que tuvo que salir del país, y cuyo hijo Santiago Pérez Triana[22] debió seguirlo, unos meses después, pero que éste si fuera aprehendido en la prisión de Ciega. «Para cuando Sanín llegó a la Ciega, [Santiago] Pérez Triana había sudado tanto que el cuello almidonado de su camisa ya no le oprimía la garganta; tenía la sensación, imposible de confirmar, de que le colgaban los carrillos, pero se pasaba la mano por la cara y sólo encontraba los rastros ásperos de la barba nueva».[23] Al ser rescatado por un salvoconducto firmado por el ministro norteamericano McKinney, Pérez Triana tiene que huir por el río Magdalena, disfrazarse de cura, «anduvo bautizando indios incautos, navegó por tres ríos y vio animales que nunca había visto y alcanzó el Caribe sin ser reconocido por nadie pero sintiendo también que ya no se reconocía a sí mismo».[24] Finalmente, llegó a Londres y se vuelve una celebridad para los hispanoparlantes, es amigo de Rubén Darío y de Miguel de Unamuno. En las noches que le provoca el insomnio, secuela de aquellos días de cautiverio, Pérez Triana escribe De Bogotá al Atlántico; obra que es traducida al inglés como Down the Orinoco in a Canoe y que fue prologada por el «escritor diletante y líder comunista» …Robert Cunninghame Graham. Tal como parece, este nombre ya ha sido citado en este trabajo, efectivamente, nos referimos al corresponsal de Joseph Conrad a quien el eslavo narrara su falta de información sobre aquella costa lejana en la geografía y en el tiempo. Semanas después, Pérez Triana recibe una misiva de su editor Sydney Pawling, quien le remite el mensaje de que Joseph Conrad le pide ayuda para documentar su work in progress, ya que «Mr. Conrad ha buscado y recibido la ayuda de Mr. Cunninghame Graham para llevar adelante la obra; pero también ha leído su libro, y ahora me ha pedido que le pregunte a usted, Mr. Triana, si estaría dispuesto a responder a un breve cuestionario que Mr. Conrad le haría llegar por intermedio de nosotros».[25] Pérez Triana escribió una carta de inmediato, donde se ponía a disposición de Pawling y de Conrad para responder ampliamente al cuestionario. Sin embargo, «el diablo siempre hace bien las cosas» –como dice Baudelaire– y no envió la carta de inmediato, ya que, entretanto lo hacía, llegó la carta de José Altamirano donde le avisaba que llegaría a Londres en los próximos días. Por lo cual, Santiago Pérez Triana rompió la carta ya redactada y pergeñó una nueva con fruición:

 

«Transmítale a Mr. Conrad, sin embargo, que ciertos sucesos recientes me permiten ahora contar con otras maneras de ayudarle. No pretendo conocer mejor que el autor cuáles son sus necesidades, pero la información que podría obtener de un emigrado ya antiguo, a través de un cuestionario remitido por interpuesta persona es invariablemente inferior a la que podría darle de viva voz un testigo directo de los hechos. Pues bien, lo que puedo ofrecerle es incluso mejor que un testigo. Le ofrezco una víctima, Mr. Pawling. Una víctima».[26]

 

Aquí, Vásquez-Altamirano acentúa(n):

 

Los hilos del Ángel de la Historia, experto titiritero, comienzan a moverse sobre nuestras desprevenidas cabezas: sin saberlo, Joseph Conrad y José Altamirano comienzan a acercarse.[27]

 

José Altamirano llega a Londres, Inglaterra, después de la muerte de Charlotte, su mujer, y habiendo dejado a Eloísa en una condición desconocida para el lector. Al parecer es la última solución que encuentra José a toda esa situación, en la cual ha caído como en un laberinto, pues incluso ha llegado a confundir a Eloísa con Charlotte y por una ofuscación del pensamiento llegó a maltratar a su única hija.[28] Le parece necesario un cambio radical y ese exilio voluntario le abre varias posibilidades. Sin embargo, lo que acontece los siguientes días lo marca para siempre. Se reúne con Pérez Triana, quien lo recibe amablemente e indaga sobre qué tanto sabe Altamirano de los acontecimientos históricos de los últimos años en la patria común. Es obvio, José Altamirano es un testigo de primera mano, un observador privilegiado y una suerte de memoria precisa de todo aquello. El hijo del ex presidente lo aloja en un hotel, costea dos noches y le pide que lo visite en su casa mientras arreglan sus cosas respectivas. Todo es una suerte de emboscada:

 

A las cinco de la tarde estaba frente al 45 de Avenue Road. Me recibió el ama de llaves; no me habló, y no logré saber si era colombiana también. Tuve que esperar una media hora antes de que mi anfitrión bajara a recibirme. Imagino lo que habrá visto entonces: un hombre poco menor que él, pero del cual lo separaban varios niveles de jerarquía –él un célebre ejemplar de la clase dirigente colombiana; yo, un descastado–. […] Y así, con la suavidad con que se acompaña a un convaleciente, me tomó del brazo y me condujo a otro salón, más pequeño, del fondo de la casa. De pie junto a la biblioteca, un hombre de piel cuarteada, de bigote en punta y barba espesa y oscura, revisaba los lomos de cuero con la mano izquierda metida en el bolsillo de su chaleco a cuadros. Se dio la vuelta al sentirnos entrar, alargó la mano derecha hacia mí, y en el apretón que me dio sentí la piel callosa de una mano con experiencia, la firmeza de aquella mano que conocía por igual la elegancia de la caligrafía y ochenta y nueve tipos distintos de anudar una cuerda, y sentí que el contacto de las dos manos era como el choque de dos planetas.

‘Me llamo Joseph Conrad’, se presentó el hombre. ‘Quería hacerle algunas preguntas’.[29]

 

Pero este encuentro no sólo fue crucial para José Altamirano, sino que también lo fue para el mismo Joseph Conrad, con esta conversación, el autor sabía que había llegado quien habría de aclararle la nebulosa narrativa en la que estaba inmerso y habría de ordenar toda la indagación:

 

Para cuando llegó al departamento, Joseph Conrad ya sabía que Nostromo, esa novela problemática, había dejado de ser la simple historia de italianos en el Caribe que había sido hasta ahora, y más bien examinaría de cerca el nacimiento traumático de un nuevo país de la traumática América Latina, aquello de lo cual acababan de hablarle en términos sin duda hiperbólicos, sin duda contaminados por la magia tropical, por la tendencia a la leyenda que agobia a esas pobres gentes que no entienden de política.[30]

 

De tal suerte, Vásquez retoma uno de los leit motiv conradianos: la búsqueda del otro, a la vez que proyecta muy bien la relación que mantuvo Conrad con José Altamirano, narrador éste mismo. Por esto, creo que hay una pieza que vale la pena citar en este rompecabezas, una idea impresa en Viajes con un mapa en blanco con respeto a El corazón de las tinieblas, pero que aquí nos será de utilidad igualmente:

 

Siempre he creído que Marlow cuenta su historia para recuperar la impenetrable imagen de aquella noche remota, y tal vez para perseguir una especie de epifanía acerca de ese instante de supremo conocimiento del que Kurtz pudo disfrutar segundo antes de morir. A falta de ello, Marlow tendrá siempre ese consuelo: al contar la historia de otro avanzará un poco en el conocimiento incompleto y pobre de sí mismo. ¿No es (también) eso lo que los novelistas tratamos constantemente de hacer?[31]

 

En suma, Conrad nutre su historia literaria con la historia vivida por José Altamirano, por lo cual cuando éste se da cuenta de que en la historia del Canal, de Honda, de Colón y de la guerra de los Mil días, él mismo está ausente, experimenta un vacío insospechado, por una vez se asoma al abismo:

 

Para ser aún más precisos: mientras en mi bolsillo se arrugaban las primeras escenas de Nostromo, en aquella habitación Conrad dictaba las últimas. Y su mujer, Jessie, era la encargada de poner la historia –la historia de José Altamirano– sobre el blanco del papel.

«Usted», dije, «me debe una explicación».

«Yo no le debo nada», dijo Conrad. «Salga inmediatamente. Llamaré a alguien, se lo advierto».

Saqué de mi bolsillo el ejemplar del Weekly. «Esto es falso. Esto no es lo que le conté».

«Esto, querido señor, es una novela».

«No es mi historia. No es la historia de mi país».

«Claro que no», dijo Conrad. «Es la historia de mi país. Es la historia de Costaguana». […]

«Era mi vida», dije. «Se la confié, confié en usted».

 

Era como si hubiera dejado de escucharme, este hombre que durante una noche entera había vivido para hacerlo. «Usted me ha eliminado de mi propia vida», dije. «Usted, Joseph Conrad, me ha robado». Volví a agitar el Weekly en el aire, y entonces lo dejé caer sobre el escritorio. «Aquí», dije en susurros, con la espalda hacia el ladrón, «yo no existo».[32]

 

 

4. Un «prefacio» a manera de epílogo

Dentro de la fragua narrativa nadie sabe exactamente cómo funciona la creación, sin embargo, no está por demás retomar estas líneas del propio Juan Gabriel Vásquez sobre Conrad:

 

Consciente de sus limitaciones, Conrad regresó a los documentos. La maravilla de su estrategia es que esos documentos no existen.

 

En su prefacio de 1917 a Nostromo, escribe esta confesión:

 

Mi principal fuente para la historia de Costaguana es, por supuesto, mi venerado amigo el difunto don José Avellanos, ministro ante las Cortes de Inglaterra y España, etc., etc. en su imparcial y elocuente Historia de cincuenta años de desgobierno. Esa obra nunca se publicó –el lector descubrirá por qué–, y soy de hecho la única persona en el mundo que está en posición de su contenido.

 

José Avellanos, personaje de ficción en la novela, escribe un libro ficticio; y en el mundo real, Joseph Conrad ha basado su novela en «no pocas horas» de trabajar sobre ese documento. La ironía es maravillosa: en su ensayo sobre Henry James, Conrad no tiene empacho en afirmar que la historia, puesto que se basa en documentos, está más lejos de la verdad que la ficción. […] Para Conrad, en cambio, el libro apócrifo de Avellanos es aún más que eso: es una manera de rendir homenajes y liquidar deudas. Pues había un verdadero ministro ante las Cortes de Inglaterra y España, un hombre cuyo conocimiento de Sudamérica en general y de Colombia en particular le resultó indispensable al novelista: exactamente lo que necesitaba para construir su edificio, pour bâtir un roman dessus.

Su nombre era Santiago Pérez Triana. Hijo de un presidente liberal exiliado, Pérez Triana fue un diplomático colombiano, amigo de Unamuno y de Rubén Darío, autor de libros infantiles y reseñas literarias; y tuvo el extraño honor de convertirse en un personaje ficticio no una vez, sino dos, ya que Graham, amigo de Conrad, le asignó un papel en su relato A Belly-God: ministro de Costalarga. La importancia de Pérez Triana en la escritura de Nostromo no puede subestimarse: sin él, mucho me temo, el principal conflicto político de la novela –la revolución que separa a Sulaco de Costaguana– se leería de forma muy distinta o no hubiera existido en absoluto. Esa revolución (sus sutilezas económicas y geopolíticas) está íntimamente modelada sobre la interpretación que Pérez Triana dio a la revolución que, con la ayuda y la protección de la administración de Theodore Roosevelt, terminó con la secesión panameña de Colombia. La angustia de Conrad en una carta a Graham es, por lo tanto, comprensible: «Siento remordimiento por el uso que he hecho de la impresión que me produjo la personalidad del Exc. Sr. don Pérez Triana. ¿Crees que haya cometido una falta imperdonable? Probablemente él nunca verá el libro ni oirá hablar de él».

 

Ignoro si Santiago Pérez Triana haya leído alguna vez Nostromo, pero imaginar sus reacciones fue suficiente para que me embarcara en la escritura de Historia secreta de Costaguana.[33]

 

Creo que con esta indagación entre las teorías y la obra de Vásquez hemos bosquejado una relación a partir de las numerosas líneas intertextuales de una de sus obras más ambiciosas y más vastas en referencias en los últimos años.–

 

 

 

Bibliografía

 

Benjamin, Walter. Tesis sobre la historia y otros fragmentos. Ed., trad. e intr. Bolívar Echeverría. México. UACM-Ítaca. 2008.

Conrad, Joseph & Ford Madox Ford. Los herederos. Trad. Constantino Bértolo. España. Debate. 1996.

Pritchett, V. S. El viaje literario. Cincuenta ensayos. Pról. Hernán Lara Zavala. Trad. Ramón García. FCE. México. 2011. Col. Lengua y Estudios Literarios.

Vásquez, Juan Gabriel. Historia secreta de Costaguana. Colombia. Alfaguara. 2007. Reimpr. 2010.

–. Viajes con un mapa en blanco. México. Alfaguara. 2018.

 

[1] Héctor Iván González (Ciudad de México, 1980) actualmente estudia la Maestría en Lengua y Literatura Francesas en el Programa de Posgrado de la UNAM. Fue becario del programa “Jóvenes creadores” del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en el periodo 2012-2013 en el género de novela. Compiló La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada (Tierra Adentro, 2012) y, junto con Adriana Jiménez, El Temple deslumbrante. Antología de textos no narrativos de Daniel Sada (Posdata Editores, 2014). Publicó el libro de ensayos Menos constante que el viento (Abismos editorial, 2015). Es colaborador de medios como “El Cultural” de La Razón, “Tierra Adentro”, “Voices of Mexico”, “Nexos”, entre otros. Fue co-traductor de Los escritores nómadas, de Philippe Ollé-Laprune.

[2] Juan Gabriel Vásquez, Historia secreta de Costaguana, Colombia, Alfaguara, 2007, (reimpr. 2010).

[3] Me gustaría agregar que estas ideas no son retórica. Después de leer El corazón de las tinieblas, traducido por Sergio Pitol, publiqué este ensayo del cual se puede tener la certeza de mi antigua admiración por Conrad. Héctor Iván González, “Entre mariposas amarillas y avispas”, Literal Magazine, 17 de junio 2011, última revisión 23 de mayo 2018, https://bit.ly/2J1mNtN

 

[4] V.S. Pritchett, El viaje literario. Cincuenta ensayos, pról. Hernán Lara Zavala, trad. Ramón García, FCE, México, 2011. Col. Lengua y Estudios Literarios.

[5] Pritchett, Op. cit., 2011, “Joseph Conrad. Conrad y el destino”, p. 72.

[6] Ibídem, p. 71.

[7] Esta frase es de Jaime Andrés Rivera Murillo, abogado, escritor y estupendo lector colombiano, por cuya recomendación leí Historia secreta de Costaguana.

[8] Esta frase es el epígrafe que abre la novela de Juan Gabriel Vásquez Historia…

[9] Juan Gabriel Vásquez, Viajes con un mapa en blanco, México, Alfaguara, 2018, p. 70. Y Juan Gabriel Vásquez, Op. cit., 2010, p. 236.

[10] Juan Gabriel Vásquez, Op. cit., 2010, pp. 280-281. Joseph Conrad & Ford Madox Ford, Los herederos, trad. Constantino Bértolo, España, Debate, 1996.

[11] Juan Gabriel Vásquez, Op. cit., 2010, p. 70.

[12] Juan Gabriel Vásquez, Op. cit. 2010, p. 77.

[13] Juan Gabriel Vásquez, Op. cit., 2010, pp. 77 y 86.

[14] Juan Gabriel Vásquez, Op. cit., 2018, p. 28.

[15] Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, ed., trad. e intr. Bolívar Echeverría, México, UACM-Ítaca, p. 83, 2008.

[16] Walter Benjamin, Op. cit., Tesis IX, p. 45.

[17] Juan Gabriel Vásquez, Viajes con un mapa en blanco, Alfaguara, México, 2018, p. 56.

[18] Juan Gabriel Vásquez, Op. cit., 2010, pp. 191-192.

[19] Juan Gabriel Vásquez, Op. cit., 2018, p. 41-42.

[20] Ibídem, p. 84. También señala “La escritura de novelas es una actividad irracional, y el novelista, si tiene la oportunidad de hacerlo, siempre buscará el lado irracional o incontrolable de las cosas para culparlo por su profunda necesidad de darle forma verbal a la experiencia, darle un sentido a través de las mágicas propiedades del lenguaje y la escritura”, Op. cit. 2018, p. 68.

[21] Juan Gabriel Vásquez, Op. cit., 2010, p. 44.

 

Revista Desocupado

 

0