Crítica

 

Marginados y celosos. Dos notas al pie

2019-06-25 09:27:50

La escritora Brenda Ríos escribe dos textos críticos en torno a novedades de Ediciones Periféricas

 

 

Por Brenda Ríos

 

 

* Ámbar, Sergio Osorio, Ediciones Periféricas, México, 2018

* Hombres al borde de un ataque de celos, Carlos Díaz Reyes,

Ediciones Periféricas, México, 2018.

A la mitad del primer libro (como avisa el prólogo) de Sergio Osorio, Ámbar, uno logra algo que parece difícil de lograr en estos días, fuera de leer los periódicos: uno se deprime. No una depresión por lo inevitable, lo trágico, sino una depresión que viene de la comprensión de lo real, el país, las circunstancias puntuales en que se centran estos relatos. Pero después de la depresión llega la calma. Comprender a un país que se destruye desde las orillas, desde el inicio de sí mismo, desde el núcleo: los niños aprenden a no esperar nada. He ahí el acierto.

Hay algo en esos cuentos situados en la ciudad que no es ciudad, en los desiertos que se arman en los márgenes, en las ciudades perdidas, en los pueblos comidos por el monstruo, un tufo a vencimiento. Físico, espiritual, pero sobre todo, el vencimiento que da la clase social. Son cuentos centrados en la niñez, vistos desde el nivel corto de la altura infantil y eso justo permite al autor ir más allá que si sus protagonistas fueran adultos resignados o furiosos. La aparente calma es lo que anuncia ese estado impotente abajo del silencio. El silencio captado en la casa, en la escuela, en la calle cuando los adultos no están. Es decir, los responsables por la seguridad, la manutención, por el orden, brillan en su ausencia. Lo triste es que brillan en el espacio más polvoso y arruinado. El juego, las llantas, el tornillo, los perros serán el escape de algo cercano a la felicidad: lo que está ahí, a la mano y que sirva de distracción, hacer tiempo, lo que sea, mientras hay clase, mientras llega el padre. Los adultos son definitivos, los niños no.

Osorio tiene un escenario que puede ser a medio camino entre lo urbano y lo rural: el cruce entre ambos espacios y ambos tiempos. Pero lo que fluctúa entre el espacio infantil, carente de esperanza, y el espacio del mundo adulto, centrado en la derrota, tiene mayor peso. Sin gritar, sin escándalos, sus cuentos muestran la injusticia y el aislamiento de los desposeídos. Los menos agraciados, los que no triunfaron en un sistema que premia y azota y humilla, los menos estudiados, los menos alimentados. Sin hacer denuncias, sin decir esto es bueno, esto es malo, el autor cuenta historias que bien podrían ser el trasfondo de la nota roja, tan olvidable al día siguiente. La nota social, lo que conmueve detrás de la violencia más arraigada, la pobreza, la orfandad. ¿No son acaso los niños el estandarte del futuro bienpensante? ¿El núcleo de la sociedad más atrevida en términos de un optimismo hueco? Osorio tira este libro a la cara de todos aquellos que creen que si uno hace el bien genera el bien, que si uno trabaja lo suficiente… que si uno es fuerte logrará lo que desea porque, sabemos, querer es poder y toda esa bazofia rosa. No, querer no es poder. Millones de seres creciendo en la oscuridad, sin escuela, sin acceso a un médico, sin posibilidad de pertenecer a una tómbola siquiera, a los que por azar les tocara el boleto de algo, son la demostración de ello. Los niños de esos relatos sospechan lo que es la vida desde la dimensión más cruel: el abandono, la carencia y la crueldad ejercida desde todos los ámbitos.

*

Un hombre de aproximadamente un metro sesenta, con anteojos, con un aire de nerd que no puede con él, escribió este libro con un humor aparentemente fácil y que resulta un rifle cargado contra sí mismo. Si me hubiera dicho que era científico le hubiera creído. Que ganó una beca en el MIT. Que es familiar lejano de Volpi. Le hubiera creído sin duda. Pero no, es escritor, afirmó. Eso dice la portada de un libro llamado Hombres al borde de un ataque de celos (¡¡¡Almódovar mylove!!!! grité para mí misma), me advirtió incluso: me han dicho misógino por este libro. Contesté: Para ello se requiere talento. Sonrió y yo seguí esperando que me diera alguna fórmula matemática para algo. No parecía, sin embargo, tan fuera de lugar en una fiesta ese chico. No como sus personajes, quiero decir. Sus personajes son seres empequeñecidos por lo que los rodea: el trabajo, el amor grandilocuente, la belleza que pasma.

Los cuentos de Díaz Reyes tienen el rumbo del humor obvio, natural, superficialmente simple. Pero luego, si le buscamos bien, ese humor conlleva capas de sentido. Debajo de todo payaso hay alguien que llora, diríamos con Böll. Y eso pasa un poco aquí: hay un personaje muy parecido entre los relatos, una especie de Woody Allen tembloroso ante las mujeres, que las ama pero no puede acercarse, al final él es seducido-abducido porque las mujeres podrían incluso ser extraterrestes y la historia no cambiaría nada. Es decir, el personaje haría exactamente lo mismo: él estaría bajo el encanto de algo superior. Las mujeres lo intimidan, la belleza femenina lo intimida a tal punto que cuando por fin logra que alguien lo mire, se acueste con él, espera a que todo termine de una vez porque sabe que detrás de ese acercamiento hay un costo. Los celos son el primer autoboicot, por eso es tan divertido, porque el personaje lo sabe, el lector lo sabe y sólo espera a que esas chicas hermosas (imaginamos altas) le den el portazo. Eso sí sabe reconocer. Mientras, la crónica del desamor toma tintes melodramáticos: él sabe que no merece ser querido. Eso es lo trágico: perro apaleado que no sabe qué hacer ante la caricia. Y el sarcasmo, la ironía, la risa velada, se dejan ver. Lo que queda una vez desmantelado el humor de arriba es un hombre joven incapaz de relacionarse con los demás.

¿Misógino? Podría ser. Las mujeres de esas historias son planetas, algo asumido como lejano e incomprensible capaz de aplastar todo con su presencia. Romántico tardío. Amante de los culos. Y detrás de todo amante en “abstracto” de las mujeres se oculta un sujeto asustado de la correspondencia, de la conversación, de la posibilidad de hacer contacto (E.T remix), de la terrible circunstancia del amor correspondido. Por eso el humor funciona: es escudo, es espada y es escarnio. La crueldad no va hacia los personajes femeninos (hipersexuados, libres), sino hacia él mismo. Ama los temas en ese orden: el triángulo amoroso, la chica amada que ama a otro, su hiperconciencia de sí mismo como un fracasado en el amor, los culos, coger. Entre los cuentos, sin embargo, amé la historia del hombre que era tan feliz que debía conseguir unas ampolletas para llorar. He ahí la veta que rompe el hilo (¿la madera?), pensé. Detrás de toda esa felicidad que nos venden hay una necesidad real: el llanto como introspección y liberación final. Por ahí, podría ir, si quisiera, claro, el chico de lentes airenerdiano, un nuevo proyecto de escritura.

 

 

 

Revista Desocupado

 

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